viernes, 12 de abril de 2013

2001: odisea en el rancho


Entré a trabajar de diablero a la central de abastos a los 14 años, estaba buena la chamba, conocí a mucha gente. Mi cuate Enrique, el de la carnicería, solía ir a fumar conmigo, bueno dizque por que yo tosía como perro por que ni me sabía la chingadera esa.
Se pegaba para fumar con nosotros el Juan, que no me caía tan bien, pero como era valedor carnicero del quique, pues ni modo –tu eres quinto verdad, -vete a la chingada –ahuevo tu pura manuela jajja. Ya cuando se había ido el Juan le preguntaba a mi cuate, no mames ¿si se nota? –Pues un poco –chales -pues si quieres dile al patrón que nos lleve al rancho – ¿que es eso? –un congal –pues va
Me acerqué a ver a Don Genaro que era el dueño de una de las carnicerías mas grandes, que andaba leyendo el ovaciones como todas las tardes mientras sus empleados estaban en chinga limpiando –que tranza Don Genaro vamos al rancho, ¿no? –sin mirarme, apenas de reojo sobre sus lentes me dijo –pues ahórrale que no es barato -¿Cuánto? –Como dos meses – ¿tanto? –pues si no vas a ir a comprar chicles
Me dispuse a disminuir mis gastos al mínimo, usaba más que nunca mi bicicleta, llevaba el diablo más rápido que nadie, dejé de fumar por ahorrar más aún
Los días eran largos pero no tanto como las noches de tanta pajuela. Me imaginaba a la prosti que me quitaría lo chamaco y me convertiría en machín. La semana más larga fue la última que fue en la que decidí dejar a Doña Manuela para llegar con todo lo que pudiera ahorrar
Aquél día la chamba fue como una película en dónde todo pasa rápido y sin pausas. A las seis ya estaba saliendo hacia el cantón para bañarme, ponerme mi camisa y pantalón buenos y hasta le agarré de su perfume axe a mi carnal el mayor. Nos quedamos de ver en el billar de la esquina. Parecíamos soldados dispuestos a ir a matar y a vencer, todos entre risas y desmadre –hoy te desquintan pinche Charly –si cabrón hoy te toca mojar brocha –no cabrón pisar a fondo.
Entre risas que llega Don Genaro en su Dart para llevarnos, pues se había pegado Manuel el del pollo y Roberto el de los dulces además del wey de Juan que era un cliente muy frecuente en el rancho y no se quería perder mi paso a la hombría
Arrancamos formalmente ya después de comprar 4 six de chelas para el camino, el cual se fue haciendo más y mas aburrido con una carretera vieja y simple, para llegar al supuesto centro de la ciudad, mas chiquito que la propia central y de nuevo a a carretera vieja donde sólo se podían ver maizales, uno que otro billar y más maizales.
Y por fin, en todo su esplendor se podía ver en letras rosa neón y azul pastel: “Rancho el paraíso”

Entramos entre risas y mi nerviosismo al lugar enorme como las casas más grandes de la tele, con una enorme pista de baile, oscuro como la chingada, solo luces rojas, y verdes que medio pasaban a través del humo y dejaban ver a las empleadas con su ropa apenas visible.
Nos acomodamos en una mesa del centro, Don Genaro mandó a llamar al encargado, entre risas todos decían que ahora le tendría que llamar padrino a Don Genaro pues él me había traído a “mi primera comunión”. Pues en eso que llega El toño, saluda a Don Genaro como si fueran amigos de la infancia y pregunta la situación: que que vamos a tomar y de que se trata el asunto.
Nos trajeron unas botellas de bacardí y coca colas, y luego luego se sentaron unas chamacas –como Don Genaro las llamaba, se sentaron en las piernas de Manuel y de Roberto, -esas son sus preferidas de acá, me dijo el Quique.

Y que llega otra mujer, de cabello enorme y ropas diminutas, con unas formas como las que sólo había visto en los calendarios de los aceites para coches. No vi que la había traído el Toño, pero lo escuché cuando dijo: todo tuyo, enséñale que hoy es su primera comunión, Zafiro –que así se llamaba, me tomó de la muñeca y me llevo a un cuarto muy grande, me quietó la ropa y me dijo –mm que rico hueles y empezó el agasajo, parecía irme llevando paso a paso para aprender a nadar, hazle aquí, muévete así, ahora muéveme así, sube esto aquí ahora así, eso déjate llevar y todo lo demás fluyó como llave de lavabo.
No me di cuenta, pues yo seguía en lo mío cuando de pronto se meten unos policías y dicen -vámonos cabrón que estos pendejos no pagaron su cuota. El azul me jaloneó me dijo que me vistiera, el otro le metió mano a mi “madrina de primera comunión” me sacaron haciéndome manita de puerco.

Nos llevaron en unas camionetas a todos en bola, Don Genaro al fondo de la segunda camioneta con mis cuates, -ya valió madres pinche chamaco cagón –ya estuvo poli, déjeme ir con mis cuates a la otra camioneta -¿me estás diciendo que hacer? –no, no poli pero no me quiero ir solo –no seas puto, ¿no estabas muy chingón cogiendo como los grandes? Ya no dije nada. Vi como estaba el comanche hablando con el toño que no mamara que lo esperara, pero que eran órdenes desde arriba que eso era hace 10 días.
En la camioneta donde me subieron iban tres clientes, dos meseros, y un lavaplatos, al parecer habíamos sido los últimos en subir por que estábamos en lo cuartos para los congaleros y los empleados habían ido a meterse unas líneas en la parte de la bodega.

Empezamos a dar vueltas por el MP y sus maizaleros alrededores, en eso llega uno de los azules, con sus ojos rojos y una pupila chiquitita como si hubiera fumado algo, me agarra del brazo y me baja, me dice –tu pinche chamaco, cuántos años tienes? –catorce –espérate aquí, se fue con el otro poli, ya no escuché lo que empezaron a hablar, sólo vi que se radiaban con el comanche y le decían, que el pinche chamaco no pega, regresaron ya los dos polis –¿cuanto traes pendejo? Pues traigo mil –¿nada más? Y que me empiezan a buscar como locos, no se si estaban drogados o fue por la prisa, pero no me encontraron el rollo de lana que llevaba para “mi madrina”, me dijeron, pues a ver pinche chamaco, suelta los mil y agradece que no te reventamos tu madre por ser menor de edad, me dejaron ahí ante la mirada de los demás levantados.

Me fui al amanecer al centro, me tomé un autobús al DF y el lunes pues a chambear, toda la banda llegó hasta el miércoles mentando madres, con cara de idiotas, que dónde estaba, que nunca supieron por que no llegué, que a ellos les tocaron las 72 horas y el rancho ya estaba clausurado. El pinche juan me preguntó que había pasado, le conté que me dieron baje los azules, que me habían dado unos chingadazos por pendejo y que me dejaron a medias mi palo. Lo que no le dije es que tuve la mejor noche de mi vida, y no pagué por ella.



Inocente Buendía
Ciudad Universitaria
México DF

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