martes, 6 de noviembre de 2012

Dice mi mamá que no está

Esta historia la he oido muchas veces con personas distintas. No se trata de un plagio sino de algo común que sucede porque que la gente prefiere encargar las tareas incómodas a otros en vez de asumir su responsabilidad, y cuando ese otro carece de sentido común o tiene un corazón puro –como los niños más pequeños- las cosas empeoran o te dejan en vergonzosa evidencia.
Sucede que mi madre compraba todo por catálogo o a crédito, y cuando la quincena de mi padre se atrasaba, los acreedores de todas formas llegaban puntuales a la casa.
Ante la pena que le daba asumir su pobreza en frente de los demás y dar explicaciones, mi madre creía que ocultarse era lo más conveniente, pero alguien de la familia tenía que dar la cara ante los acreedores, así que nos mandaba regularmente a mí o a mi hermana mayor a negar su presencia aprovechándose de la creencia popular de que los niños siempre dicen la verdad.
Tocaban a la puerta.
- Si es el abonero díganle que no estoy- ordenaba mi madre.
Mi hermana mayor y yo cumplíamos bien nuestro encargo.
- No está- decíamos.
- ¿A qué hora regresa?- preguntaba el abonero.
-No sé- contestábamos de nuevo ya con la puerta prácticamente cerrada para acabar la incómoda y falsa conversación.
Pero un día que ni la mayor ni yo estábamos, mi madre tuvo que echar mano de nuestra hermanita menor, quien aún tenía un alma noble y un corazón puro incapaz de decir mentiras. En el nivel más profundo de su inconciente la verdad la traicionaba.
Tocaron a la puerta.
- Es el abonero, abre y dile que no estoy- ordenó mi madre a la pequeñita mientras se ocultaba en la recámara.
Apenas abrió la puerta, mi hermanita se apresuró a hablar:
- Dice mi mamá que no está.
El abonero rió. Mi madre se vio obligada a salir de su escondite y con la risa como escudo le dijo al señor que regresara dentro de dos días. El abonero acordó que así sería y se fue sin ninguna complicación. Mi hermana fue objeto de un regaño impartido por nuestra madre, y de las burlas de nosotros – sus hermanos mayores- cuando nos enteramos de la historia.
Pero mi madre no aprendió su lección. Siguió utilizándonos para esconderse de la gente a la que le debía dinero o de la que simplemente no tenía ganas de ver.
En otra ocasión quien tocó fue una vecina que a mi mamá le era muy molesta, pero por alguna razón inexplicable, para la señora la compañía de madre era muy agradable, tanto que podía permanecer varias horas seguidas en mi casa sin parar de hablar.
Tocaron a la puerta. De nuevo ni la mayor ni yo estábamos en casa.
-Si es la señora fulanita dile que no estoy- ordenó mi madre a la pequeña.
Mi hermanita abrió la puerta y de nuevo se apresuró a decir:
-Dice mi mamá que…
Consciente de su error trató de corregir sobre la marcha, pues había aprendido la lección.
-…digo yo que no está mi mamá.
La señora se ofendió, se fue y no volvió jamás a la casa. En vez de agradecer el mayúsculo favor, mi madre volvió a regañar a la pequeña. Mi hermana mayor y yo hasta la fecha nos burlamos cuando recordamos la anécdota a pesar de que mi hermanita es ya una mujer hecha y derecha perfectamente capaz de mentir como toda la gente.
Romeo Valentín Arellanes
Tlalnepantla, Edomex, Noviembre de 2012.

1 comentario:

  1. Apenas lo acabo de leer hermano menor, muy bueno! Aunque a mi madre no se le quita esa costumbre horrorosa, aunque no deba dinero, no se por que lo sigue haciendo.

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