Yo lo conocí, le decían “el chori” por sus interminables choros, la última vez que lo vi, nos mandamos a la goma, –estás más gordo- me dijo –es por un papel que tengo en una obra donde interpreto a tu puta madre- contesté y nos fuimos cada quien por su lado.
Lo conocí desde chamaco, casi nuca hablaba, se quedaba atento mirando a detalle, esa era su virtud, podía notar hasta los cambios más mínimos que pasan desapercibidos por el ojo normal.
Hubo ocasiones en que su ojo agudo me señaló el momento preciso de un choque de automóviles, al borrachín del pecero que iba a tener una arcada y hasta cuando un policía se dio un golpazo de coca en su patrulla.
Lo malo con este cabrón fue que no se callaba nada ¡nunca!, hablaba hasta por los codos, sabia mucho de muchas cosas; “este va para político que vuela”, “le van a partir la cara por andar de hocicón”, decían.
No lo niego, era muy divertido salir con él, sus chistes además de inteligentes eran muy agudos y espinosos, sobre todo cuando ya tenia unas seis chelas encima, se le iba la lengua para desmembrar a cuanto incauto le cayera mal o tuviera la desgracia de hacer algún comentario no tan acertado como “el chori”.
¡Ah como nos trajo broncas su bocota! Más de una vez tuvimos que salir corriendo de la fiesta por que ya venía banda a aplacar al hocicón.
-En una de esas no nos vamos a salvar-le dije.
-Tú por que eres puto, igual que ellos, de a montón ¡ja! , además son una bola de pendejos que no aguantan nada- decía.
Su racha de malacopa lo alejó de muchos de la banda que muchas veces no sólo metió en broncas, sino que sus observaciones eran tan invasivas como inoportunas, y más viniendo del "metiche del chori".
Fue un jueves de quincena cuando andaba en el agua, ya llevaba unas cuatro horas de pistear duro, y en lo que buscaba alguna pulquería, de esas donde van los universitarios a debatir calientitos, fue que se metió en un barrio muy bravo, donde se topó con los caguameros locales, que no tardaron en talonearlo, y al notar su aliento etílico, a integrarlo. El chori, al estar un rato con la bolita, no pudo evitar hacer sus respectivos señalamientos y sarcasmos indetectables sobre la “sabiduría de banqueta” de la cual se jactaba la bolita. Pero de pronto ¡zaz! Que lo mazapanean.
Lo conocí desde chamaco, casi nuca hablaba, se quedaba atento mirando a detalle, esa era su virtud, podía notar hasta los cambios más mínimos que pasan desapercibidos por el ojo normal.
Hubo ocasiones en que su ojo agudo me señaló el momento preciso de un choque de automóviles, al borrachín del pecero que iba a tener una arcada y hasta cuando un policía se dio un golpazo de coca en su patrulla.
Lo malo con este cabrón fue que no se callaba nada ¡nunca!, hablaba hasta por los codos, sabia mucho de muchas cosas; “este va para político que vuela”, “le van a partir la cara por andar de hocicón”, decían.
No lo niego, era muy divertido salir con él, sus chistes además de inteligentes eran muy agudos y espinosos, sobre todo cuando ya tenia unas seis chelas encima, se le iba la lengua para desmembrar a cuanto incauto le cayera mal o tuviera la desgracia de hacer algún comentario no tan acertado como “el chori”.
¡Ah como nos trajo broncas su bocota! Más de una vez tuvimos que salir corriendo de la fiesta por que ya venía banda a aplacar al hocicón.
-En una de esas no nos vamos a salvar-le dije.
-Tú por que eres puto, igual que ellos, de a montón ¡ja! , además son una bola de pendejos que no aguantan nada- decía.
Su racha de malacopa lo alejó de muchos de la banda que muchas veces no sólo metió en broncas, sino que sus observaciones eran tan invasivas como inoportunas, y más viniendo del "metiche del chori".
Fue un jueves de quincena cuando andaba en el agua, ya llevaba unas cuatro horas de pistear duro, y en lo que buscaba alguna pulquería, de esas donde van los universitarios a debatir calientitos, fue que se metió en un barrio muy bravo, donde se topó con los caguameros locales, que no tardaron en talonearlo, y al notar su aliento etílico, a integrarlo. El chori, al estar un rato con la bolita, no pudo evitar hacer sus respectivos señalamientos y sarcasmos indetectables sobre la “sabiduría de banqueta” de la cual se jactaba la bolita. Pero de pronto ¡zaz! Que lo mazapanean.
–Eres un pobre pendejo; mírate, todo jodido y te la pasas bebiendo con esta bola de pendejos iguales a ti y segurito es para ocultar en tu facha de cabecilla que eres un mariconazo de clóset.
Lo que vino después fue la madriza de su vida, o más bien dicho de su muerte…
Lo que vino después fue la madriza de su vida, o más bien dicho de su muerte…
Don Leopardo Aréchiga
Coyoacán México DF
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