Tal vez el calor y la humedad del aire influían, pero lo cierto es que yo sudaba cada vez que la novia de mi primo se quedaba en algún momento de pie enfrente de mí luciendo sus hermosas piernas compactas, firmes y bronceadas; también sudé a la hora de la comida, cuando se levantó de la mesa para ir a la cocina respondiendo al llamado de mi abuela y nos dio la espalda mostrando sus redondas nalgas pegadas al vestido delgadito de algodón, cortito, semitransparente, como suelen usarlo las mujeres de climas tropicales, y cuando volvió de la cocina cargando platos y cubiertos, y los puso sobre la mesa inclinándose ligeramente, pude ver que tenía un lunar en la línea donde se juntan los dos senos y pude ver en la comisura de sus pezones oscuros una gotita de sudor: imaginé que encajaba mi rostro en su escote y le alzaba la falda, entonces empecé a sudar de a de veras como un puerco y me costó trabajo respirar. No reparé en que estaba siendo demasiado indiscreto al mirar a Nallely, hasta que Mónica –mi novia en ese entonces, que estaba sentada a mi lado- me dio una patada en la espinilla y me reprochó con una mirada de profundo odio. Mónica también era sexy, espigada y altiva. Era muy delgada y a mí me gustaba mucho su cuerpo altivo y su andar altanero. Mónica tenía mucho pegue en su propio ambiente, el de la ciudad, pero por alguna razón desmerecía ante el clima istmeño con tanto calor, humedad y mosquitos, además se sentía incómoda por los murmullos de mi familia y por descubrir mi verdadera identidad y mis gustos rupestres, eso agriaba mucho su carácter. Ese viaje abrió la primera grieta en nuestra relación que se desquebrajaría completamente algunos meses después. En esa época preparatoriana yo amaba a Mónica, por eso la llevé hasta Oaxaca a conocer a mi familia, quería que conociera el pueblo donde pasé las vacaciones más divertidas de mi infancia, que conviviera con mis tías, que hiciera buenas migas con mis primas, pero sobre todo quería que conociera a mi abuela y se riera de sus ocurrencias y chistes subidos de tono, que la respetara y la llegara a querer y admirar tanto como yo. Pero eso no ocurrió porque ni a mi abuela, ni a mis primas ni a mis tías les gustó mi novia y ella no supo cómo hacerse querer. Al principio no vi una mala cara de ningún bando pero las mujeres intuyen esas cosas y tienen códigos de lenguaje específicos para chingarse entre sí sin abandonar la cortesía y sin que los hombres lo notemos. Tal parece que tanto las chilangas como las tecas entienden ese código por igual. A los pocos días de nuestra llegada al pueblo, sin quererlo, escuchamos a mis tías diciendo que Mónica no era nada acomedida, que era caprichosa y que seguramente no sabía lavar ni sus calzones. Mi abuela también la criticó.
-Esa muchacha, está muy flaca, se va a morir cuando tenga al primer hijo.
La compararon Nallely, la novia de Mariano, que era oriunda de Pinotepa Nacional, un pueblo de la costa oaxaqueña.
-Esa muchacha va a ser buena para parir- dijo la abuela muy contenta y orgullosa del buen gusto de mi primo, mientras Mónica y yo entrábamos a la recámara donde mis parientes platicaban. Todas cambiaron el tema disimuladamente. Mónica fingió no escuchar, igual que yo.
Mi abuela creía que todas las cualidades de una mujer se supeditaban a la capacidad de tener hijos y atenderlos. Su concepto de la estética femenina estaba ligado estrechamente a la fertilidad y a la capacidad de resolver las necesidades prácticas y primordiales de una madre: un cuerpo robusto, no necesariamente obeso, garantizaba que durante el embarazo, la mujer proporcionaría suficientes nutrientes al futuro bisnieto; unas caderas grandes eran señal de que el parto sería “natural” y que se realizaría con relativa facilidad con pocos riesgos para la salud la madre y el bebé; unos senos grandes significaban una abundante producción de leche y en consecuencia un bisnieto bien alimentado. Es curioso que uno simplemente busque caderas y nalgas grandes para montarse a gusto sobre ellas y senos grandes para reposar un rato. Supongo que al criticar a las novias de los hombres de la familia, mi abuela simplemente asumía su rol de matriarca suprema del clan de Los Matías de Matías Romero, preocupada por perpetuar su especie con la mayor eficacia posible. Contrario a mis tías que sí criticaban sólo por mala leche.
En fin, después de que escuchamos a mis tías criticar a Mónica, nuestra estancia en el pueblo se tornó más tensa, y tronó definitivamente con ese pequeño incidente en que fui indiscreto al mirar a Nallely. Todos en la mesa, excepto Mariano, se percataron de la mirada inquisidora de Mónica hacia mí. Ya en la sobremesa una de mis tías comenzó a hablar de las mujeres celosas, dijo que fulanita la esposa del vecino estaba loca y armaba escenitas de celos a cada rato y que por eso la habían “dejado”. Otra tía puso como ejemplo a las villanas de las telenovelas, que “son celosas pero no aman sino que están obsesionadas con el galán y por eso siempre les va mal”. Mi abuela comenzó a criticar con saña a las actrices de telenovela que “están muy flacas”, y de ahí se soltó a criticar a las flacas en general. Se lamentaba que “las jovencitas de hoy”, se dejaran guiar por la televisión y aseguró que en estos tiempos una chica con el cuerpo perfecto de la Venus de Milo o Tongolele no podría ser modelo ni protagonista de una telenovela porque la considerarían gorda.
- Pero tampoco es bueno subir tanto de peso, de hecho es muy malo para la salud, yo por eso trato de cuidarme, no quiero estar toda gorda- espetó Mónica, y los ojos de todas las mujeres de mi familia, que sin excepción son bastante rollizas, por un momento se congelaron. En ese momento supe que la relación entre Mónica y Las Matías, no era posible.
- Haces bien mija – respondió mi abuela- tu que puedes, debes cuidarte. Cuando una tiene 7 hijos, y está todo el día en chinga, cocinando, lavando, haciendo el quehacer, pues no tienes tiempo para ti misma. Ya verás si no cuando tengas tu primer chamaco, no es tan fácil. Yo cuando era de tu edad estaba así de chula como la Nallely – al escuchar esta frase todas mis tías asintieron con la cabeza y Nallely se sonrojó- pero mírame ahora pasé de ser la Venus de Milo a ser como esa Venus de los cavernícolas ¿cómo se llama mijo?
-La Venus de Willendorf- contestó Mariano visiblemente fastidiado.
-Esa mera- dijo mi abuela muy divertida y orgullosa de compararse con esa escultura rupestre, que según algunos arqueólogos está dedicada a la madre tierra o a una antigua diosa de la fertilidad.
- Como dice el dicho: “Así como te ves, yo me vi, como me ves te verás”- agregó otra de mis tías dándose aires de sabia.
-A mí sí me gustaría bajar un poquito la panza- terció Nallely
-¡Ay no!- dijeron todas a coro excepto Mónica- así estás bien.
Mi primo se paró de la mesa aburrido por la “conversación trivial” de las mujeres -que en realidad era un linchamiento verbal contra la pobre Mónica- y me hizo señas para que lo acompañara. Dejé a Mónica a su suerte, a merced de las tehuanas –lo que nunca me perdonó- y salí con Mariano al patio para tomar una cerveza. Yo también estaba algo fastidiado.
-¿Qué pues, primo, ya te tiraste a la Mónica?- Me preguntó a rajatabla para romper el hielo y yo, orgulloso, emití un silbido y una sonrisa en señal de aprobación- Pinche primo suertudo, está bien buena tu vieja. Lo digo, con todo respeto.
-A huevo, así soy yo de cabrón.-contesté- ¿Y tú qué, ya te despachaste a Nallelita?
- ¡Qué va a ser!, se aprieta su calzón, no quiere, dice que le da miedo.
Romeo Valentín Arellanes
Tlalnepantla de Baz, Edomex.
Este cuentito tiene un ritmo bien sabroso. Y en efecto, la convivencia entre mujeres, sobre todo de universos tan distintos en sus costumbres y tradiciones, siempre será una batalla campal.
ResponderEliminarEntre nosotras, las mujeres, siempre habrá una complicidad un tanto compleja y ajena a los hombres. Quien le manda a este oaxaqueño a poner sus ojos en una chilanga, je je!!