domingo, 13 de enero de 2013

La que me da Don Beto

No es por presumir, pero neta soy un escritor bien chingón, o al menos eso dicen mis cuates que de vez en cuando leen mis textos. Que les gusta mi manera de pintar escenarios, las relaciones entre personajes, los finales inesperados e incluso los temas escabrosos que saco hábilmente a relucir, y que muchos consideran inapropiados o conflictivos. Dicen que tengo el “don” de sacarle jugo a lo que sea, incluso a los tópicos más intensos y hacerlos divertidos y “tragables”.
Yo estoy de acuerdo con ellos, de que tengo el don, porque vaya que lo tengo, sólo que no es un “don”, sino un “Don” con mayúscula. Se llama Don Beto y es el señor que trabaja en la tiendita de la esquina. Sin él, no podría concentrarme en escribir de tantas vueltas que le daría a eso que tanto me gusta.
La verdad es que la primera vez que lo hice no sentí nada. Estaba en la casa de un compa cuando me dijo que lo intentáramos. Total, ¿Qué podría pasar? Así que nos fuimos a su cuarto, cerramos con llave y lo hicimos. Él también estaba verde en esos temas y creo que tampoco sintió gran cosa. Luego lo hice en un concierto, llegó una chava y me preguntó si tenía experiencia. Le conté lo de mi primera vez y ella nada más se rió y me dijo que estábamos bien güeyes y que por eso no nos había gustado además de que ella me iba a enseñar la manera chingona de hacerlo. Así que nos fuimos hasta atrás donde estaba más oscuro y tendríamos más privacidad. ¡Vaya! ¡Esa vez sí que lo disfruté! Las luces, la música, el ambiente, todo fue increíble. Lo recuerdo todo tan nítido como si fuese una película en mi cabeza. Lo único que se me fue es el nombre de la chava, pero ni pedo.
Desde ese momento me dediqué a buscar con quién hacerlo. Intenté convencer a mis amigos de entrarle, pero decían que no eran de “esas cosas” y que yo tampoco debería porque aún estaba joven y ponía mi vida en riesgo y otras tantas razones que a mí me valían. En fin, allá ellos si no querían, no los iba a obligar.
Un día me enteré de que había un grupito en mi colonia que les encantaba hacerlo, y me les uní. Ahí fue cuando me di cuenta de mi potencial de escritor, porque después de un rato de estar en los baldíos o en las casas de ellos, me llegaban ideas bien intensas. Mi cerebro se aclaraba de pronto y ¡ZAZ! Qué cosas se me ocurrían… Pero siempre que llegaba a mi casa todo se había esfumado. 
Que frustrante era para mí que me viniesen pensamientos tan cabrones y que se me olvidaran así de fácil, cómo cuando tienes un sueño bien chido y al despertarte no te acuerdas de casi nada, solamente de que estaba poca madre. Fue ahí cuando decidí que empezaría a cargar un cuadernito conmigo, para que una vez terminado todo y con las ideas frescas, las pudiese escribir y ya luego les daría forma.
Después de unos meses me aburrí de estar con eses güeyes, a ellos no les interesaba mi manera de pensar y más de una vez básicamente me metieron uno en la boca para que me callara, así que a la larga me fui alejando, buscando como poder hacerlo sin estar con ellos. Ahí conocí a Don Beto, que después de verme entre los otros, me ofreció ayudarme por un módico precio. Y de ahí pa’l real, he explotado mi don de escritor a todo lo que doy. He ganado concursos con mis cuentos y mis pequeños ensayos; soy el consentido de la maestra de literatura y bueno, hasta publico habitualmente en un sitio de internet.
Ahora sólo necesito a Don Beto y la que me da. Ya no tengo que andarme metiendo en casas extrañas o barrios feos. Simplemente me doy una vuelta por la tienda, le doy su lana y después me voy al techo de mi casa, en una esquinita donde no da el Sol y a disfrutar de lo que es bueno. Pero ya veré si sigo con Don Beto, porque me está empezando a cobrar más de lo normal. O mejor aún igual y siembro una plantita en mi cuarto y dejo de andar pagando por ella. Ya veré…

Fernando “Viento del Norte” Sánchez.
13 de enero de 2013. Christchurch, Nueva Zelanda.


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