miércoles, 7 de noviembre de 2012

Ian el Torpe

Ian gusta de practicar natación desde hace 5 años, alto, de espalda enorme y cintura casi al suelo, y es que sí, con tres horas diarias entrenando natación sus músculos más bien le dan la pinta de un atleta de tiempo completo, y en una muy buena medida esto se ha demostrado en más de una competición donde su estilo de mariposa se impone por un desempeño casi nato y firme.
Horas y horas nadando, lagartijas, abdominales, trote, excelente alimentación y disciplina digna de un monje tibetano; no se le ve nunca en las fiestas ni en las reuniones de propios familiares.
Absorto en si mismo en el agua, como hipnotizado o presa de un embrujo que no se puede adivinar, imponente por su escultural y musculosa figura e invicto historial.
Lo apodan “el torpe”; Ian no siempre fue así, y quizás uno pudiera pensar que su apodo es por su magnífico estilo de nadador que lo hace ver como un tritón que evoca a aquél nadador australiano que tantas glorias e inspiraciones dejó a aquel país y a los aficionados de la natación, sino por una oscura y veloz noche en la que una fiesta de la prepa lo hizo merecedor de tan duro apodo…
Era la fiesta de medio semestre y a éste reventón iba a venir el famosísimo Ian, semidios de los mares a reventarse como y con todos los mortales. Mientras, la gente, bebiendo y bailando las canciones de siempre -y en una que otra vez alguna de las nuevas que o es considerada nacona (por aquello de que no ha pegado) o de plano que no muchos conocen- de pronto ¡zaz! que se aparece Marina, una afrodita dueña de todas las miradas y todos los estilos. Venia llegando con un solo objetivo, buscar al macho alfa del lugar, y ¿Quién más que Ian para preservar la especie con un tan singular espécimen? Ian, muy poco acostumbrado al contacto y a la interacción social con las féminas, lo mejor que pudo hacer es beberse dos caballitos de mezcal para agarrar valor; ya un poco relajado y más envalentonado aún, se lanzó con todo, simulando ser dueño de la situación, el paseo por afuera de la casa fue la mera expectativa que todo el mundo se había imaginado y previsto: “esos dos hoy cogen como los dioses”, murmuraban. Y a la hora de que la plática se transformó en besos y caricias, en el oído se susurró un muy poco disimulado y despreocupado: vamos a subirnos…
Y los besos se volvieron más y más desenfrenados, que ni se dieron cuenta a que hora ya estaban desnudos y empezando el acto más natural a la edad de la punzada, y que empieza la acción, recuérdese la legendaria frase de que “para comer ni para el sexo hay idiotas, todos saben por donde es”, pues total que le atina y empieza el acto… que no duró mas allá de diez embestidas y la inmediata reacción de Marina con un: “no mames, ¿ya?”; como toda fatalidad las malas patas vienen acompañadas de algún espectador.
Sucede que por ahí, en el mismo cuarto, pero en un apartado medio baño, se encontraba el cábula de Rogelio, quien observó toda -aunque rápida en demasía- la acción tan fugaz como estúpida. Poco discreta pero enérgica fue Marina: ¡eres un torpe! ¡Te veniste adentro! ¡Eres un torpe! ¡Tan grandote y ni coger sabes!, todo fue silencio durante un par de segundos cuando Rogelio sale con una carcajada que apagó la música de la fiesta, pues en ese momento, el dios se volvía humano, un humano precoz que había dado el peor calcetinazo en el menos apropiado de los sitios, y ante el peor y más incontenible burlón de la palomilla que tenía la anécdota vista desde primera fila.
“Ian el torpe, se vino más rápido que cuando nada en el agua, no sirvió de nada con la Marina, por que nada de nada y todo de volada, jaja tan grandote y tan torpe”… se escuchó en la fiesta, de donde nadie vio salir a Ian el dios, sino a Ian el torpe
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Emmanuel Galindo
Ciudad Universitaria
México D.F
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