viernes, 25 de enero de 2013

Editorial Enero





Vicios y Virtudes


Aunque las telenovelas mexicanas y las películas de acción hollywoodenses se empeñen en hacernos creer lo contrario, la gente no es completamente buena ni completamente malvada, nada es blanco o negro, todo tiene sus matices, todos tenemos vicios y virtudes.
Los grandes clásicos de la literatura, de la dramaturgia y del cine se distinguen de los artistas a granel y demás creadores menores precisamente porque sus personajes e historias describen y expresan de forma magistral esta eterna disputa entre vicios y virtudes que viene siendo como quien dice, el meollo de la condición humana; esa condición humana que no respeta clase social, sexo, credo o ideologías; esa condición humana que Marx no tomó en cuenta en su modelo de sociedad perfecta y equitativa; esa condición que acabará destruyendo al mundo pero a la vez nos sorprende continuamente y nos hace pensar que aún hay esperanza.
Como seres imperfectos, erráticos y con una que otra cualidad, nosotrsos estamos lejos de ser clásicos de la literatura, pero eso no nos impide escribir sobre vicios y virtudes este mes de enero.
Feliz año a todos nuestros virtuosos lectores y colaboradores así como a todos los viciosos que, a pesar de ello, sobrevivieron al 2012.

martes, 15 de enero de 2013

Hombre de armas


-Ya vente a acostar, es tarde- grita ella, en piyama, desde la recámara. 
-Espera. Ahorita voy- contesta él, todavía vestido de traje tal y como llegó de la oficina. Permanece con la mirada clavada en el monitor y ambas manos alertas en el teclado y el “mouse”. Está esperando el momento justo para asestar en el rival distraído un golpe único, contundente, definitivo, mortal. Mientras, su cena en el escritorio se ha enfriado. 
Todos coinciden en que él es un buen tipo, no fuma, no bebe más que un par de copitas los fines de semana con sus amigos, no es infiel y no se tienen noticias de que haya sido parrandero o mujeriego durante su soltería. Es enemigo declarado de las drogas, asegura que nunca le dio curiosidad probar la marihuana y que la rechazó airadamente cuando algún amigo le llegó a ofrecer en la universidad, incluso jura con orgullo que ni siquiera sabe cómo huele. Es un buen hombre “un dechado de virtudes”, según su suegra, “un poquito mandilón” según su suegro pero al fin y al cabo “un hombre, responsable y sin vicios”. 
-¡Puta madre! No lo vi venir. 
- ¿Qué pasa? ¿Por qué gritas? ¿Estás bien?- pregunta ella asomándose al estudio mientras él permanece atento a su juego, ella intuye lo que ha pasado, que de seguro mataron a su personaje o le ganaron a su ejército, pero pregunta simplemente por tener algo de qué platicar, está aburrida, no puede dormir- ¿te caliento tu cena?, ya se te enfrió. 
- Ajá sí, linda, como tú quieras. 
Ella lo mira por un rato, lo analiza, ya ni siquiera tiene ganas de obligarlo a acostarse, tampoco quiere hacer el amor con él. Así aplastado en la silla se ve más gordo de lo que es, más barrigón, lonjudo y aguado, pero no le preocupa ya, al fin y al cabo así son ya todos los esposos de sus amigas, pareciera que a eso estamos destinados todos los burócratas, a pasar cada vez más horas nalga tratando de sobresalir, de ganar un mejor sueldo a costa de perder nuestro aspecto original. Él tiene amplias posibilidades de éxito profesional, “además es honesto y responsable”, ella lo sabe, sabe que él tiene más futuro que su ex novio, Pedro, un vago marihuano, mujeriego bueno para nada. Sin embargo no puede evitar preguntarse un momento cada día cómo hubiera sido su vida con aquel. “Hubiera sido un rotundo fracaso, Pedro no es para una relación seria”, se convence. 
Recoge la cena fría de su marido, la mete al horno de microondas que está en la cocina y la devuelve al escritorio para cuando él decida comerla, en una o cuatro horas, cuando deje de jugar. Es un buen hombre, se esfuerza trabajando todo el santo día, merece que su esposa le caliente la cena y ¡qué más da que se la pase frente al monitor!, “merece tener algún vicio”, piensa ella. Porque efectivamente tiene un vicio -contrario a lo que piensan sus suegros - “pero es un vicio como de niños” dice ella. 
Se trata de juegos, juegos en línea, juegos de rol, de guerra. Gran parte del tiempo nocturno que pasa en casa, lo consume frente a la computadora exclamando improperios contra los muñequitos en la pantalla -avatares de miles de desconocidos en distintas partes del mundo que como él manotean, gimotean o se deshacen en gritos eufóricos cuando logran vencer al adversario o aumentan de nivel su poder guerrero. 
Hacer la guerra –virtual- es su pasión; el pillaje de aldeas enemigas su diversión; ser un guerrero legendario que sobrepase el nivel 52, es su máxima aspiración. En la oficina es un subordinado más, aquí es un hombre de armas, ya es General de Grado 35 con su propio regimiento de licántropos con mandoble y elfos arqueros. 
-Bueno ya me voy a dormir eh. Hasta mañana- dice ella- cómete tu cena, no te desveles mucho. 
- Sí cariño, te alcanzo en un momento, estoy a punto de llegar un nuevo nivel, ya casi nivel 40 de armas, salvo mi juego y voy. 
- Bueno, me voy a fumar un cigarro mientras- dice ella. 
- Anda, ve linda, te doy permiso. 
Prende un cigarro en la ventana de la cocina para disimular el olor porque en realidad aprovechando la distracción de su marido ella, a veces, fuma con un hiter un poco de marihuana antes de dormir. Con el jalón de hoy se terminó la hierba que le regaló Pedro. Por una parte se alegra de que se haya acabado, así tendrá un pretexto que darse a sí misma para buscar a Pedro mañana cuando el esposo esté en el trabajo. Pedro podrá ser un vago incorregible, pero al menos es divertido, siempre le regala hierba y ella necesita divertirse de vez en cuando, además su poder de armas para guerrear en la cama cuando están pachecos “debe alcanzar de menos el nivel 53”, según calcula ella.



Romeo Valentín Arellanes
México D.F., enero del 2013
 

lunes, 14 de enero de 2013

Carolina


-El problema de ser la última mujer en el mundo es que no sabes si vas a ser tratada como esclava o como diosa. 
Las piernas aún irritadas por la depilación van dando vida a las mallas negras, los músculos se deslizan hasta que la lycra se cierne con fuerza en la entrepierna de Carolina, mientras, piensa en todos los castigos y placeres que pudiera recibir si se encontrara en dicha situación. 
El día de ayer engañó a su marido con un extraño, ante anoche era una joven viuda en busca de un poco de consuelo. 
Hoy quisiera que la luz de la luna la bañara, si tan solo se pudiera distinguir la luz entre los focos de neón, es otoño y ella es tierra fértil. 
Sale de su casa y deja a propósito la puerta abierta, el hilo de luz falsa indica a cualquiera que su hogar es propicio para ser invadido, al salir se toma su tiempo para asegurarse de que corre algún riesgo. 
Sube a su auto, lo enciende torpemente esperando a que un extraño ofrezca ayuda, acelera a destiempo, golpea los carros que la han encajonado, ella es el pago de deducible, ella es el costo de la multa. 
Se humedece los labios y ruega por un pequeño accidente. Hoy puede ser la falsa mujer de una figura pública que aún no ha salido del closet, hoy puede fingir que ha muerto su padre. 
Da unas cuantas vueltas y baja el vidrio de su ventana, su mano izquierda se colapsa con el viento, sus dedos se congelan, Carolina se decide a que hoy va coger con un muerto, mientras, maneja abochornada. 


Julio Cervantes Ortega
Tlalnepantla, Edomex, enero del 2013.


domingo, 13 de enero de 2013

La que me da Don Beto

No es por presumir, pero neta soy un escritor bien chingón, o al menos eso dicen mis cuates que de vez en cuando leen mis textos. Que les gusta mi manera de pintar escenarios, las relaciones entre personajes, los finales inesperados e incluso los temas escabrosos que saco hábilmente a relucir, y que muchos consideran inapropiados o conflictivos. Dicen que tengo el “don” de sacarle jugo a lo que sea, incluso a los tópicos más intensos y hacerlos divertidos y “tragables”.
Yo estoy de acuerdo con ellos, de que tengo el don, porque vaya que lo tengo, sólo que no es un “don”, sino un “Don” con mayúscula. Se llama Don Beto y es el señor que trabaja en la tiendita de la esquina. Sin él, no podría concentrarme en escribir de tantas vueltas que le daría a eso que tanto me gusta.
La verdad es que la primera vez que lo hice no sentí nada. Estaba en la casa de un compa cuando me dijo que lo intentáramos. Total, ¿Qué podría pasar? Así que nos fuimos a su cuarto, cerramos con llave y lo hicimos. Él también estaba verde en esos temas y creo que tampoco sintió gran cosa. Luego lo hice en un concierto, llegó una chava y me preguntó si tenía experiencia. Le conté lo de mi primera vez y ella nada más se rió y me dijo que estábamos bien güeyes y que por eso no nos había gustado además de que ella me iba a enseñar la manera chingona de hacerlo. Así que nos fuimos hasta atrás donde estaba más oscuro y tendríamos más privacidad. ¡Vaya! ¡Esa vez sí que lo disfruté! Las luces, la música, el ambiente, todo fue increíble. Lo recuerdo todo tan nítido como si fuese una película en mi cabeza. Lo único que se me fue es el nombre de la chava, pero ni pedo.
Desde ese momento me dediqué a buscar con quién hacerlo. Intenté convencer a mis amigos de entrarle, pero decían que no eran de “esas cosas” y que yo tampoco debería porque aún estaba joven y ponía mi vida en riesgo y otras tantas razones que a mí me valían. En fin, allá ellos si no querían, no los iba a obligar.
Un día me enteré de que había un grupito en mi colonia que les encantaba hacerlo, y me les uní. Ahí fue cuando me di cuenta de mi potencial de escritor, porque después de un rato de estar en los baldíos o en las casas de ellos, me llegaban ideas bien intensas. Mi cerebro se aclaraba de pronto y ¡ZAZ! Qué cosas se me ocurrían… Pero siempre que llegaba a mi casa todo se había esfumado. 
Que frustrante era para mí que me viniesen pensamientos tan cabrones y que se me olvidaran así de fácil, cómo cuando tienes un sueño bien chido y al despertarte no te acuerdas de casi nada, solamente de que estaba poca madre. Fue ahí cuando decidí que empezaría a cargar un cuadernito conmigo, para que una vez terminado todo y con las ideas frescas, las pudiese escribir y ya luego les daría forma.
Después de unos meses me aburrí de estar con eses güeyes, a ellos no les interesaba mi manera de pensar y más de una vez básicamente me metieron uno en la boca para que me callara, así que a la larga me fui alejando, buscando como poder hacerlo sin estar con ellos. Ahí conocí a Don Beto, que después de verme entre los otros, me ofreció ayudarme por un módico precio. Y de ahí pa’l real, he explotado mi don de escritor a todo lo que doy. He ganado concursos con mis cuentos y mis pequeños ensayos; soy el consentido de la maestra de literatura y bueno, hasta publico habitualmente en un sitio de internet.
Ahora sólo necesito a Don Beto y la que me da. Ya no tengo que andarme metiendo en casas extrañas o barrios feos. Simplemente me doy una vuelta por la tienda, le doy su lana y después me voy al techo de mi casa, en una esquinita donde no da el Sol y a disfrutar de lo que es bueno. Pero ya veré si sigo con Don Beto, porque me está empezando a cobrar más de lo normal. O mejor aún igual y siembro una plantita en mi cuarto y dejo de andar pagando por ella. Ya veré…

Fernando “Viento del Norte” Sánchez.
13 de enero de 2013. Christchurch, Nueva Zelanda.


sábado, 12 de enero de 2013

Rojo Degradado


Suena una corcholata al tocar el suelo, el mundo no se ha terminado -me digo cuando doy el primer trago, cuando emocionado voy al cuarto de baño, dejo caer mi cabeza viéndome de frente al espejo, y el polvo mágico me revive, mi cerebro se agita, mis ojos se abren, la realidad parece tan clara. La taza de café para despertar, el crujiente y espeso sabor de un desayuno frito a la salida del subterráneo, ya llega la vida -me digo cuando la pantalla ilumina intermitente hasta que mis ojos buscan cerrarse, la solución, beber otra taza de café. No hay futuro -me digo cuando el sol de la tarde amenaza con la sensación noctámbula del fin.
Intuyo que no soy malo, que mi cooperación voluntaria al mudo de mentiras me viste de dinero, que el disparate es mi mayor arte, los viajes frecuentes en avión mi placer, los saludos largos y abrazos hipócritas mi trabajo, y las cenas de gala mi forma de sobrellevar al rebaño. 
Y cedo a la noche en la esperanza quimérica de que mañana podré abandonar, entonces dejaré de cambiar espejos por oro a los incautos, y los dedos de mis pies tocarán el cielo, porque mi sonrisa callará las bocas hambrientas de los desesperados. 
Sí, eso está pensando -le digo a Juan que seguía mirando con insistencia al vagabundo que sentado en la banqueta dibujaba con un dedo en el aire. 

Vh. Swich 
Estado de México, enero del 2013

viernes, 11 de enero de 2013

El Chori

Yo lo conocí, le decían “el chori” por sus interminables choros, la última vez que lo vi, nos mandamos a la goma, –estás más gordo- me dijo –es por un papel que tengo en una obra donde interpreto a tu puta madre- contesté y nos fuimos cada quien por su lado.
Lo conocí desde chamaco, casi nuca hablaba, se quedaba atento mirando a detalle, esa era su virtud, podía notar hasta los cambios más mínimos que pasan desapercibidos por el ojo normal.
Hubo ocasiones en que su ojo agudo me señaló el momento preciso de un choque de automóviles, al borrachín del pecero que iba a tener una arcada y hasta cuando un policía se dio un golpazo de coca en su patrulla.
Lo malo con este cabrón fue que no se callaba nada ¡nunca!, hablaba hasta por los codos, sabia mucho de muchas cosas; “este va para político que vuela”, “le van a partir la cara por andar de hocicón”, decían.
No lo niego, era muy divertido salir con él, sus chistes además de inteligentes eran muy agudos y espinosos, sobre todo cuando ya tenia unas seis chelas encima, se le iba la lengua para desmembrar a cuanto incauto le cayera mal o tuviera la desgracia de hacer algún comentario no tan acertado como “el chori”.
¡Ah como nos trajo broncas su bocota! Más de una vez tuvimos que salir corriendo de la fiesta por que ya venía banda a aplacar al hocicón.
-En una de esas no nos vamos a salvar-le dije. 
-Tú por que eres puto, igual que ellos, de a montón ¡ja! , además son una bola de pendejos que no aguantan nada- decía.
Su racha de malacopa lo alejó de muchos de la banda que muchas veces no sólo metió en broncas, sino que sus observaciones eran tan invasivas como inoportunas, y más viniendo del "metiche del chori".
Fue un jueves de quincena cuando andaba en el agua, ya llevaba unas cuatro horas de pistear duro, y en lo que buscaba alguna pulquería, de esas donde van los universitarios a debatir calientitos, fue que se metió en un barrio muy bravo, donde se topó con los caguameros locales, que no tardaron en talonearlo, y al notar su aliento etílico, a integrarlo. El chori, al estar un rato con la bolita, no pudo evitar hacer sus respectivos señalamientos y sarcasmos indetectables sobre la “sabiduría de banqueta” de la cual se jactaba la bolita. Pero de pronto ¡zaz! Que lo mazapanean.
–Eres un pobre pendejo; mírate, todo jodido y te la pasas bebiendo con esta bola de pendejos iguales a ti y segurito es para ocultar en tu facha de cabecilla que eres un mariconazo de clóset.
Lo que vino después fue la madriza de su vida, o más bien dicho de su muerte…

Don Leopardo Aréchiga
Coyoacán México DF

jueves, 10 de enero de 2013

El ritual que más me gusta

El rojo vivo ¡puta madre! Cómo me gusta empezar en absoluto silencio para poder escuchar como crujen las tiritas, el choque de las piedritas y hasta el golpecito del gas saliendo para darle candela a mi vicio, bueno, así le dicen los demás, yo lo considero más bien mi gusto y que se vayan a la chingada si no les parece.
Me gusta mucho y lo disfruto aún más, tanto que muchos cuates hasta se han enviciado por que dicen que fumo muy rico, así como de escena de película en toma cerrada; el hecho es que desde chamaco le encontré el gusto a la niebla en tubo y, a decir verdad soy un tanto ortodoxo, pues me molestan los pretextos para fumar como para dejar de hacerlo: que si para el frío, para después de un taco, a la hora de un café, con un buen trago o después del sexo, y para dejarlo, los mentados chicles, el ejercicio, los propósitos de año nuevo, los parches, ¡bah!, pura palabrería; el mejor acompañante de un buen tabaco es un buen fumador, por el puro placer de ver como se disipa el humo, de tranquilizar los nervios o incluso con el fin único de darle el golpe como suspiro de quinceañera enamorada.
Le tengo mucho respeto al acto de encender un tabaco: es todo un placer que empieza en la boca del estómago para sacar el primero y que sin embargo no termina con el cigarro apagado en el suelo, sino que muchas veces fue el que encendió al nuevo.
De vez en cuando me detengo a escuchar a esa bola de hipócritas, falsos buen samaritanos en pro de la salud, que si parece que mastico chicles de chapopote, que si tengo una tos de perro con collar de limones en el cogote, que si mis dedos se ven más amarillos que los dibujos de los Simpson, que me veo como de 52 años teniendo 38, que verme subir escaletas ha pasado de ser chistoso a lastimero…
Me importa un comino. Este placer es mío, sólo mio y cada cigarro siempre es el primero, siempre nuevo siempre único y dicho sea de paso “mi gusto es”.


Inocente Buendía
México D.F, enero de 2013


lunes, 7 de enero de 2013

Vos


“Los muertos pesan más que los vivos, lo aplastan a uno”.
Juan Rulfo

Lo vi venir con ese andar pausado y despreocupado de los que no temen al destino, de su mano derecha colgaba una botella de algún licor barato y de la izquierda chorreaba un delgado hilo de sangre que dejaba la marca de su paso como un hilo de Ariadna siniestro. Salvador me reconoció antes de que yo atinara a descubrir su rostro entre la gorra negra y la barba de días, se cumplían exactamente dos años de no verlo, extraña coincidencia que atiné a interpretar como un presagio de la noche: “algo” iba a suceder; se acercó a mi y me tendió la botella intentando una sonrisa a manera de saludo, acepté el trago que para esas horas, lejos de aletargarme me espabiló y lo saludé como si nuestro último encuentro no hubiera terminado a golpes.
-Te ves de la chingada, ¿De dónde vienes?
-De por ahí, ¿vos has notado que en las noches el mundo se ve más claro?
Así era siempre, un obsesionado de sus pensamientos, con él las cosas dejaban de ser “reales” y adquirían un aire filosófico burdo y peyorativo, a medio camino entre la gran verdad y la estupidez.
-¿Y la sangre?
-¿Se bebe bien en ese bar?
-Igual que en todos.
-Ya, pensé que sería bueno pasar y conocer, beber solo en compañía es un placer que pocos hombres nos podemos dar.
-Pinche Salvador, vienes tomando.
-Ya, pero tomar solo no es de virtuosos.
-¿Y la sangre?
-Una herida de amor. Te ves más gordo.
-Dos años son mucho.
-Ya, no pensé que fueran tan pocos. ¿Me acompañas?
-¿A dónde?
- Por ahí.

Caminamos sin rumbo, me inquietaba el hilo de sangre que no paraba, sin embargo pensé que no sería grave si Salvador a cada tanto se llevaba la mano a la boca para chupar el exceso que manchaba su camisa.

-¿Vos has visto que la noche es para los perdedores?, siempre que salgo a tomar por las calles me encuentro con cada tipo que francamente me asusta.
-Salvador, hasta antes de reconocerte pensé que querías asaltarme.
-Ya, pero yo soy inofensivo, un borracho patibulario más que recorre esta ciudad en busca de encontrar la muerte, un vicioso que no vale la pena ser amado, un bueno para nada que solo existe por inercia.
- ¿Ya nos estamos sincerando?
- Tú eres distinto, te burlas de todo y de todos, pero en el fondo me entiendes, no pertenecemos a este mundo, por eso bebemos, para quitarle esa pátina de realidad a lo que percibimos.
-¿Y la sangre?
-¿Eso importa?, quizás maté a alguien y no salí indemne, quizás me corté con una botella, quizás tuve que cortarme el dedo para escapar de una trampa.
- Salvador, dijiste que era una herida de amor, no hagas pendejadas.
-Lo que haya sucedido, sucedió, irremediablemente, el destino no juega con esas cosas, ni tú ni yo pudimos detenerlo, la sangre es la prueba final de esa verdad, ¿vos no te das cuenta que es hasta poético?
-Un poco sí, pero si es lo que me estoy imaginando, resulta que no quiero pasar por cómplice, ni terminar en el hospital borracho y con un criminal herido.
-Exageras, ya dijimos que la naturaleza de mi herida es incierta, la única constante es su existencia, y su causa, el amor, un borracho que mata por amor, repito es poesía verdadera.

Salvador me miró y levantando la mano izquierda me mostró el corte en el dedo anular, profundo y desigual.

-A veces pienso que los borrachos somos los únicos que nos damos cuenta de que este mundo está mal.
-A veces pienso que cuando tú estas borracho te asomas por poco a la verdad, sube la mano y aprietate para que deje de sangrar, para la próxima cuando te caigas, no caigas encima de la botella, todavía traes vidrios en la herida.

Raziel Jacobo Correa Alvarado
México D.F. 
2013

Un buen muchacho


Noto que tu corazón o algo en lo más profundo de ti, se rompe igual que el vaso que se me escapó de las manos. Los trozos de vidrio se esparcen por el suelo y el chorro de licor que intentaba servirme los riega igual que tú riegas tus plantas en la mañana, igual que yo riego mis pies cada vez que perdido de borracho me pongo a mear en cualquier esquina. Consciente de que la riego, enderezo la botella. 
Miro la tristeza y la decepción en tus ojos y me da un no sé qué en el estómago, como cuando de niño me descubrías en alguna maldad y me regañabas y yo sabía que me había portado mal, que tenías razón en regañarme pero no quería aceptarlo, negaba todo, culpaba a mis hermanos en vez de pedir una disculpa y todo el día sentía ese no sé qué en la panza intentando salir de mi, pero me lo tragaba, me lo aguantaba hasta que desaparecía, y me lo volvía a tragar una y otra vez cuando reaparecía al siguiente regaño, y al siguiente y al siguiente. Igual ahora, aunque los regaños se hayan vuelto súplicas mudas, miradas y gimoteos en vez de palabras o gritos o cintarazos. 
Pienso en ir a la cocina por otro vaso, uno de plástico, pero la duda me detiene. Tal vez lo mejor sea obedecer a tu mirada e irme a dormir. Contemplo la botella, la giro entre mis manos, ya tiene menos de la mitad ¿la guardaré?, miro tu rostro para convencerme de hacer lo correcto pero noto un cambio en la forma en que me ves. Te conozco, sé que tramas algo, querías aprovechar mi distracción para arrebatarme la botella. Decido no ir por el vaso, tampoco a dormir. Me adelanto a tus pensamientos y bebo directo de la botella, la vacío en mi garganta justo antes de que tus manos me la quiten. 
“Ya no tomes hijo”, me suplicas, y yo pienso ¿por qué no he de hacerlo?, si al fin y al cabo bebo con mi dinero, soy el único que trabaja en esta casa, prácticamente mantengo a los huevones de mis hermanos, tengo derecho a beber de vez en cuando. Tú también lo sabes y lo entiendes, se lo dices a las vecinas cuando me juzgan, les dices que soy un buen muchacho, que soy mejor que sus hijos y los otros vagos mariguanos de la cuadra, que al menos tengo un buen trabajo, un trabajo honrado. Quiero decirte todo eso pero solo puedo expresar un “no me digas” con mi lengua adormecida. “No me digas”, eructo y me tumbo sobre el sillón. 
Mientras barres los vidrios y trapeas mi daño, permanezco mirándote y trato de contener el hipo. Tu silueta lastimera me incomoda, otra vez regresa ese no sé qué en el estómago que me hace sentir miserable, ¿eso es lo que quieres?, a veces pienso que adoptas esa actitud apropósito para hacerme sentir mal. Desvío la mirada y noto en la mesa de centro mi oportunidad de redención, ahí están los recibos de agua y de luz que de seguro llegaron en la mañana y que ninguno de los dos huevones aquellos son capaces de pagar. Abro mi cartera, saco todos los billetes que me quedan y los pongo sobre los recibos. Dudo un momento y regreso a mi billetera uno de a 20 y otro de a 50 pesos. Es todo lo que necesito hoy. 
Me preguntas que a dónde voy, me dices que ya es muy noche y que hace frío, y yo respondo otra vez en media lengua, “no me digas”. Ya sabes a donde voy porque es lo que pasa siempre, pienso ir a la tienda a comprar un six de cervezas con los 70 pesos que me quedan, tomármelas con calma en la sala y después dormir en santa paz tal como me lo pide tu mirada. ¿Lo ves? has ganado de nuevo, ya no hay razones para el drama.

Romeo Valentín Arellanes
Enero del 2013, México D.F.,