Existió en un tiempo una tribu
guerrera, con un espíritu de lucha, lleno de corazón
Ésta tribu, caracterizada por ser
combatiente y bélica cambiaba constantemente de líder, el cual llevaba a cabo
una serie de defensas del título de jefe, pues todos los guerreros podían
aspirar a ser el nuevo con el hecho de retar a un duelo a muerte al actual jefe
del clan
La tribu mística realizaba un ritual
de preparación, el cual comenzaba con la selección de plantas y hongos místicos
que eran molidos hasta hacer un polvo fino; al ritmo unísono de tambores; el
ejército de guerreros forma un círculo en cuyo centro había de enfrentarse el
guerrero jefe de la tribu contra el adversario retador.
Dos guerreros tomaban en sus manos la
mezcla de hierbas en polvo, misma que se soplaba a todo pulmón directamente a
las narices de los contendientes a través de un tubo de bambú pequeño; de igual
manera los guerreros espectadores que un círculo formaban con el fin de
inducirlos al trance idóneo para el duelo.
El combate se llevaba a cabo golpe por
golpe, uno a la vez, directo al pecho en el lado derecho, sonde se sitúa el
corazón. La batalla y elección del nuevo jefe finalizaba cuando uno de los dos
guerreros cayera muerto por el golpe del adversario.
Hubo un guerrero, que a muy temprana
pero suficiente edad quiso detentar el título de jefe de la tribu.
Desde muy joven, el niño con ojos de
jade entrenaba hasta el desfallecimiento, sudor, sangre y desmayos eran sus
acompañantes y testigos. Sus sueños fueron constantemente inundados por los
susurros de los dioses creadores que le decían que él sería el siguiente jefe,
pero que debía apoderarse del espíritu de su rival por completo, de una forma
única, en un acto ritual de reconocimiento de la valentía de su contrincante y finalmente,
para poder adquirir los valores de su enemigo.
El día del duelo para aspirar a jefe
de la tribu, el joven guerrero se miró en el reflejo de un río y supo que era
el día de su ascenso y leyenda.
Los tambores retumbaban en su
estómago, vibraban hacia sus puños, subían por su cuello hasta la cabeza y
salían finalmente a través de su respiración tranquila y acompasada a los
golpes de los tambores. El círculo estaba casi cerrado, abierto únicamente para
que la espiritual mezcla de polvos fuera soplada en los guerreros, para luego
cerrarse hasta que el combate llegara a su inevitable final.
Sobre el pellejo de los tambores, al
unísono sonaron los golpes que anunciaban el inicio del duelo. Para ese
entonces, los polvos ya tenían a ambos guerreros situados en un estado de
trance puro, idóneo para tan mística ocasión; ambos combatientes, ya situados
al centro del círculo, se miraron fijamente a los ojos y comenzaron el duelo.
El guerrero jefe, tuvo su turno
primero, y asestó un golpe seco, directo a la parte superior del pecho, donde
se encuentra el corazón del joven
retador; no sin dificultades reviró el golpe al jefe de la tribu. Puñetazo tras
puñetazo ambos guerreros estaban lidiando contra el inminente descanso eterno.
En su respectivo turno, el joven guerrero aguantó un golpe tal que lo hizo caer
de espaldas cuando ya el aire no llegaba a sus pulmones por la fatiga de la
intensa batalla, se puso de pie trabajosamente, le lanzó una mirada al jefe de
la tribu quien sintió el frío miedo de la muerte en un soplo a través del
cuerpo
En dicho instante, el jefe pudo ver la
cadera de su adversario girar hacia la derecha, el pie izquierdo en la punta
bajaba despacio y el tronco rotaba en su eje hacia la parte izquierda, mientras
la rodilla derecha se perfilaba hacia el muslo izquierdo, levantando suavemente
el talón derecho. Cuando el tronco del joven guerrero terminó su trayectoria,
el puño derecho había recorrido una ruta tan directa como sólo una flecha puede
tener, para impactarse de tal manera que el jefe de la tribu cayó de espaldas,
cual si se tratara de un árbol en la montaña, en el suelo, con los ojos en
blanco y convulsiones incontenibles el jefe guerrero había sido derrotado.
Fue en ese momento cuando el joven
vencedor tuvo un destello en los ojos, se acercó al torso de su vencido rival,
colocó en el suelo su rodilla izquierda,
elevó su puño derecho al punto más alto que su brazo le permitió sólo
para dejarlo bajar tan rápido como sólo lo puede hacer un halcón para
perforar el pecho del caído jefe. Aún
latiendo se pudo ver el corazón arrebatado del cuerpo ya sin vida del otrora
jefe de la tribu, el cual se llevó a los labios, para devorarlo en la más
sublime apoteosis que los espectadores pudieron presenciar sin dejar su parsimonioso
retumbar de tambores: el ritual tenía un desenlace inesperado que la tribu
entera interpretó como apropiación del espíritu guerrero
El guerrero con los ojos de la piedra
del jade aceptó todos los retos subsecuentes, ganando invicto todos ellos,
engullendo los corazones de sus rivales.
Invicto e invencible, el guerrero fue el
jefe de mayor longevidad; incinerado por voluntad propia, solicitó que sus
cenizas fueran incorporadas a la mezcla de hierbas que inducirían energía y
magia, y transmitirían su espíritu a todos los guerreros de la tribu, pero en
especial en el guerrero que seguiría viviendo siempre como un vencedor
Don Leopardo A*
Coyoacán, Distrito Federal
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