jueves, 11 de abril de 2013

La verdad sobre Saavedra (fragmento)

“Como nos lo había pedido, al término de la reunión Vanesa y yo permanecimos en nuestros lugares, ambos nos aferrábamos a la mano del otro, pero por razones diferentes, ella apenas podía contener la emoción, yo estaba experimentando un coctel de sensaciones, tenía el estomago tan contraído que dolía, mi ansiedad estaba alcanzando un límite insospechado, sudaba frío; por un lado, la idea de unir mi vida a la de Vanesa era atractiva, más que eso, era lo mejor que me podía pasar y por mucho, más de lo que merecía, pero no a ese precio, pensaba que si yo me casaba con ella tenía que ser de otro modo, de uno correcto-tenía que haberlo- quería estar con ella de por vida pero con la risueña y tierna chica que conocí en esa fiesta y que me enseñó lo que era vivir, no con un ser trastornado y dañado que más que persona era un simple maniquí sin más señales de vida que el latido de su corazón o el recuerdo del dolor que sabía que sufriría a manos del sádico al que llamaban líder. Esa idea dolía más que cualquier cosa que pudiera haber pasado antes; al pensar en lo que ese bastardo podía hacerle y, que si yo no impedía le haría. La manera en que profanaría su cuerpo y con sus inmundas manos tocaría su frágil pero a la vez fuerte anatomía, eso me llenaba de coraje; por eso sujetaba su mano con fuerza, como si haciéndolo pudiera ahuyentar los hechos venideros, como queriendo que nada cambiara, quería preservarla así, llena de vida, inmaculada si era necesario y creo que esa fue la primera vez en la que seriamente pensé en evitarlo, en hacer algo al respecto, aunque mi propia vida fuera en prenda de ello. Que inocente fui. 

“Saavedra nos señalo con la mano extendida y nos indicó que entráramos a su oficina, un cuartito que tenia al fondo del salón; lo hicimos y ocupamos las dos sillas que estaban frente al escritorio; él entro después y tomó asiento detrás; dijo que se sentía orgulloso de ambos y más de mi, que en el tiempo que había asistido a las reuniones conseguí ser un verdadero e inspirador ejemplo de que su doctrina funcionaba; ella volteo a mirarme, con una mirada que jamás olvidare, también estaba orgullosa de mi y me amaba más que antes de cruzar él esa puerta. De ella dijo que se enorgullecía porque demostró que el amor puede conseguirlo todo y que la mujer es un invaluable apoyo para el hombre y que por eso es invaluable; habló más, dándole vueltas al asunto, parecía que en vez de anunciarnos una boda nos comunicaría que nos colocaría un altar a cada uno y eso debo reconocérselo, es un excelente publicista, capaz de vender cualquier cosa aunque el producto sea una mierda. Casi media hora después por fin soltó la bomba. Vanesa y yo estábamos listos para casarnos, agrego que era algo tan gratificante que el propio movimiento se haría cargo de todos los gastos y que estaba entusiasmado porque comenzáramos el seminario de preparación y eso último provoco que mi estomago, en lugar de tensarse, se retorciera. Agregó que en dos semanas más tendríamos luz verde para el seminario, para mí significó que tenía dos semanas para convencer a Vanesa de huir.

“Basta decir que no lo logré, fueron las dos semanas más exhaustivas que recuerdo y tristemente no lo logre; creo que intenté todo, todo excepto la manera correcta, pero ella seguía empeñada en que todo era una cuestión de fe; durante ese tiempo asumí que no la convencería y me di a la tarea de preparar un plan B; mi opinión sobre eso es dudosa, hay días en que pienso que hice lo correcto, otras creo que fue lo peor, pero lo hice; mi plan era sencillo, evitar que Vanesa acudiera a las sesiones del seminario, sin importar lo que tuviera que hacer y lo primero era saber donde se hacían las reuniones extraoficiales de Los Elegidos (entiéndase que me refiero a los que pertenecen a El Consejo del Líder); no fue difícil, me tomo una tarde lluviosa para embriagar a una de las esposas de ellos en la hora de la comida para saberlo, esa fue la primera vez que volví a ingerir alcohol desde que Vanesa me ayudara a dejarlo y entonces descubrí que esa era la única manera en la que lograba ahuyentar las pesadillas y conseguir conciliar el sueño, quizás se tratara de desmayos por intoxicación o qué sé yo, pero solo así conseguía descansar, lo cual ayudó a poner en orden todas mis ideas y pude reafirmar mi decisión de salvar a mi novia, pero fue todo lo que hice, pude haber hecho más, prepararme más, pero pensé que con golpear a un par de tipos en la entrada y apuntarles a todos con un arma seria más que suficiente para sacar a Vanesa de ahí y cabalgar juntos hacia la libertad, que daño nos ha hecho el cine y las novelas románticas de finales felices”.

En este punto parece que el narrador esta más cómodo, no tan preocupado, incluso deja escapar un par de sonrisas y ha dejado de fumar por al menos dos minutos, es el alcohol haciendo efecto; calla un momento, parece de nuevo elegir sus palabras cuidadosamente y le da el trago más largo a la botella; ahora si vuelve a encender un cigarro y reanuda su relato.

“Las sesiones de los seminarios se realizan simultáneamente para hombres y mujeres, a la misma hora pero en diferentes sitios, a nosotros nos citan en el salón de las reuniones y a ellas en la bodega que tiene el movimiento a dos cuadras en un terreno casi baldío, la bodega estaba en el centro, como una isla. Para esa noche había conseguido un arma, nada especial, era un revolver de seis tiros, lo llevaba en la retaguardia sostenida por el pantalón; obviamente, ni siquiera me presenté a pasar lista en el salón de reuniones, fui directamente a la bodega, me quede a algunos metros de distancia de la entrada oculto acostado entre algunos arbustos que había en el terreno; estuve ahí diez minutos y vi llegar a cada uno de los miembros del consejo del líder y por último a Saavedra, quien apenas podía sostenerse sobre sus pies y necesitó ayuda para entrar, pensaba que era algo a mi favor, que quizás la suerte estaba de mi lado; una vez que todos habían llegado custodiando la puerta se quedaron un par de hombres corpulentos a los que nunca había visto, no creo que pertenecieran al movimiento; no vi entrar a ninguna mujer, asumí que ellas habían llegado antes; ese era mi momento para entrar, así que me fui acercando poco a poco, arrastrándome pecho tierra por los arbustos para que los vigilantes no se percataran de mi presencia, por fin llegue a una de las paredes de la dichosa bodega, no tenia ventanas y tampoco era demasiado grande, era un cuarto como de seis por seis, con la pintura descarapelada y solo tenía un acceso; respiré hondo, como si eso ayudara a darme valor, entonces me acerqué caminando a la entrada con una mano en la espalda, colocada en el mango del arma; uno de los custodios estaba de espaldas así que lo golpee en la nuca con la cacha del arma lo más fuerte que pude y se desplomó; el otro estaba distraído pero al ver a su compañero caer intentó primero detener su caída pero en cuanto me vio intentó abalanzarse sobre mí, solo alcancé a apretar el arma en mi mano y golpear otra vez con todo en su cara; lo logre pero la posición de mi mano al golpearlo provoco que me lastimara tres dedos y el tipo comenzaba a levantarse, así que comencé a golpearlo con el otro puño con frenesí hasta que mis nudillos comenzaron a dolerme y entonces comencé a patearlo en el piso hasta que vi que dejó de moverse y sentí mi cabeza palpitante; extrañamente eso no alertó a nadie y pensé que esa era una de las razones por las que llevaban a cabo este tipo de eventos en esa zona particular de la ciudad; me quedé en silencio ahí, frente a la puerta, aun dudoso de entrar y pensando en cómo abrir esa puerta; busque llaves en los bolsillos de los guardias pero no encontré nada, entonces pensé en simplemente tocar la puerta y lo hice; un hombre de mediana edad abrió una rendija y pregunto “¿Qué pasa?” y lo empuje con todo el impulso que pude con el hombro; sostenía el arma con la mano buena y una vez que estuve dentro apunte hacia adelante, realmente no le apunte a nadie en especifico, solo tenía el brazo alargado con el cañón del arma mirando al frente; no parecía que hubiera nada extraño, esperaba encontrarme con una especie de rincón oscuro, alumbrado parcialmente por velas, no lo sé, algo parecido a la foto que había visto de Saavedra, pero no, lo único que desentonaba es que todos vestían túnicas oscuras, tampoco había mucha gente, eran seis hombres, contando al líder y la única mujer era Vanesa, que estaba en el fondo del cuarto junto a él; nadie se inmuto demasiado por mi irrupción, solo me miraron con algo de extrañeza y cometí el peor error que podía cometer en esos momentos, dudé, me quedé ahí parado comenzando a creer que aquel hombre que me había dado toda esa información sí estaba loco, fue lo último que pude pensar pues mi letargo fue interrumpido por un golpe seco en la cabeza que consiguió sacarme de balance y el arma de la mano; fue entonces que todos los hombres, excepto Saavedra, se abalanzaron sobre mí, conseguí lanzar dos puñetazos que erre por mucho antes de que alguien me inmovilizara por la espalda y me dejara indefenso; golpearon todas las partes de mi cuerpo y parecía que alguien había apretado el botón de “mute” dentro de mi cabeza y solo pudiera escuchar ese infernal beeeeep, pero también de algún modo no dolía tanto, al principio sí, pero llego un punto en que perdí la capacidad de sentir dolor; alcancé a escuchar, como a kilómetros de distancia, que Vanesa gritaba mi nombre y entonces todo se volvió negro”.

A Héctor le da un ataque de tos que lo interrumpe, cuando se compone sin miramientos vuelve a la botella; inspira hondo y termina su cigarro, tira la colilla al piso y se queda en silencio; determina que no puede seguir sin encender otro y lo hace, pero no lo fuma, se limita a encenderlo y mantenerlo en la mano y continua: “no sé cuanto tiempo estuve inconsciente, pudieron ser horas, es lo más probable; cuando reaccioné noté un sabor a cobre en la boca, la visión borrosa y el cuerpo adormecido, apenas podía moverme o respirar y mi visión estaba borrosa; lo único que podía percibir era el frio del metal en las muñecas y en el cuello, claro, al principio no sabía que era metal, fue cuando intenté levantarme que noté los grilletes, el del cuello era lo que me impedía respirar libremente, sí, aun en mi estado quería levantarme, pero entre las cadenas y la menguada fuerza de mis piernas lo único que conseguí fue dejarme sin respiración y caer de sentón, si hubiera podido sentir algo creo que eso hubiera dolido porque escuche tronar algo en mi interior.

El sonido de mis cadenas hizo que alguien se percatara de que estaba consciente, ese alguien era uno de los guardias que golpee y no lo había olvidado, se acercó a mí, me sonrió, no dijo nada y comenzó a golpear mi ya de por si machacado rostro; alguien le dijo que se detuviera y se detuvo, pude percibir algo de temor en su rostro, aunque no lo sé sinceramente, la voz era conocida, era la de Saavedra; esos últimos golpes provocaron que escupiera dos muelas acompañadas de un charco de sangre que se unió a una mancha roja que estaba en el suelo; Saavedra habló alto, sin llegar al grito pero sí con firmeza y atrajo mi atención a él; dijo que era una decepción que me había ofrecido todo y me ayudó cuando lo necesitaba y si hubiera tenido la capacidad de hablar le habría dicho que eso era mentira, que con quien estaba en deuda era con Vanesa; prosiguió diciendo que le había ofendido a él y que por ende, a todo el movimiento, que había puesto en peligro la doctrina y que por eso merecía un castigo, una lección severa para que no cometiera el mismo error dos veces y entonces se hizo a un lado y con una mano indico que viera mas allá de él y vi a mi Vanesa, también encadenada, con la ropa desgarrada de modo que su ropa interior quedaba expuesta, sus brazos estaban suspendidos en el aire pues las cadenas que sujetaban sus grilletes estaban sujetas al techo; tenia los pómulos hinchados y un hilillo carmesí escurría de sus labios; cuando se percató de que estaba consciente levanto su rostro hacia mí y comenzó a gritarme ‘¿ves lo que has provocado? ¿Te das cuenta?’, entonces sollozó y en un volumen más bajo dijo, ‘te lo di todo ¿Por qué me haces esto?... ¿Por qué me lo hiciste?... me equivoque contigo, no valías la pena’, eso dolió, si hubiera tenido sentido del humor en esos momentos habría pensado que era el peor caso de ira mal dirigida de la historia, en lugar de eso, provocó que mis sentidos lograran agudizarse hasta llegar a un nivel aceptable y fue cuando me di cuenta de cuánto cambio la bodega desde que irrumpí en ella, para ese momento si se parecía a lo que me esperaba en primera instancia, las luces se habían apagado y ahora si había velas alrededor de Vanesa en forma de circulo y eso permitía que tuviera una imagen más nítida de ella, para entonces, después de tanto pestañear logre enfocar mejor, todos seguían usando las túnicas pero ahora sobre su cabeza tenían capuchas que impedían ver sus rostros; no había pentagramas ni ninguna cosa como en las películas, no, en lugar de eso se percibía un olor a huevo podrido en el ambiente, Saavedra era el único con la cara descubierta e indico ‘después de mi siéntanse libres de servirse por si solos” y entonces su reunión dio comienzo’”.

A Héctor parecen dolerle sus propias palabras y agacha la cabeza cuando comienza a narrar de nuevo, “Saavedra se acercó a menos de un metro de distancia de mi, abrió su boca y me enseño la lengua e hizo movimientos con ella y se rio, soltó una carcajada intensa e intimidante; me dio la espalda y camino en dirección a Vanesa y cuando estuvo frente a ella le arranco lo que quedaba del vestido y comenzó a lamer desde su ombligo hasta la bifurcación de sus senos, cuando estuvo ahí se detuvo y de esa parte tomo su sostén y comenzó a jalarlo con fuerza reiteradas veces hasta que por fin cedió y con frenesí lanzo la boca a lamer sus senos; Vanesa trataba de permanecer estoica pero Saavedra al ver eso comenzó a morder sus breves pechos y cuando llegó a un pezón mordió con tal fuerza que hizo que Vanesa gritara de dolor, pero Saavedra no se detuvo con eso, siguió presionando con su mandíbula hasta que comenzó a escurrir sangre y entonces se separo violentamente con los dientes presionados y ella grito, desesperada e indescriptiblemente; Saavedra escupió algo, parecía vomito ensangrentado, pero era un pedazo de carne y sangre de mi Vanesa y yo comencé a gritar, al menos creo que lo hice y se alejo; entonces los otros tipos se acercaron a ella mientras aun gemía, uno de ellos llego por detrás de ella, la tomo del resorte de sus pantaletas y la estiro, forcejeo hasta que la prenda cedió, desesperadamente levanto su túnica a la altura de la cintura y con una erección evidente penetro su ano y ella volvió a gemir de dolor; otro que estaba esperando a que perdiera la parte inferior de la ropa interior, cuando esta se rompió, frenéticamente introdujo su falo por la vagina y masajeo el seno sangrante con una mano y comenzó a estrujarlo; otro comenzó a golpear su abdomen sin piedad con una mano mientras con la otra se masturbaba; uno paseo sus testículos en la frente de ella mientras apretaba su garganta con una mano impidiéndole respirar y mientras con la otra estimulaba el glande de su pene excitado; el quinto restregaba su falo en sus manos, sus muslos y sus pies; Saavedra tocaba su pene, intentando lograr una erección viendo el panorama y lo logro y cuando lo hizo grito ordenando que se apartaran; se dirigió de nueva cuenta a ella y pateo entre las piernas su desnudo sexo; ella soltó un gemido ahogado, no creo que tuviera fuerzas para más; entonces Saavedra, con una mano en su mandíbula logro que abriera la boca e introdujo su verga en ella, la sacaba y la metía, repetidamente; creo que ella apenas estaba consciente pero un fallido intento por defenderse, con las fuerzas que le quedaban, mordió el falo del líder, por lo que uno de los otros, habiendo este sacado su órgano de la boca de ella, se apresuró a soltarle un madrazo en la boca tan fuerte que pareció dejarla inconsciente y el hilillo sangriento que provenía de su boca se convirtió en borbotones color vino, creo que vi algunos dientes de su boca volar cuando la golpearon; yo intente de nueva cuenta levantarme pero el metal me lo impidió, entones comencé a gritarles, en un ruego inútil, que la dejaran en paz; entonces Saavedra, extasiado se volteo a mí y dijo, “mira esto” y miré, hubiera preferido que me torturaran a mi o perder la consciencia de nuevo pero no pude; entonces volvió a introducir su miembro, ahora sangrante, en la boca de una Vanesa casi inconsciente, volvía a meterlo y a sacarlo, entonces ella abrió los ojos, como si estuviera en shock; creo que no entendía lo que le estaba ocurriendo; Saavedra coloco los pulgares en sus ojos, uno con uno, y se los cerro y sin interrumpir la felación comenzó a presionar los dedos contra sus cuencas hasta que de ellos comenzó a escurrir sangre y aun así no se detuvo, siguió metiéndolo y sacándolo hasta que estuvo a punto del éxtasis, sacó su pene y eyaculo sobre las cuencas sangrantes. El semen se mezcló con la sangre y entonces los otros miembros del consejo del líder se abalanzaron para lamer e ingerir esa sustancia que se torno morada; quiero pensar que en ese momento murió Vanesa o que al menos se desmayo porque ellos no se detuvieron, al contrario, eso pareció revitalizarlos y volvieron a arremeter contra ella, pero peor; uno de ellos rompió su fémur y se vino sobre el hueso expuesto, acto seguido comenzó a lamerlo; el que paseo sus testículos en su frente con anterioridad vomito sobre su rostro y volvió a hacer lo mismo mientras se masturbaba, pero esta vez manipulaba la mandíbula de Vanesa de modo que pareciera que le daba pequeños mordiscos en el escroto y termino sobre el pezón sangrante y con una manos le dio manotazos en los pómulos; un tercero comenzó a arrancar pedazos de su carne con los dientes, las masticaba y escupía pequeños trozos; el siguiente parecía tener una fijación anal y le introdujo objetos por ese orificio hasta que sangro y entonces la penetro el mismo usando el liquido rojo como lubricante; el último simplemente se masturbaba con la escena pero cuando parecía estar al borde metió su pene en la vagina y se vino dentro de modo que su sustancia blanca escurriera de ahí; todos lo hicieron al mismo tiempo y cuando estuvieron satisfechos, Saavedra, quien estuvo observando hasta ese momento se acerco al cuerpo de Vanesa, se coloco detrás de ella y le rompió el cuello y su rostro quedo colgando en dirección mía, sus ojos ya no estaban pero parecía que agujeros donde habían estado me miraban con rencor, culpándome de lo ocurrido; esa expresión no la olvidaré, le pedí perdón al cadáver que yacía frente a mí y le prometí una cosa, que si salía con vida de ahí, utilizaría hasta mi último aliento para cobrar venganza”.


Clementino Diógenes
México DF, 2013

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