domingo, 31 de julio de 2011

Daño cerebral (parteII)


Pese a su terrible borrachera despertó con una sensación de satisfacción, su boca reseca evidenciaba una leve cruda, pero incluso la  tenue punzada  en su cabeza más que molestarlo latía como un recordatorio de que la noche anterior la había pasado muy bien sin nada que lamentar. Se sentía a gusto a pesar de no recordar. El ambiente de la sala en que despertó era reconfortante, lleno de hospitalidad, nunca había estado ahí antes pero había una abrumadora familiaridad que le recordaba a todas las salas de las casas de todos sus viejos amigos, donde alguna vez en su época preparatoriana había pasado la noche. Piso alfombrado, sillones bajos forrados de tela suave con relieves que simulaban piel de serpiente, los muebles de aquel lugar daban una impresión de informalidad, de desfachatez aunque eran visiblemente costosos; lámparas en formas de sol, las paredes eran de corcho adornadas con arcos y flechas y fotografías de roqueros famosos de distintas épocas y varios países. En las fotos pudo reconocer a Jim Morrison, Curt Kobain, Ian Curtis, Jimmy Hendrix, Kate Moon,  Layne Staley  además de varios desconocidos con cara de gente famosa y muerta, pero el único rostro constante en las fotografías era el de aquel viejo de ojos enigmáticos, que al parecer siempre había tenido la misma edad. Un mayordomo entró a la sala y abrió las cortinas de par en par, la ciudad tan impactante como el sol resplandeció en toda su magnitud a través de la ventana, como una Torre de Babel que se volvía líquida y se derramaba feroz e infinita a lo largo del horizonte. El mayordomo lo guió hasta la terraza del penthause, donde el viejo estaba desayunando. Se sentó a la mesa y enseguida el mayordomo le sirvió una copa de champaña con jugo de naranja.

-Felicidades –dijo el viejo alzando la copa- brindemos por tu futuro y por el Rock.

Él se quedó atónito y al ver la mirada de duda el viejo bebió toda la mimosa de una vez.

-A noche hicimos un trato ¿no lo recuerdas?

Había en los modales del anciano una sombra de falsedad,  daba la impresión de ser un adolescente haciéndose pasar por mayor, parecía que detrás de las arrugas se ocultaba un jovencito extrovertido, lleno de vida, como el clásico galán de secundaria con rasgos de niña, pero el roquero pensó que era un simple viejo maricón esforzándose por no mostrase amanerado ni quebrar su voz.

-Jacinto ¿verdad? Ese es tu nombre- agregó el anciano.

- Sí, así me llamo, pero siempre me han dicho El Perro, así me gusta que me digan.

-Tienes razón. Jacinto es el nombre de una flor hermosa y me trae tantos recuerdos… pero El Perro es ideal para un músico de Rock. En fin, Perro, ayer me juraste que estabas dispuesto a morir por el Rock y tus palabras me sonaron sinceras, lejos de las balandronadas que acostumbran los borrachos, te salieron del alma y decidí darte una oportunidad. Mañana mi asistente te hará llegar el contrato formal para que lo firmes, pero el verdadero pacto, el de caballeros, lo sellamos ayer, no lo recuerdas pero no importa, puedes retractarte ahora si quieres -Mientras hablaba, el viejo firmó un cheque jugoso y se lo entregó al asombrado Perro.

- Pero qué es lo que tengo que hacer- respondió Jacinto incrédulo.

- No te preocupes, en efecto me gustan los músicos, más los roqueros, y aún más los que están dispuestos a morir, pero descuida, no soy un simple viejo maricón como tantos en la industria. No pido algo que no quieras, sólo que estés dispuesto a componer grandes canciones y llegado el momento morir por el Rock… además de una parte considerable de las regalías de tu música, tu mercancía y tus conciertos, pero eso no es ninguna sorpresa ¿verdad? Así es la industria y tú no tienes nada que perder; según me comentaste ayer, tú vida es una mierda y no tienes talento. Yo puedo arreglar eso.

- Mi vida puede arreglarse con este cheque, ¿pero el talento?

-Ja ja. Por favor toca algo para mí y verás.

El mayordomo conectó a un viejo amplificador de bulbos una guitarra eléctrica que más parecía una pieza de museo. Un instrumento con características modernas y antiguas, atemporal, al verlo bien podría pensarse que fue construido ayer o hace mil años. Al tener la guitarra entre sus manos El Perro sintió amor, la abrazó como a un hijo recién nacido. Acarició las cuerdas brillantes que parecían de acero templado, acarició el cuerpo de madera suave que tenía tallados relieves a modo de caparazón de tortuga, como homenajeando a la primer lira, la que Apolo recibió de Hermes. Era un trabajo artesanal impecable, olía a madera con barniz de manzana, agua de río y cuero curtido de res. Una fuerza sobrenatural empezó a guiar sus manos marcando acordes que parecían caricias. El sonido era la voz de la “totalidad”: el sonido absoluto, porque más allá de distinguir exactamente las tonalidades por su nombre y apellido –Fa mayor, Do menor7, La sus4, Re 5aumentado, etcétera- podía captar los matices más sutiles. Pudo escuchar cómo tronaba el roble y cómo la madera absorbía las impurezas de cada acorde; pudo escuchar una a una sus huellas digitales raspando el entorchado de las cuerdas como grillos frotando las patas. Al presionar sus dedos sobre las cuerdas y las cuerdas sobre los trastes, pudo distinguir claramente el sonido de la madera repeliendo los embates del acero, y del acero doblándose al chapotear con la piel, y a la piel estrujando a la carne, y a la carne estrujando los huesos de los dedos. La guitarra se volvió parte de su tacto. Pudo escuchar la luz vibrante del amplificador y la corriente eléctrica fluyendo por los cables; En la reverberancia de la bocina y de los bulbos pudo distinguir el eco del Big Bang oculto tras el sonido de la luz que se desmoronaba como galleta o arena. El amplificador se volvió parte de sus oídos. Todo matiz eran captado por sus orejas, se trataba del sonido de la materia, del sonido de la naturaleza en bruto,  el alma viva de los objetos, la interacción de las cosas, era la música más allá del Rock y de la Cumbia, la música en estado puro, armonía desnuda, ritmo desnudo, melodía desnuda: era la música primigenia de los átomos.  Las vibraciones atómicas tomaron el control de la cabeza de El Perro y se mezclaron con sus pensamientos, con su imaginación, y fue capaz de manejar, combinar y ecualizar a placer cada matiz escuchado. Saturó los matices metálicos e hizo de la electricidad su eje central. El resultado fue una distorsión con la potencia de un rayo, que al tocar en notas agudas sonaba igual que el llanto de Medusa, y como el rugido de Cerbero al tocar las graves. Había convertido la música pura en Rock. La energía llegó hasta su garganta y estómago y comenzó a interpretar una canción descarnada de Rock que iba componiendo al momento, una canción improvisada que bien pudo haber sido un hit póstumo en la radio y un himno generacional.



Terminó de tocar y su mente estaba despejada, jamás en su vida tuvo otro momento de similar claridad. Descubrió que si bien el Rock era lo que más disfrutaba, la música era algo mucho más profundo. El Rock era una actitud, una doctrina que habían seguido algunos músicos talentosos. No todos los músicos buenos eran roqueros ni todos los roqueros eran buenos músicos. La música y no la muerte era lo que hacía grandes a sus ídolos. Lo demás eran mitos inventados por la industria.

-Podría morir en congruencia con el Rock, pero estoy más dispuesto a vivir por la música. La música es todo. Lo he comprendido.

- Aún estás bajo el efecto de la guitarra y el sonido de los átomos, por eso hablas así- contestó el viejo desilusionado- ya sospechaba que tu alma no estaba dispuesta a morir por el Rock y este instrumento ha servido para revelarla. Eres un “pouser” como los demás. Indigno de morir por el Rock.

-La muerte no es lo que hace que la música sea buena, no necesitas morirte para ser un buen músico y los roqueros son a final de cuentas músicos que hacen un arte  congruente con su estilo de vida. Es la congruencia y no la muerte lo que los hace auténticos, humanos irrepetibles.

- Esto no se trata de congruencia, se trata de negocio y así es el mundo. Si haces buenas canciones de rebeldía te vuelves un rockstar, yo me encargo de eso aunque no tengas talento. Sí un rockstar muere en el apogeo de su carrera se vuelve un mito y los mitos venden más discos que los rockstars vivos. A eso se reduce el asunto. Lo único que necesito es un enajenado que esté dispuesto a morir, pero ya veo que ni para eso me sirves.

- Yo no quiero ser un producto y no quiero ser más un enajenado.

- No hay trato entonces... detesto que me hagan perder mi tiempo- el viejo se sacudió las moronas del desayuno, se limpió la boca con un pañuelo blanco, se paró de la mesa y revelando una sonrisa maligna pronunció un conjuro.







-Te maldigo para el resto de tus días.

El anciano chasqueó los dedos. Un calambre quemó la mitad del cerebro de Jacinto, la fuerza de la parte izquierda de su cuerpo murió, se evaporó, se desconectó de tajo. El zumbido del amplificador se le hizo insoportable y la guitarra que reposaba entre sus manos perdió de pronto su significado, se convirtió en simples tiras metálicas amarradas a un madero.



Romeo Valentín Arellanes

Tenayuca Estado de México, agosto 2011


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