martes, 14 de mayo de 2013

Ojos de Jade



Existió en un tiempo una tribu guerrera, con un espíritu de lucha, lleno de corazón
Ésta tribu, caracterizada por ser combatiente y bélica cambiaba constantemente de líder, el cual llevaba a cabo una serie de defensas del título de jefe, pues todos los guerreros podían aspirar a ser el nuevo con el hecho de retar a un duelo a muerte al actual jefe del clan

La tribu mística realizaba un ritual de preparación, el cual comenzaba con la selección de plantas y hongos místicos que eran molidos hasta hacer un polvo fino; al ritmo unísono de tambores; el ejército de guerreros forma un círculo en cuyo centro había de enfrentarse el guerrero jefe de la tribu contra el adversario retador.

Dos guerreros tomaban en sus manos la mezcla de hierbas en polvo, misma que se soplaba a todo pulmón directamente a las narices de los contendientes a través de un tubo de bambú pequeño; de igual manera los guerreros espectadores que un círculo formaban con el fin de inducirlos al trance idóneo para el duelo.

El combate se llevaba a cabo golpe por golpe, uno a la vez, directo al pecho en el lado derecho, sonde se sitúa el corazón. La batalla y elección del nuevo jefe finalizaba cuando uno de los dos guerreros cayera muerto por el golpe del adversario.

Hubo un guerrero, que a muy temprana pero suficiente edad quiso detentar el título de jefe de la tribu.

Desde muy joven, el niño con ojos de jade entrenaba hasta el desfallecimiento, sudor, sangre y desmayos eran sus acompañantes y testigos. Sus sueños fueron constantemente inundados por los susurros de los dioses creadores que le decían que él sería el siguiente jefe, pero que debía apoderarse del espíritu de su rival por completo, de una forma única, en un acto ritual de reconocimiento de la valentía de su contrincante y finalmente, para poder adquirir los valores de su enemigo.

El día del duelo para aspirar a jefe de la tribu, el joven guerrero se miró en el reflejo de un río y supo que era el día de su ascenso y leyenda.
Los tambores retumbaban en su estómago, vibraban hacia sus puños, subían por su cuello hasta la cabeza y salían finalmente a través de su respiración tranquila y acompasada a los golpes de los tambores. El círculo estaba casi cerrado, abierto únicamente para que la espiritual mezcla de polvos fuera soplada en los guerreros, para luego cerrarse hasta que el combate llegara a su inevitable final.

Sobre el pellejo de los tambores, al unísono sonaron los golpes que anunciaban el inicio del duelo. Para ese entonces, los polvos ya tenían a ambos guerreros situados en un estado de trance puro, idóneo para tan mística ocasión; ambos combatientes, ya situados al centro del círculo, se miraron fijamente a los ojos y comenzaron el duelo.
El guerrero jefe, tuvo su turno primero, y asestó un golpe seco, directo a la parte superior del pecho, donde se encuentra el  corazón del joven retador; no sin dificultades reviró el golpe al jefe de la tribu. Puñetazo tras puñetazo ambos guerreros estaban lidiando contra el inminente descanso eterno. En su respectivo turno, el joven guerrero aguantó un golpe tal que lo hizo caer de espaldas cuando ya el aire no llegaba a sus pulmones por la fatiga de la intensa batalla, se puso de pie trabajosamente, le lanzó una mirada al jefe de la tribu quien sintió el frío miedo de la muerte en un soplo a través del cuerpo

En dicho instante, el jefe pudo ver la cadera de su adversario girar hacia la derecha, el pie izquierdo en la punta bajaba despacio y el tronco rotaba en su eje hacia la parte izquierda, mientras la rodilla derecha se perfilaba hacia el muslo izquierdo, levantando suavemente el talón derecho. Cuando el tronco del joven guerrero terminó su trayectoria, el puño derecho había recorrido una ruta tan directa como sólo una flecha puede tener, para impactarse de tal manera que el jefe de la tribu cayó de espaldas, cual si se tratara de un árbol en la montaña, en el suelo, con los ojos en blanco y convulsiones incontenibles el jefe guerrero había sido derrotado.

Fue en ese momento cuando el joven vencedor tuvo un destello en los ojos, se acercó al torso de su vencido rival, colocó en el suelo su rodilla izquierda,  elevó su puño derecho al punto más alto que su brazo le permitió sólo para dejarlo bajar tan rápido como sólo lo puede hacer un halcón para perforar  el pecho del caído jefe. Aún latiendo se pudo ver el corazón arrebatado del cuerpo ya sin vida del otrora jefe de la tribu, el cual se llevó a los labios, para devorarlo en la más sublime apoteosis que los espectadores pudieron presenciar sin dejar su parsimonioso retumbar de tambores: el ritual tenía un desenlace inesperado que la tribu entera interpretó como apropiación del espíritu guerrero

El guerrero con los ojos de la piedra del jade aceptó todos los retos subsecuentes, ganando invicto todos ellos, engullendo los corazones de sus rivales.

Invicto e invencible, el guerrero fue el jefe de mayor longevidad; incinerado por voluntad propia, solicitó que sus cenizas fueran incorporadas a la mezcla de hierbas que inducirían energía y magia, y transmitirían su espíritu a todos los guerreros de la tribu, pero en especial en el guerrero que seguiría viviendo siempre como un vencedor

Don Leopardo A*
Coyoacán, Distrito Federal

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