martes, 13 de septiembre de 2011

Editorial

La Mujer

 
Un punto de vista muy masculino

Tal compromiso, reconociendo que en Desencuentros somos hombres (cualquier cosa que eso signifique); resulta no sólo desafiante, sino  más bien un reto del que no creemos salir bien librados. En primera porque somos un par de acomplejados que disfraza sus machismos en un romanticismo desaforado, en segunda porque no intentamos agradar al sexo opuesto con nuestro tema de este mes, siendo sinceros nuestro tópico surge de los largos debates en que los integrantes de Desencuentros se enfrascan cada que intentan descubrir que carajos es “La Mujer”.  Hemos concluido que, al menos para quienes escriben, lo son todo, la musa primera y el largo etcétera, si por morbo, si por amor, si por despecho, si por admiración, si por odio, siempre valdrá la pena intentar descubrirlas y el meollo de todo este asunto: entenderlas. Toca a nuestros colaboradores (todos están invitados) decidir si le entran al debate y aportar su respuesta, quizás entre todos lleguemos a la conclusión lógica: es un tema interminable.

Te levantas


Con los ojos entreabiertos puedo ver la figura que dejó tu cuerpo en las sabanas.
Cierro los párpados adoloridos todavía -no recuerdo de qué- y te imagino poniéndote las mallas negras, el brasier y tu playera suelta y larga.
No tardaré mucho en aprender que después de todo, para el último adiós no se necesita decir nada.



Julio Cervantes Ortega 
Tlalnepantla,  Estado de México, septiembre 2011.

Trastocada

A los ausentes,  
quienes fortuitamente me enriquecen. 


Micaela comía maravillada una nube esponjosa y dulce de color rosa; desde niña compartía ese delicioso gusto con Ausencia, su abuela.

Mientras se relamía los dedos, preguntó dudosa, “¿la extrañas?”. Eusebio cerró suavemente los párpados, se acurrucó poco a poco en la banca de madera, y con el acaecer del sol su rostro dibujó una tierna y nostálgica mueca.
 
“Extraño absolutamente todo lo que provino de ella. No cualquiera puede entender y dar significado a las palabras”, dijo. Eusebio abrió los ojos, apretó la mano de Micaela y continuó. “Tuvimos la fortuna de toparnos, de reconocernos, de aprehendernos. Me dio la oportunidad de saber lo que significan las palabras des\alma\das y las terribles consecuencias que ellas traen consigo. En su capacidad de darse y narrarse hallé historias plagadas de personajes variados, anécdotas magníficas, clímax insospechados, algunos puntos suspensivos, muchos borradores, capítulos completos, y los inevitables finales que acompañan nuestra vida.
 
Supe que la retórica sólo alberga la distancia, maldita sea, no hay nada más triste y vacío que lo que se enuncia pero carece de sentido y significado, porque no golpea nuestro mundo, sólo se mal\dice y nada en ello es real”. Eusebio, agitado, soltó la mano de Micaela, respiró profundamente y calló por un par de minutos; miraba como el suave y álgido viento de otoño jugaba con las ramas de las higueras. En sus pies, sintió un leve golpecito, con la mano temblorosa tomó el carrito rojo que agarraba empuje a través del aire de un globo. “Extraño nuestras epifanías cotidianas, esas que vuelcan el alma con ritmo y cadencia”. Infló el globo amarillo canario, el diminuto carro rojo echó a andar y sonrió. 

Eve Alcalá González
México D.F. Septiembre 2011

Un pendejo se nos fue sin pagar


Clarisa fue de todas sus hermanas la más hermosa, siempre sonriente, jovial y con mucha vida. Se casó con un apuesto militar, un hombre frio como la nieve, pero eso la fascinó. Una sola rosa fue suficiente para que Clarisa callera directo y sin escalas a sus brazos. Tuvieron 5 hijos, ahora todos unos hombres trabajadores y cada uno ya con sus nuevas y crecientes familias.
Al enviudar Clarisa prefirió regresar a la casa donde vivió su infancia a lado de sus 4 hermanas que aún viven allí, justo a unas calles del centro de su ciudad.
Para ese entonces, la idea de tomar un hoya y calentar agua para una tasita de té, era impensable, todos en la casa sabían que Clarisa solucionaría ese problema, ella la hermosa tía de cabello negro y largo, con ojos obscuros y profundos como una noche sin luna.
Una de sus magníficas cualidades era su facilidad para cocinar, su talento innato por saber qué ingrediente poner en cada platillo y su amor por servir y mantener a todos felices dentro de la casa. Todos amaban la comida de Clarisa. Pero ahora, después de una serie de eventos desafortunados que llevaron a una crisis económica a la reintegrada y aumentada familia de hermanas se vio en la necesidad de buscar más opciones para conseguir dinero.
Así que Clarisa, decidió vender comida a los transeúntes de su ciudad, y con ayuda de todas las hermanas, y como las cosas no estaban tan bien, y a pesar de su talento para las exquisiteces culinarias Clarisa abrió las puertas de su casa, y se dedicó a vender los muy conocidos tacos de guisado. 
A las 6 de la mañana comenzaban las labores, se repartían el trabajo de la cocina entre todas las hermanas, comprar los ingredientes, lavarlos y hacer 10 guisados diferentes, siempre los mismos, para facilitar el de por sí, arduo trabajo. Desde las 12 del día las cazuelas con guisados estaban listas para recibir a sus clientes para la hora de la comida; y alrededor de las 9 de la noche, salían 200 salchichas hervidas, mediasnoches, jitomate picado, entre otras cosas, listas para ofrecer hotdogs para la cena.
Las 5 hermanas trabajaban duro para tener todo listo y a tiempo. Justo a las 2 de la tarde, bajaban de sus oficinas alrededor de 50 a 70 trabajadores hambrientos y con prisa a comer sus tacos de guisado; ellas se esforzaban por coordinarse y coordinar a sus sobrinas que ayudaban a cobrar y a despachar los tacos, a la señora que lavaba los platos, a dos amigos de sus sobrinas que recogían los platos sucios, un primo despachaba refrescos. Todo sucedía muy rápido, el fuego mantenía calientes las hoyas, un comal calentaba las tortillas, mientras sus clientes esperaban desesperados por comer, todo era un alboroto. Su nombre sonaba por todos lados, "Clarisa dos de papa con chorizo por acá, cuánto te debo de dos y un refresco, Clarisa ya no tenemos cocas, Clarisa un pendejo se nos fue sin pagar"
Ella despachaba, cobraba y coordinaba a todos desde atrás de las cazuelas. Entonces sucedió. Un resbalón con un charquito de agua que había caído al suelo, ella puso la mano directo en el comal, la piel de la palma de su mano quedo pegada, un dolor recorrió su cuerpo completo, y se escuchó su grito "¡Puuuta madre haaaaaaaaaaaaaa!" se metió a la casa... dos hermanas corrieron a su auxilio, las demás seguían atendiendo.
 
-Dios mío ¿qué pasó?
-Creo que se quemó “Claris”, pero dígame qué va a llevar.

-Ah sí, quiero uno de picadillo y uno de bistec a la mexicana.

-Y usted señito.

 
Siguió el alboroto en la cocina, los clientes seguían apresurados comiendo, las primas se pusieron en el lugar de Clarisa y de las otras tías que fueron a ayudarla. Por la noche los hotdogs estaban listos para la ronda de la cena.


María del Pilar Barragán
Tlanepantla, Estado de México

Mitad

-Mitad hombre y mitad mujer, no valen la pena discusiones.
-¿Siempre lo has pensado?
-No, no siempre.
-¿Entonces?
-Me gusta pensar que las cosas son más sencillas de lo que parecen. Así que para no entrar en detalles, lo digo así.
-Yo no lo creo…
-¿Por qué?
-Solo me gusta creer que las cosas son más difíciles de lo que parecen y sí, acepto que quiero discutir un poco, luego, si es posible, irme contigo y descubrir que sí somos la mitad, tú en mí y yo dentro de ti.

Canan.
México, D.F.

viernes, 2 de septiembre de 2011

El Tiempo Corre

Quiero olvidar por qué duermo abrazada a tu retrato
por qué al caminar por la calles repletas de gente
me siento sola, completamente sola...
Perdí la noción del tiempo,
él mantiene su paso,
camina de noche y de día
con sol y con luna
No asimilo llorar al pensarte
al sentirte lejos, muy lejos.
Ese anhelo de tu llegada sabe amargo
y quiero extirparlo de inmediato.
Te observo en cada persona
y la ceguera sería inúltil,
estas dibujado detrás de los párpados,
en la mente... ruego desvanecerte.
Mi cuerpo pregunta por tí
los labios enmudecen,
guardan silencio ocultando tu partida,
esa que turba al punto de enloquecer.
Recuerdo aquel tiempo en el que me pensé feliz
ese en el que decías amarme
en un momento que se antojaba eterno
y tus ojos concebian reflejarse en mi... solo en mi.
En lo infinito avanzan las manecillas del reloj
las cuchillas perfectas para acallar este corazón.
Las manos que te extraviaron,
tiemblan de frio desconsoladas,
miedo tendrán de ser mutiladas.
El tiempo corre sin mirar atrás
un monólogo amante
explica todo de manera contundente
no queda más nada, ni lágrimas que llorar
evocarte no sirve para perdonarte
aversión pronto serás
y esta afrenta alguna otra por mi resarcirá.



Yazmín Sánchez Linares
Miguel Hidalgo, Distrito Federal.

El día libre de Ana

Domingo. Once treinta de la mañana, despierto con la boca seca, el rímel dibujando perfectamente mis ojeras, con olor a tequila en todo el cuerpo y demasiado tarde para darle el desayuno a Pablo. Qué más da, que espere a la hora de la comida, pienso en voz alta mientras sirvo agua del grifo del baño en un vaso de cristal. Observo mis treintaisiete años en el espejo, bebo el agua tan rápido que se atora en mi garganta. Esto me hace mala, más que mala. No dejo de pensar en ello. Lavo mi cara, seco mi rostro con la toalla verde bordada con las iniciales de Pablo, la tiro al suelo, a dejado de oler a él, es como si no fuera suya. Un intento de sonrisa se me escapa mientras recuerdo lo desagradable que era que todo aquí oliera él, inclusive yo.

Salgo del baño, me quito la ropa de antro, se queda marcado el borde del escote en mis senos, me pongo el camisón naranja y las sandalias de plástico. Camino lento, me pesa tanto que sea domingo, Ana la enfermera que atiende a Pablo se toma el día libre y entonces tengo que limpiarlo, alimentarlo, sentarlo en la silla de ruedas y cambiar la bolsa donde cae su orina. Me asomo a la habitación, desde aquí se escapa el olor a orines con cloro y apesta todo el pasillo. La luz del mediodía ya lo despertó. Recostado, como perdido en el tirol del techo, sólo parpadea una y otra vez. Me acerco a él, aun con aliento alcohólico, beso sus labios, aunque el sabor salado de su saliva seca, contrarresta el ambiente a cantina en mi boca. Me ahorro los buenos días. Es difícil y sin sentido hablar con quien no te contesta. Hoy, supongo, también él está cansado, quizá aburrido de estos siete años de silencio entre nosotros y por eso no trata de mover sus esqueléticas manos, inútilmente como siempre. 

Después de limpiarlo, de ya no aguantarme las ganas de vomitar y sentar a Pablo en la silla, le coloco una boina a cuadros negros y grises y unos lentes oscuros. 

-Pareces inspector. Jaja. Te ves guapo -lo digo sin pensar, se me salió y las ganas de hablarle simplemente me llegan-, Ana es muy paciente; me impresiona como te afeita sin cortarte ni un milímetro de la cara. Lo más probable es que si fuera yo, ya te hubiera cortado, pero la yugular. Claro que sería un accidente. 

Empujo su silla hasta la cocina. Enciendo un cigarro con el quemador de la estufa. Pongo sopa instantánea en el microondas y la comida del refrigerador marcada con “domingo” en la licuadora. La sonda que alimenta a Pablo lo ha hecho todo más fácil. Mientras lleno la jeringa, con esa pasta entre verde y café olor a hierro, para introducirlo en la sonda, comienzo a divagar entre la parranda de la noche anterior y la anterior a esa. Noches que de cierta forma me hacen sentir feliz, bueno, felicidad que dura hasta que amanece y a veces retorna como el recuerdo de travesurillas. 

-Oye Pablo te extraño. A lo mejor piensas que no, pero si -después de años de silencio solo digo puras estupideces-, ahora ya lo sabes. 

Enciendo el televisor. Pablo sigue con la mirada perdida. Es como ver a un perro tristeando en un rincón. Sorbo mi sopa que esta hirviendo y con demasiado picante, cae en mi estomago quemando todo a su paso, junto con la sensación de vacío en mí. Me parece chistoso, aunque sea cruel, la situación en la que acabo nuestro matrimonio. Pablo era el sueño de cualquier mujer, claro dejando a un lado esos sueños de pedófilo que trataba de desahogar conmigo. ¿Cuando deje de ser su niñita? Tal vez cuando permitió que su trabajo lo absorbiera del todo y llegara a casa fastidiado, cansado y después de tantas horas pegado a la computadora, bueno eso quiero creer yo. Aunque la verdad es que simplemente se quedó sin ganas de estar conmigo. Recuerdo cuando revise su computadora portátil, encontré fotos de niñas de tal vez trece años. 

-Mira los Hermanos Caradura, es una buena película. A ti te gusta mucho –es inútil, Pablo ésta más distraído que de costumbre-, no tienes muchas ganas de hablar conmigo, se te nota, pero no importa yo contigo si. De cualquier forma no puedes impedírmelo. El problema siempre fue que te cansaste de mí. Todos maduran, hasta yo, tu princesita. Te confieso que me gustaba el jueguito donde yo era una niña buena, inocente. Ese era nuestro lenguaje, con todo y esos corpiños que me hacías usar de Las Chicas Súper Poderosas o ese cachetero con pandas en las nalgas. Se que lo recuerdas. Durante muchas noches después del accidente espere tu voz rasposa convertida en gemido, acariciar esa parte de mí que eriza en automático mi piel. Porque solo tú conoces ese secreto, ese tono exacto. La fuerza de tu cuerpo en ese vaivén de caderas, exquisito y delicado; como tratando de no lastimarme. Si el matrimonio se tratara de puro sexo, sin preguntas ni respuestas falsas, el nuestro sería el más feliz del mundo. De verdad, te extraño. 

Pablo por fin levanta la cara, pero no la sostiene. Comienzo a llorar. Me siento tan patética, tan hipócrita, tan sola. Pero si todo esto es culpa de él, de su trabajo, de su pervertida pasión por mí, que ni siquiera me permitió un hijo. Lo más probable es que toda clase de fantasía donde yo era una niña se borraría para siempre al verme como una mujer ya de veintitantos, o peor, como madre. 

El día del accidente fue uno como cualquier otro, miércoles, me levante tarde. Recuerdo que estrene un conjunto de lencería de encajes rosas, igual no tenía dibujitos pero el color era infantil. Pablo llamó para avisar que llegaría tarde como lo hacía desde hace tiempo y que no lo esperara. Ahora hoy atando cabos, lo más probable es que saliera con alguna jovencita o se la pasara viendo pornografía como la que encontré en la computadora. Era un problema evidente que ya tenía cuerpo de mujer de treinta, igual seguía delgada, con buen físico, pero no conservaba el mismo busto de setentaiseis centímetros ni la cadera de ochenta. Esa noche me quede dormida viendo televisión, cuando, como a las tres de la mañana me llaman del hospital. Todo es tan vago ahora, recuerdo que todas las decisiones las tomo la madre de Pablo, yo estaba aturdida. Ni siquiera entre a la habitación de terapia intensiva. Cuando estaba en recuperación, entre un par de veces, él me observaba como enojado y al poco tiempo sentía una súplica con su mirada. Desde entonces no le hablo ¿para qué? No quiero saber que estaba haciendo tan lejos de la casa a esas horas. Lo bueno es que mientras vivió, mi querida suegra se apoderó de Pablo y yo no tuve que meter las manos hasta hace un par de años. 

-Oye, no sé si te conté que en la facultad mis compañeros me cotorreaban diciendo que yo era el sueño de cualquier pedófilo, que parecía una niñita pero que ya tenía edad legal. Jaja –Pablo mueve la cabeza pero ya no la levanta-, sabes anoche mientras me revolcaba con un chico de veinte, brinde por tu perversidad. No se por que tú tratabas de mantener esa ilusión conmigo. Nunca hablemos de eso pero yo lo sabía, siempre pensé que eras un pervertido. Que por eso siendo un abogado con tanto prestigió te casaste con tu alumna, quince años más joven. Pero no te preocupes, igual te amaba, eso creo. Si te amaba, en algún momento dejé de hacerlo. No se bien si fue antes o después del accidente, si cuando dejaste de buscarme o cuando decidí que a mí también me gustaba lo divertido. Con razón te casaste conmigo en cuanto cumplí veinte años. No te voy a mentir, me encantaba ser parte de tus fantasía sucias, en algo se parecían a las mías. Me gustaba verme como colegiala, que mi cabello largo y negro, sujetado con dos moñitos, cubriera mis senos y ver tu cara y tu piel estremecer cuando ponía carita de niña buena mientras jugueteaba con la orilla de mi falda. ¿Lo recuerdas? 

Pablo no hace ningún movimiento. Mientras yo sigo sorbiendo de mi sopa. No se por que pero se dibuja una sonrisa malvada en mi rostro, bueno si sé: recordé a esos chicos que han aliviado mi soledad, momentáneos y pasajeros, pero en la edad en que los hombres sienten que tienen que demostrar su hombría, con las palabras correctas y el estímulo indicado, hacen todo para complacer. 

Se termina la película, dejo a Pablo frente a la ventana de la sala, recojo las cortinas, para que pueda ver la calle. Que calor. Me tiro en el sillón. Hace falta pintar las paredes, la humedad desprende el azul de ellas. Observo la foto de mi boda, si que soy linda, con cara de muñequita. Ay Pablo, pero que bueno estabas. Es mejor que deje de pensar en estupideces, así que me levanto por más agua, los domingos me sabe a gloria. Camino aun más lento que cuando me desperté, hoy tampoco tengo ganas de alzar la cabeza. Entro a la cocina, aunque bebo tres vasos grandes de agua con medio limón, la sed parece no tener fin. Mejor enciendo otro cigarro y regreso al sillón. 

Creo que esta vez la soledad impide que la sensación de horas de sexo por la noche se quede un minuto más en mi cuerpo. De repente durante estos siete años me atacó la culpa, con saña y crueldad. Pero si tan sólo una vez ese sentido de amor por las niñitas no se hubiera interpuesto entre nosotros, quizá no lo hubiera detestado y engañado con cuanto chico no mayor a veinticinco conocía. Al grado de desear ser libre y que, pues, Pablo muriera. Y sólo así no tendrían que preguntarme porque lo dejaría, si es que la diferencia de edad ya me afecto, si es que encontré a otro más joven, si es que no tuvimos hijos. Donde la repuestas serian tan idiotas como cualquiera de estas preguntas, porque ¿como decirme cómplice de esa perversidad y que al fin de todo, me dejara porque me crecieron los pechos, como? Era absurdo pensar en dejarlo, es absurdo. Jamás tuve las agallas. Y a pensar que esa, quizá retorcida, forma de amarnos era lo que nos unió. Tendría que mentir, como tengo que mentir y como seguiré mintiendo acerca de nosotros. 

-Jamás quise esto –camino lento hacia Pablo, la luz de la tarde enrójese su rostro. Le quito los lentes y la boina. Me hinco, pongo sus manos alrededor mío, como un abrazo, recargo mi rostro en su pecho y comienzo a llorar, duele muy hondo-. Nunca pensé que esto pudiera pasar. No te odio, sólo me siento enojada contigo porque ya no te gusto. Se que tú sabías que me acostaba con otros y nunca me reclamaste nada. Esperabas a que me fuera de tu vida, no me lo pedias, pero lo sabía. Y por eso también estoy enojada conmigo por no poder irme con la frente en alto, en vez de eso, me deje destrozar el alma con todas mis aventuras mientras tú estabas a un lado pero tan perdido en tus decesos. Desde entonces, soy incapaz de sentir algo más que caricias y besos, que lejos de ser míos, son gritos ahogados. 

Me levanto corro hasta mi habitación. Grito sin poder decir nada, de cualquier forma quizá ya esté muerta en vida. Me dejo caer en la cama, abrazo la almohada tan fuerte como si quisiera unirme a ella. El teléfono suena, lo aviento contra el espejo. Hay por donde quiera pedazos de mí. Sujeto las sabanas azules con todas las fuerzas que entregan mi dedos, se tornan rojas al desprenderse el acrílico de mis uñas. Después de un rato cierro los ojos. 

Pasan horas, me quede dormida. Ya es de noche. Salgo del cuarto, camino hasta Pablo, que sigue a un lado de la ventana, enciendo la luz, él se me queda viendo fijamente, su mirada trata de no decirme nada, pero me recuerda todas esas noches donde perdí el aliento trepando por las dunas de su cama, que parecían un oasis, aun paso del precipicio. 

Es hora de cenar. Lo mejor del caso es que él no puede hablar y admitir o refutar. Empujo su silla hasta la cocina. Saco del refrigerador el licuado de Pablo, pongo agua para café en el microondas, lleno la jeringa. Tomo su mano, esta helada a pesar de que hace calor, cierra los ojos, yo lo sacudo y él me observa. El microondas anuncia que el agua esta lista. 

-¿Estas despierto? –pregunta tonta, pero es una forma de dispersar el miedo. 

El silencio repentino de la cocina estremece la noche. Y valiéndome madre la hora y la cena de Pablo, lo llevo hasta la que fue nuestra habitación. 

-Tenía mucho que no estabas aquí, cambie los colores de las paredes, creo que se ve lindo de este tono lila. Y también cambie el estilo de los muebles, lo rústico va mejor conmigo –dejo a Pablo a un lado de la cama, enciendo la lámpara que esta sobre el buro y apago el foco del techo, así todo queda a media luz amarillenta, abro el closet y saco un coordinado azul de Burbuja-, mira tu Chica Súper Poderosa preferida, aunque ya no me luce como antes, ahora me veo casi tan voluptuosa como una chica Play Boy, creo que no quieres vérmelo puesto, además no pienso desperdiciar esta noche. No es que quiera hacer las paces contigo, es que no soy tan mala, no, no soy mala. 

Me quito el camisón, quiero que me vea desnuda. Busco en el closet un negligé rojo con bordados negros. Aquí esta, me lo pongo, me siento como la primera vez que hicimos el amor. Me doy vuelta lento. Se que debí darme un baño. Acaricio el bordado sobre mis senos, y la uña casi arrancada con el acrílico se atora y me lastima. Meto el dedo en mi boca, el sabor a sangre y Pablo totalmente lacio sobre la silla de ruedas, detienen todo signo de vida en mí. 

-¿Pablo? –Casi no puedo hablar, camino hacia él, lo sacudo cada vez más fuerte, pero no despierta, sujeto sus manos, acaricio mi cuerpo con ellas. Me siento en sus piernas-, Hoy no me dejes sola. 

Me aferro a él, como si sirviera de algo. Beso sus labios fríos, que igual cuando vivos, no sienten nada. Trato de cargarlo, pero no puedo con lo que le queda de humanidad. Acerco la silla de ruedas a la cama y lo jalo hasta que lo acuesto en ella. Me recargo en él, cierro los ojos. De pronto caigo al vacío debajo de mi espalda. Despierto. El frío de sus labios invadió las sabanas. Me abraso a su cuerpo, se que está vacío, pero no importa, porque así esta noche se tragara el abismo. Hoy tampoco puedo dejarlo, solo esperare a mañana, a que llegue Ana.

Tania Plata, Durango México.


Más cuentos de Tania Plata http://taniesuca.blogspot.com/

Un movimiento muy sugerente.


Mientras bebes el segundo mezcal de su ombligo y juegas con sus senos en un claro ejemplo de destreza, te preguntas cómo diablos fuiste a parar en esa cama, a esa hora y con esa mujer. Tú, que hasta este día te considerabas el ejemplo perfecto del perdedor, tú que hasta este momento en que tocas delicadamente su vientre, como sugiriendo algo más; no sabías como reaccionar a una sonrisa o a una caricia distraída. Primero lo primero, el alcohol hizo lo suyo, relajo todos tus prejuicios y sus defectos, acentuó tu valor y sus virtudes, desecho tus complejos y sus exigencias, te alentó a acercarte, a preguntarle su nombre, a invitarle una copa, a sentarla en tus piernas sin un ápice de vergüenza o soberbia. Lejos estaba aquel introvertido y tímido oficinista que reculaba ante el saludo coqueto de una compañera, todo fluía con naturalidad, esa que sólo otorga el alcohol, mientras acariciabas sus largas piernas y te dejabas admirar por la bola de babosos a tu alrededor, ella escuchaba y aceptaba las cochinadas que acudían a tu imaginación en sustitución de la inspiración. Y ahora esta aquí tangible, besable, palpable, mamable, tocable y lo demás que se te ocurre, que importa gastarte toda la quincena, esto es muy parecido al amor.  Ella se deja hacer, virtuosa mujer, acepta tus ensayos y errores, tus desvaríos y disculpas cuando a la hora de la verdad quedas más a deber, culpas de nuevo al alcohol, cuando minutos antes le agradecías la oportunidad, cero disculpas, si más copas y segundas oportunidades.  Viene la buena, anuncias con pretensión, ahora si aguantaras, nada de remilgos de su parte ( con albur y sin albur) te acepta de nuevo, prodigio de mujer que con una sonrisa compone lo descompuesto, tu semblante y el remedo de erección que presumes, cómo diablos fuiste a parar a ese cuarto de hotel, quién te inyecto las agallas, cómo decidiste armarte de valor y pronunciar las palabras exactas:  claro que te puedes sentar.  Y ahora recuerdas que siempre fue ella la de la iniciativa, fue ella quien desde que salió a escena te miro y decidió elegirte, quien mientras sonaba la música se acerco a ti ignorando a los demás, se desnudo frente a ti y con suma naturaleza te otorgo el valor necesario. Ahora recuerdas todo, mientras de verdad aprovechas su bondad, se te va la voluntad, acaricias su senos y besas sus axilas llenas de sudor, ciertamente no se necesita el amor cuando la quincena se puede terminar en un cuarto de hotel con esa mujer que al bajar del escenario se acerco a ti y con toda galantería te pregunto si te animabas a pagar. 

Raziel Jacobo Correa Alvarado
Venustiano Carranza México D.F.

Bello Parásito

Te habrías pasado los años ocupada en tu guardarropa.
Serías un bello parásito enquistado en tu buen matrimonio.
Vargas Llosa.

Te levantas con el día hecho: de nueve a once abluciones el narcisismo en su más  fina expresión. Admirar las líneas perfectas de tu cuerpo mientras lo recorres con el jabón, la delgadez del talle, la sutileza de tu figura, lo terso y suave de tu piel, un pretexto más para convencerte de tu perfección. Sales limpia convencida y segura de tu lugar. Te tomas tu tiempo, vestirte es otro deleite, escoger el atuendo idóneo, aquel que sugiera y no oculte, aquel que resalte y dignifique, aquel que justifique su elección.  Será hoy un día como los demás, saturado de “quehaceres indispensables”, que si reunión con las amigas para tomar café, que si hay teatro y se requiere tu visita, que si hay baile, que si el guardarropa necesita actualizarse, que si vienen visitas a admirar tu casa y tu buen porte, el larguísimo etcétera. El mundo no te da respiro, no tiene consideración de tu alma, hay que sufrir tanto para ser alguien. Tardes enteras tan necesarias, tu marido se contenta con incentivar tu perfección, sabe que no esta a tu altura, pero sabe también que sin él no serías el portento que eres ahora, su función hasta ahora, más que amarte es procurarte, es encargarse de todo lo necesario para cultivar tu belleza, estar ahí con la chequera lista para pagar cualquier pócima, ungüento, perfume o bálsamo que necesites en tu larga carrera hacia la perfecta belleza. Las noches son otro ritual, similar al matutino, solo que acompañado de mascarillas, antifaces y la difícil decisión del camisón, entre la seda y el algodón hay un trecho muy largo que no siempre estas segura de recorrer. Ser bella es demandante, procurarse una vida de hermosura lo es más, difícil vida la que has elegido, sufrir ha sido y será tu cruz.

Raziel Jacobo Correa Alvarado
Venustiano Carranza México D.F. 

La Conspiración de las Tehuanas.


Tal vez el calor y la humedad del aire influían, pero lo cierto es que yo sudaba cada vez que la novia de mi primo se quedaba en algún momento de pie enfrente de mí luciendo sus hermosas piernas compactas, firmes y bronceadas; también sudé a la hora de la comida, cuando se levantó de la mesa para ir a la cocina respondiendo al llamado de mi abuela y nos dio la espalda mostrando sus redondas nalgas pegadas al vestido delgadito de algodón, cortito, semitransparente, como suelen usarlo las mujeres de climas tropicales, y cuando volvió de la cocina cargando platos y cubiertos, y los puso sobre la mesa inclinándose ligeramente, pude ver que tenía un lunar en la línea donde se juntan los dos senos y pude ver en la comisura de sus pezones oscuros una gotita de sudor: imaginé que encajaba mi rostro en su escote y le alzaba la falda, entonces empecé a sudar de a de veras como un puerco y me costó trabajo respirar. No reparé en que estaba siendo demasiado indiscreto al mirar a Nallely, hasta que Mónica –mi novia en ese entonces, que estaba sentada a mi lado- me dio una patada en la espinilla y me reprochó con una mirada de profundo odio. Mónica también era sexy, espigada y altiva. Era muy delgada y a mí me gustaba mucho su cuerpo altivo y su andar altanero. Mónica tenía mucho pegue en su propio ambiente, el de la ciudad, pero por alguna razón desmerecía ante el clima istmeño con tanto calor, humedad y mosquitos, además se sentía incómoda por los murmullos de mi familia y por descubrir mi verdadera identidad y mis gustos rupestres, eso agriaba mucho su carácter. Ese viaje abrió la primera grieta en nuestra relación que se desquebrajaría completamente algunos meses después. En esa época preparatoriana yo amaba a Mónica, por eso la llevé hasta Oaxaca a conocer a mi familia, quería que conociera el pueblo donde pasé las vacaciones  más divertidas de mi infancia, que conviviera con mis tías,  que hiciera buenas migas con mis primas, pero sobre todo quería que conociera a mi abuela y se riera de sus ocurrencias y chistes subidos de tono, que la respetara y la llegara a querer y admirar tanto como yo. Pero eso no ocurrió porque ni a mi abuela, ni a mis primas ni a mis tías les gustó mi novia y ella no supo cómo hacerse querer.  Al principio no vi una mala cara  de ningún bando pero las mujeres intuyen esas cosas y tienen códigos de lenguaje específicos para chingarse entre sí sin abandonar la cortesía y sin que los hombres lo notemos. Tal parece que tanto las chilangas como las tecas entienden ese código por igual. A los pocos días de nuestra llegada al pueblo, sin quererlo, escuchamos a mis tías diciendo que Mónica no era nada acomedida, que era caprichosa y que seguramente no sabía lavar ni sus calzones. Mi abuela también la criticó.
-Esa muchacha, está muy flaca, se va a morir cuando tenga al primer hijo.
La compararon Nallely, la novia de Mariano, que era oriunda de Pinotepa Nacional, un pueblo de la costa oaxaqueña.
-Esa muchacha va a ser buena para parir- dijo la abuela muy contenta y orgullosa del buen gusto de mi primo, mientras Mónica y yo entrábamos a la recámara donde mis parientes platicaban. Todas cambiaron el tema disimuladamente. Mónica fingió no escuchar, igual que yo.
Mi abuela creía que todas las cualidades de una mujer se supeditaban a la capacidad de tener hijos y atenderlos. Su concepto de la estética femenina estaba ligado estrechamente a la fertilidad y a la capacidad de resolver las necesidades prácticas y primordiales de una madre: un cuerpo robusto, no necesariamente obeso, garantizaba que durante el embarazo, la mujer proporcionaría suficientes nutrientes al futuro bisnieto; unas caderas grandes eran señal de que el parto sería “natural” y que se realizaría con relativa facilidad con pocos riesgos para la salud la madre y el bebé; unos senos grandes significaban una abundante producción de leche y en consecuencia un bisnieto bien alimentado. Es curioso que uno simplemente busque caderas y nalgas grandes para montarse a gusto sobre ellas y senos grandes para reposar un rato. Supongo que al criticar a las novias de los hombres de la familia, mi abuela simplemente asumía su rol de matriarca suprema del clan de Los Matías de Matías Romero, preocupada por perpetuar su especie con la mayor eficacia posible. Contrario a mis tías que sí criticaban sólo por mala leche.
En fin, después de que escuchamos a mis tías criticar a Mónica, nuestra estancia en el pueblo se tornó más tensa, y tronó definitivamente con ese pequeño incidente en que fui indiscreto al mirar a Nallely. Todos en la mesa, excepto Mariano, se percataron de la mirada inquisidora de Mónica hacia mí. Ya en la sobremesa una de mis tías comenzó a hablar de las mujeres celosas, dijo que fulanita la esposa del vecino estaba loca y armaba escenitas de celos a cada rato y que por eso la habían “dejado”. Otra tía puso como ejemplo a las villanas de las telenovelas, que “son celosas pero no aman sino que están obsesionadas con el galán y por eso siempre les va mal”. Mi abuela comenzó a criticar con saña a las actrices de telenovela que “están muy flacas”, y de ahí se soltó a criticar a las flacas en general. Se lamentaba que “las jovencitas  de hoy”, se dejaran guiar por la televisión y aseguró que en estos tiempos una chica con el cuerpo perfecto de la Venus de Milo o Tongolele no podría ser modelo ni protagonista de una telenovela porque la considerarían gorda.
- Pero tampoco es bueno subir tanto de peso, de hecho es muy malo para la salud, yo por eso trato de cuidarme, no quiero estar toda gorda- espetó Mónica, y los ojos de todas las mujeres de mi familia, que sin excepción son bastante rollizas, por un momento se congelaron. En ese momento supe que la relación entre Mónica y Las Matías, no era posible.
- Haces bien mija – respondió mi abuela- tu que puedes, debes cuidarte. Cuando una tiene 7 hijos, y está todo el día en chinga, cocinando, lavando, haciendo el quehacer, pues no tienes tiempo para ti misma. Ya verás si no cuando tengas tu primer chamaco, no es tan fácil. Yo cuando era de tu edad estaba así de chula como la Nallely – al escuchar esta frase todas mis tías asintieron con la cabeza y Nallely se sonrojó- pero mírame ahora pasé de ser la Venus de Milo a ser como esa Venus de los cavernícolas ¿cómo se llama mijo?
-La Venus de Willendorf- contestó Mariano visiblemente fastidiado.
-Esa mera- dijo mi abuela muy divertida y orgullosa de compararse con esa escultura rupestre, que según algunos arqueólogos está dedicada a la madre tierra o a una antigua diosa de la fertilidad.
- Como dice el dicho: “Así como te ves, yo me vi, como me ves te verás”- agregó otra de mis tías dándose aires de sabia.
-A mí sí me gustaría bajar un poquito la panza- terció Nallely
-¡Ay no!- dijeron todas a coro excepto Mónica- así estás bien.
Mi primo se paró de la mesa  aburrido por la “conversación trivial”  de las mujeres -que en realidad era un linchamiento verbal contra la pobre Mónica- y me hizo señas para que lo acompañara. Dejé a Mónica a su suerte, a merced de las tehuanas –lo que nunca me perdonó- y salí con Mariano al patio para tomar una cerveza. Yo también estaba algo fastidiado.
-¿Qué pues, primo, ya te tiraste a la Mónica?- Me preguntó a rajatabla para romper el hielo y yo, orgulloso, emití un silbido y una sonrisa en señal de aprobación- Pinche primo suertudo, está bien buena tu vieja. Lo digo, con todo respeto.
-A huevo, así soy yo de cabrón.-contesté- ¿Y tú qué, ya te despachaste a Nallelita?
- ¡Qué va a ser!, se aprieta su calzón, no quiere, dice que le da miedo.
-Pinche Mariano güey, no se te quita lo pendejo




Romeo Valentín Arellanes
Tlalnepantla de Baz, Edomex.