El rojo vivo ¡puta madre! Cómo me gusta empezar en absoluto silencio para poder escuchar como crujen las tiritas, el choque de las piedritas y hasta el golpecito del gas saliendo para darle candela a mi vicio, bueno, así le dicen los demás, yo lo considero más bien mi gusto y que se vayan a la chingada si no les parece.
Me gusta mucho y lo disfruto aún más, tanto que muchos cuates hasta se han enviciado por que dicen que fumo muy rico, así como de escena de película en toma cerrada; el hecho es que desde chamaco le encontré el gusto a la niebla en tubo y, a decir verdad soy un tanto ortodoxo, pues me molestan los pretextos para fumar como para dejar de hacerlo: que si para el frío, para después de un taco, a la hora de un café, con un buen trago o después del sexo, y para dejarlo, los mentados chicles, el ejercicio, los propósitos de año nuevo, los parches, ¡bah!, pura palabrería; el mejor acompañante de un buen tabaco es un buen fumador, por el puro placer de ver como se disipa el humo, de tranquilizar los nervios o incluso con el fin único de darle el golpe como suspiro de quinceañera enamorada.
Le tengo mucho respeto al acto de encender un tabaco: es todo un placer que empieza en la boca del estómago para sacar el primero y que sin embargo no termina con el cigarro apagado en el suelo, sino que muchas veces fue el que encendió al nuevo.
De vez en cuando me detengo a escuchar a esa bola de hipócritas, falsos buen samaritanos en pro de la salud, que si parece que mastico chicles de chapopote, que si tengo una tos de perro con collar de limones en el cogote, que si mis dedos se ven más amarillos que los dibujos de los Simpson, que me veo como de 52 años teniendo 38, que verme subir escaletas ha pasado de ser chistoso a lastimero…
Me importa un comino. Este placer es mío, sólo mio y cada cigarro siempre es el primero, siempre nuevo siempre único y dicho sea de paso “mi gusto es”.
Me gusta mucho y lo disfruto aún más, tanto que muchos cuates hasta se han enviciado por que dicen que fumo muy rico, así como de escena de película en toma cerrada; el hecho es que desde chamaco le encontré el gusto a la niebla en tubo y, a decir verdad soy un tanto ortodoxo, pues me molestan los pretextos para fumar como para dejar de hacerlo: que si para el frío, para después de un taco, a la hora de un café, con un buen trago o después del sexo, y para dejarlo, los mentados chicles, el ejercicio, los propósitos de año nuevo, los parches, ¡bah!, pura palabrería; el mejor acompañante de un buen tabaco es un buen fumador, por el puro placer de ver como se disipa el humo, de tranquilizar los nervios o incluso con el fin único de darle el golpe como suspiro de quinceañera enamorada.
Le tengo mucho respeto al acto de encender un tabaco: es todo un placer que empieza en la boca del estómago para sacar el primero y que sin embargo no termina con el cigarro apagado en el suelo, sino que muchas veces fue el que encendió al nuevo.
De vez en cuando me detengo a escuchar a esa bola de hipócritas, falsos buen samaritanos en pro de la salud, que si parece que mastico chicles de chapopote, que si tengo una tos de perro con collar de limones en el cogote, que si mis dedos se ven más amarillos que los dibujos de los Simpson, que me veo como de 52 años teniendo 38, que verme subir escaletas ha pasado de ser chistoso a lastimero…
Me importa un comino. Este placer es mío, sólo mio y cada cigarro siempre es el primero, siempre nuevo siempre único y dicho sea de paso “mi gusto es”.
Inocente Buendía
México D.F, enero de 2013
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