Para sus mañanas que fueron
eternas.
Suena el despertador a las 8 en
punto, ella alarga la mano y pulsa el interruptor de apagado, pospone el sueño
10 minutos, lo suficiente para soñar dos o tres veces y sentir que por alguna
extraña razón descansó un poco más.
Finalmente vence la rutina y la alarma y se levanta, 20 minutos de abluciones,
10 o 15 minutos para escoger la vestimenta adecuada y el calzado que
combine, una vez seleccionado el traje adecuado sigue el ritual matutino más
excelso y dedicado que haya podido observar hombre alguno. El cabello que
10 minutos antes se acomodaba a su muy particular antojo, es ahora sometido a
una serie de procesos complejos y sucesivos que deben ser realizados de manera sistemática
y sin cambio alguno:
1.- Sufre un bombardeo constante de
aire caliente acompañado de un cepillado continuo y específico, suave por
momentos, frenético en otros.
2.- Es acomodado, ahora a la
izquierda, ahora a la derecha, con movimientos meticulosos de mano y cepillo que
siguen el mismo patrón antes mencionado.
3.- El fleco (complejo componente del
peinado, llámese antiguo, o moderno) es sometido a varios alaciados, ya con el
cepillo, ya con los dedos, o con una combinación de los dos puntos anteriores.
4.- Se repiten los pasos 1, 2 y 3 ya
que al parecer la forma del cabello no es la adecuada. Ni observa el patrón de
peinado que debería tener.
Que virtuosa es la belleza, que retrasa el tiempo en aras de la
perfección, se suspende el conteo del reloj y los minutos son eternizados en
busca del peinado idóneo, aquel que por una diferencia de milímetros, milésimas
y micrómetros es el adecuado y perfecto y no el mismo, soso y aburrido de
siempre. El fleco observa una caída en un ángulo obtuso de 97º exactos, el
spray encargado de tal efecto cae sobre el resto del cabello fijando en
proporción y medidas que sólo el ojo experto alcanza a distinguir, sobra decir
que los ojos expertos abundan y es muy difícil no complacerlos. Justo cuando
todo parece salir a la perfección milimétrica que semejante empresa requiere,
ella suelta improperios y maldiciones al aire, coronando la cantaleta con la
frase que todas las mañanas me sacudió, me despertó y me levantó durante cinco
años: “Este pinche cabello no se quiere acomodar”.
Raziel Jacobo Correa Alvarado
México D.F. 2016
México D.F. 2016
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