lunes, 22 de febrero de 2016

Comezón


Supongo que todos los hombres se rascan los huevos varias veces al día, cientos de veces a la semana y millones a lo largo de la vida. Si hacemos cuentas y comparamos, resultará que dedicaron más tiempo a rascarse los huevos que tal vez a rezar, hacer obras de caridad, leer o practicar algún deporte y está bien, rascarse es inevitable, una necesidad. Pero lo mío es distinto, por más que me rasco, la comezón permanece y no puedo dejar de rascarme los huevos. Rascarme es lo primero hago al despertar, y sólo me levanto de la cama cuando miro en el reloj que ya es tarde para llegar al trabajo. Me paro y me rasco, me baño y me rasco, desayuno y me rasco, me arreglo, me acicalo y bajo las escaleras mientras me voy rascando los huevos. Y mientras corro, la fricción de los muslos con mis calzones y mis huevos, alivia un poco la comezón, pero no puedo correr tanto tiempo porque me canso. En la calle trato de aguantarme y ser discreto pero siempre alguna vieja me grita "pervertido". Lo siento, pero la comezón no me deja en paz, pienso mientras huyo avergonzado. Las manos me huelen a alcanfor y otros ungüentos que me unto en los huevos para aliviar la comezón, las chicas de la oficina me dicen “el pomadas” cuando les doy la espalda porque se dan cuenta de mi olor. Cuando estoy parado sin caminar platicando con los otros compañeros, para aliviarme muevo mis piernas todo el tiempo como si quisiera hacer pipí, por eso también me dicen el “mion”. Inmediatamente que me encierro en el baño o en mi oficina ¡qué alivio!, me desabrocho la bragueta y me rasco a dos manos, largo y tendido, hasta que timbra mi extensión, tocan la puerta o escucho al jefe gritando "a ver cabrones, dejen de rascarse los huevos y pónganse a trabajar”. Así son todos mis días, así han pasado meses y años. Temo que al final, el epitafio de mi tumba diga que no hice nada de mi vida por estar rascándome los huevos, que todos piensen que fui un bueno para nada y un haragán. Lo que pasa es que la gente no comprende que lo que  tengo es una enfermedad.



Romeo Valentín Arellanes
Nueva Ciudad de México, febrero 2016



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