Tengo miedo, los augurios de la noche me dicen que estoy en el lugar correcto. El cruce de caminos pareciera falso, como dibujado en mi imaginación, la bruma dificulta mirar y respirar, quisiera haberme equivocado y estar desvariando por el terror y el whisky que sigue sin confortar. Falsa ilusión del cobarde, los aullidos de los perros, el sonido inconfundible del silencio y los presagios en el viento confirman lo contrario, es aquí. Espasmos de terror recorren mi cuerpo, por momentos siento el toque frío de la muerte en el hombro izquierdo. Es el miedo, el miedo me hace desvariar, me hace sentir este sudor helado que me recorre la espalda, me atenaza la nariz con aire sofocante e irrespirable.
La guitarra en mi mano espera callada, mi amante ingrata, mi desafiante amor, la dueña de mis decisiones, por quien obsequiare lo único de valor que poseo. Espero, llevo horas esperando, los cigarrillos se agotan, la sed es insoportable, otro whisky no caería nada mal, el miedo se vuelve compañero, la oscuridad impenetrable deja de intrigarme, la impaciencia hace su juego y me gasta bromas crueles, es la ansiedad de lo inevitable, la ansiedad del destino que viene a mi encuentro.
Intento tocar un poco para calmarme, nada sale de mis dedos entumecidos, no hay emoción sólo mediocridad, estar aquí es la decisión más honesta, la guitarra se niega a seguirme, esta molesta lo sé, no más, hoy termina. Pagaré, se que pagaré, todo en la vida se paga, pero esto va más allá, me condeno a cada minuto y me aterra la la innegable verdad: no hay otra solución.
Lo supe en cuanto ese apuesto hombre de traje fino me escucho tocar en el bar, me miro por primera vez sonrió y me señaló:
-Tú, mañana al anochecer en la encrucijada- me dijo- no faltes, tus deseos serán concedidos.
¿Y qué deseo?, deseo ser correspondido, deseo que mi amante ingrata responda a mi llamado, que sienta lo mismo que yo, que exprese mi dolor, que sepa que mi condenación será ella, para siempre.
La muerte me toca de nuevo, señala el camino y susurra un par de palabras: ya viene. Observo la nube de polvo cada vez más cercana, esta vez es verdad, no más juegos de la mente ni trampas de la ansiedad.
Un auto negro con asientos de piel y un olor peculiar se detiene. Es él, el hombre del traje fino, sonríe de nuevo, se delata, no hay duda es él, muestra el contrato en su mano, habla con esa voz que me paraliza la voluntad :
- Robert estas haciendo lo correcto.
Firmo con prisa, manchando de sudor el papel, señala a mi amante ingrata y sonríe por última vez. Sube a su auto negro con asientos de piel y olor peculiar, me mira de reojo, toca su sombrero a manera de despedida, tan sólo dos palabras:
- Te espero.
Observo la nube de polvo alejarse, de pronto la certeza del destino funesto y el arrepentimiento se apoderan de mí, lo se, lo sabía, mi alma esta condenada.
Raziel Correa, Agosto de 2011.
Venustiano Carranza, Distrito Federal
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