lunes, 29 de abril de 2013

Virgen

-Pasa, no seas tímido- fueron las primeras palabras que Nicole mi vecina, dijo cuando abrió la puerta de su departamento. El sutil aroma a vainilla que desprendía ese espacio tan inmenso me hizo reflexionar y darme cuenta que estaba entrando al lugar más sagrado de aquél ser que por cierto, ya me había hipnotizado. 

Recuerdo haber entrado sigilosamente y comencé a ver cada cosa como si estuviera atento a una visita de museo. Todo parecía excesivamente pulcro y sobrio; la decoración era totalmente acorde a la personalidad de ese ángel que ahora me invitaba a pasar, corriendo el riesgo de darle entrada a un forajido calentón; un perfecto desconocido que sólo quería tocar sus caderas y sentir que el poder del universo se regía ahí, en esa parte de su cuerpo donde muchos al igual que yo, dirigían sus pensamientos más insanos y que cualquiera haría lo que fuera por atraer su atención y recibir de menos un saludo de aquella boca que guardaba una voz ronca y excitante. 

Tan solo de saber que yo había sido el elegido, no caía en la cuenta de entender cómo ella, sí ella, un día me miró, me sonrió y preguntó mi nombre. Hasta entonces sabía que la misión de ese día era correr el riesgo de acercarme al sexo opuesto y jugar al valiente, apostar mi honra y llegar al ridículo extremo de hacer lo que fuese por una dama, como en este caso, cargar del estacionamiento hasta el quinto piso donde ella vivía, las compras que había hecho en el supermercado. 

-¿Quieres beber algo?- Preguntó mientras yo dejaba las bolsas en su cocina. 
-No, gracias, así estoy bien- Dije mientas regresaba a la sala y miraba las fotos que tenía en una mesita de centro. 
-Un favor, cierra la puerta de la entrada y espérame un minuto en el sillón, ya vuelvo- sentenció mientras caminaba hacia su cuarto. 

Al poco rato salió de ahí con un cambio de ropa mucho más cómodo; un suéter color blanco un poco desgastado que seguramente era su favorito, el cual le llegaba justamente a la altura de las nalgas. Unos jeans deslavados que aunque era evidente el paso del tiempo por ellos, no podía dejar de hacer notar sus muslos torneados y que le ajustaban a la perfección. Sus piernas largas y perfectamente definidas, me hacían imaginar cómo era posible que todo eso pudiera entrar en unos pantalones que no sólo hacían resaltar su belleza, hacían resaltar algo en mi entrepierna que, pensándolo bien, sería muy vergonzoso tener que levantarme del sillón si me lo pedía y que una protuberancia escandalosa permitiera evidenciar todo lo que pasaba por mi cabeza, nada más de verla. 

Con la cadencia que la caracterizaba se acercó y se sentó a mi lado. Su largo cabello ensortijado castaño claro, pronto se elevó entre sus dos manos para recogerlo y anudarlo en una coleta. Dejó sus lentes sobre la mesa de centro donde estaban las fotos y por primera vez vi cómo se asomaban unos ojos zarcos penetrantes que me dejaron sin aliento.  Con discreción, agradeció el haberla ayudado a llegar a su casa con la despensa que había surtido y volvió a ofrecerme algo de beber. Después de haberle dicho nuevamente que no, me dijo: ¿Sabes? desde la primera vez que te vi, me diste la impresión de ser una persona diferente, de verdad no miento. Con desconfianza la miré y pregunté: ¿en serio?, es la primera vez que me lo dicen, comenté. Y lo dije de esa manera porque lo único que me vino a la mente era pensar que era un tipo raro, pues para ser sincero nunca fui ni he sido tan agraciado ni popular entre las mujeres. 

-Hay algo en ti que no tienen los demás- señaló detenidamente, mientras tanto pensaba entre mí ¿agallas?, porque en ese momento los nervios estaban por traicionarme y antes de cometer una tontería, debía ser más inteligente que mis hormonas, que para entonces comenzaron a azuzarme como se hace con un perro furioso. Me miró atentamente y se dio cuenta que empezaba a intimidarme y cómo no, si con esa figura sabía perfectamente que cualquiera reaccionaría de la manera en que yo lo hacía en ese momento. Soltó una sonrisa coqueta y acercándose a mí, me dijo al oído: no tengas miedo, sólo quiero ser tu amiga. 

Apenas asimilé su declaración y mi cuerpo reaccionó de inmediato. Sentí como mi piel se erizó en su totalidad, sin tener la más mínima conciencia de que era de su agrado, y creo que esos hermosos labios carnosos rosados no hablaban por hablar. La observé y confesé- nunca alguien como tú me había dicho algo así- y mientras me miraba con ternura, besó mi mejilla izquierda. Ese beso, que entonces para mí era El beso me cegó completamente, porque nunca me hubiera imaginado que eso viniera de alguien a quien elevé más que a una diosa y mientras soñaba con los ojos abiertos, perdía la distancia entre el techo y el suelo, que para entonces no lograba distinguir. 

Cuando logré volver en mí, parpadee y en ese silencio en que uno tarda en tragar saliva para decir una verdad que se ha guardado como un secreto, devolví el beso a su mejilla tersa y le dije que era lo más hermoso que hasta entonces había conocido. Y con esa compasión que se mira a un desvalido al que no puede negársele una ayuda tomó mi mano, me levantó del sillón y besó mi rostro de una manera inocente, acarició mi nuca y de pronto sentí que me desvanecería, pero traté de guardar total control para no quedar como un reverendo estúpido. 

Sin más qué decir o qué hacer, probó despacio mis labios y asestó con mucho cuidado un beso que me llevó a un lugar indescriptible. Con los brazos flojos y sin saber de dónde tomé fuerzas para ello, la tomé de la cintura y me dejé llevar por ese néctar que fluía de su boca como si fuera una necesidad enferma. 

Con la desesperación que tiene una persona que pierde la cabeza ante una adicción, nos fuimos despojando de nuestra ropa; suéter blanco, jeans, playera blanca, pants negros, tenis, zapatillas, todo quedó regado, sin importar absolutamente nada y después de descubrirnos sin más vestimenta que nuestra piel, me recostó en el sillón pidiéndome que sólo la siguiera con calma. Sin objetar la orden que con mucha elegancia me había dictado, de pronto sentí la humedad que recorría la parte baja de su abdomen al contactar con mi sexo. Cuando eso sucedió, en la fusión intensa de esa distancia sagrada, entendí que la vida era algo más que los amigos de la infancia, el futbol callejero o el juego de policías y ladrones…tenía tan sólo 14 años de mi existencia y para entonces, no sólo dejaba a un niño en los brazos de una ninfa que en ese instante me enseñó a amar y a sentir; dejaba algo que muchos todavía preguntan en un simple juego de botella cuando la adolescencia empieza a hacerse presente: ¿eres virgen?. 


Trapo
México DF, 2013

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