-Ya vente a acostar, es tarde- grita ella, en
piyama, desde la recámara.
-Espera. Ahorita voy- contesta él, todavía vestido de traje tal y como llegó de la oficina. Permanece con la mirada clavada en el monitor y ambas manos alertas en el teclado y el “mouse”. Está esperando el momento justo para asestar en el rival distraído un golpe único, contundente, definitivo, mortal. Mientras, su cena en el escritorio se ha enfriado.
Todos coinciden en que él es un buen tipo, no fuma, no bebe más que un par de copitas los fines de semana con sus amigos, no es infiel y no se tienen noticias de que haya sido parrandero o mujeriego durante su soltería. Es enemigo declarado de las drogas, asegura que nunca le dio curiosidad probar la marihuana y que la rechazó airadamente cuando algún amigo le llegó a ofrecer en la universidad, incluso jura con orgullo que ni siquiera sabe cómo huele. Es un buen hombre “un dechado de virtudes”, según su suegra, “un poquito mandilón” según su suegro pero al fin y al cabo “un hombre, responsable y sin vicios”.
-¡Puta madre! No lo vi venir.
- ¿Qué pasa? ¿Por qué gritas? ¿Estás bien?- pregunta ella asomándose al estudio mientras él permanece atento a su juego, ella intuye lo que ha pasado, que de seguro mataron a su personaje o le ganaron a su ejército, pero pregunta simplemente por tener algo de qué platicar, está aburrida, no puede dormir- ¿te caliento tu cena?, ya se te enfrió.
- Ajá sí, linda, como tú quieras.
Ella lo mira por un rato, lo analiza, ya ni siquiera tiene ganas de obligarlo a acostarse, tampoco quiere hacer el amor con él. Así aplastado en la silla se ve más gordo de lo que es, más barrigón, lonjudo y aguado, pero no le preocupa ya, al fin y al cabo así son ya todos los esposos de sus amigas, pareciera que a eso estamos destinados todos los burócratas, a pasar cada vez más horas nalga tratando de sobresalir, de ganar un mejor sueldo a costa de perder nuestro aspecto original. Él tiene amplias posibilidades de éxito profesional, “además es honesto y responsable”, ella lo sabe, sabe que él tiene más futuro que su ex novio, Pedro, un vago marihuano, mujeriego bueno para nada. Sin embargo no puede evitar preguntarse un momento cada día cómo hubiera sido su vida con aquel. “Hubiera sido un rotundo fracaso, Pedro no es para una relación seria”, se convence.
Recoge la cena fría de su marido, la mete al horno de microondas que está en la cocina y la devuelve al escritorio para cuando él decida comerla, en una o cuatro horas, cuando deje de jugar. Es un buen hombre, se esfuerza trabajando todo el santo día, merece que su esposa le caliente la cena y ¡qué más da que se la pase frente al monitor!, “merece tener algún vicio”, piensa ella. Porque efectivamente tiene un vicio -contrario a lo que piensan sus suegros - “pero es un vicio como de niños” dice ella.
Se trata de juegos, juegos en línea, juegos de rol, de guerra. Gran parte del tiempo nocturno que pasa en casa, lo consume frente a la computadora exclamando improperios contra los muñequitos en la pantalla -avatares de miles de desconocidos en distintas partes del mundo que como él manotean, gimotean o se deshacen en gritos eufóricos cuando logran vencer al adversario o aumentan de nivel su poder guerrero.
Hacer la guerra –virtual- es su pasión; el pillaje de aldeas enemigas su diversión; ser un guerrero legendario que sobrepase el nivel 52, es su máxima aspiración. En la oficina es un subordinado más, aquí es un hombre de armas, ya es General de Grado 35 con su propio regimiento de licántropos con mandoble y elfos arqueros.
-Bueno ya me voy a dormir eh. Hasta mañana- dice ella- cómete tu cena, no te desveles mucho.
- Sí cariño, te alcanzo en un momento, estoy a punto de llegar un nuevo nivel, ya casi nivel 40 de armas, salvo mi juego y voy.
- Bueno, me voy a fumar un cigarro mientras- dice ella.
- Anda, ve linda, te doy permiso.
Prende un cigarro en la ventana de la cocina para disimular el olor porque en realidad aprovechando la distracción de su marido ella, a veces, fuma con un hiter un poco de marihuana antes de dormir. Con el jalón de hoy se terminó la hierba que le regaló Pedro. Por una parte se alegra de que se haya acabado, así tendrá un pretexto que darse a sí misma para buscar a Pedro mañana cuando el esposo esté en el trabajo. Pedro podrá ser un vago incorregible, pero al menos es divertido, siempre le regala hierba y ella necesita divertirse de vez en cuando, además su poder de armas para guerrear en la cama cuando están pachecos “debe alcanzar de menos el nivel 53”, según calcula ella.
Romeo Valentín Arellanes
México D.F., enero del 2013
Espero que algún día dejemos de pillarnos y dejar de seguir creyendo que virtudes como: es un buen tipo, trabajador, sano, etc... son siempre lo mejor. A veces eso no es lo que queremos.
ResponderEliminarSiempre es un gusto leerte, buen Romeo.
Esperamos su cuento Eve... reciba apapachos del H. Consejo Editorial.
Eliminarja,ja -me parece bueno.
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