“No te necesitan, no los necesitas
Eres distinto a ellos, no perteneces a su mundo,
A su felicidad. ¿Te das cuenta? No estás aquí para ser parte de sus vidas.
Ellos jamás entrarán a la tuya.
Déjalos, déjalos ser felices.
Déjalos amar.
Déjalos reírse.
Déjalos llorar.
Morir.
Y entiéndelo, por favor.
Entiende que perteneces al club de los marginados”.
La voz calló. Había estado hablándome toda la noche, llenándome de mierda. ¿Qué podía yo hacer? Esa voz, fuera de donde fuera que viniese, tenía razón. Ahora yo lo veía ¡Tanto tiempo queriendo ser normal! Tanto tiempo queriendo gozar de los placeres de la gente común. Tanto tiempo mirando a esos cabrones de traje y corbata, hombres ricos y exitosos, junto a sus sensuales mujeres. Sonriendo siempre, compartiendo entre ellos sus historias de éxito. Solo los odiaba, ansiaba su felicidad. Esa felicidad que no estaba en mí.
Serví un poco más de absenta, y observé lo que tenía. Esos cabrones podían tener a las mejores putas en su cama, los mejores autos en la cochera ¿Qué tenía yo? Absenta, cigarros, marihuana. Un libro “La senda del perdedor”. Bukowski ¿Por qué Bukowski? Su prosa, tan marginal, me recordaba la mierda que tenía que tragarme todos los días. Y viéndolo así, yo no estaba tan jodido como ese cabrón. Pero si, yo también soy un marginado en cierta forma. No tenía sentido fingir lo contrario. Y, de igual manera que Bukowski, al ver a todos los “normales” inmersos en su felicidad, pienso:
“Algún día yo seré tan feliz como ellos”. Y sabía que ese día, no necesitaría una top model en mi cama, ni un fantástico auto en la cochera. Ni siquiera necesitaría una cochera. Me bastaba con imaginarme el día de mi funeral, imaginarme como deseaban los “felices” su propio velorio, deseando que miles de idiotas acudieran a su entierro (¿Para qué necesita uno visitas, cuando ya se está muerto?) y, pasados los años, fueran cada mes a dejar flores sobre su tumba (¿Para qué necesita uno flores, reposando sobre la propia tumba, pudriéndose sobre la propia tumba, cuando ya se ha muerto?). No. Yo no necesitaría eso. Me bastaría con que algún ave silvestre entonara su canto cuando me enterraran, me cremaran, alimentaran con mi cuerpo a una jauría de perros sarnosos. Tampoco querría a nadie llorando mi muerte. ¿Por qué no mejor, alguien que llorara por mí en vida, que me hiciera llorar en vida, me hiciera feliz unos cuantos segundos, aunque pagara con desgracia toda la eternidad? Al menos sabría que sentí algo verdadero, algo que ninguno de esos “normales” sentiría al follarse a su top model. Llegaría mi turno, lo sé, llegaría mi turno de ser feliz. Y no me importaba que para ello tuviera que recorrer La senda del perdedor. No me importaba ser parte del club de los marginados. Me tragaría la desgracia, claro que lo haría. Y moriría como al fin de cuentas muere cualquiera, como muere un “marginado”, como muere un “feliz”. Y entendería, quizá hasta ese día, que realmente no existe mucha diferencia entre ambos. Solo que los marginados somos soñadores, soñadores fracasados. Los Felices, en cambio, son mediocres exitosos. Y todo es la misma mierda, pero por lo menos el fracaso es mucho más auténtico.
Daniel Votán Gómez Navarro.
México, Distrito Federal, 25/03/2013
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