Noche, siempre noche. La luna, suspendida en el cielo. Entre las nubes, rodeada de nubes. Recuerda un tenebroso ojo. Un ojo de reptil. Un ojo que acecha, frío, inmóvil, a su próxima presa…
Y ahí, en medio de la noche, está él. Y es que él, ahora, es la noche. Y como la luna, como el ojo del reptil, asecha. Siempre asecha, busca a su próxima presa. Su apellido es Sáenz, eso es lo único que se sabe de él. Lo único que él sabe de sí mismo.
Camina, pisa la acera una y otra vez. Las sombras lo rodean. Olfatea el aire. Agudiza el oído. Cree distinguir unos pasos lejanos. Se esconde en la boca de un oscuro callejón. La llama a ella:
-¡Princesa! Ven princesa, ven acá, la cena está servida…
Entonces aparece ELLA. Princesa, como la llama él. Princesa, la gigantesca gran danés. Sus ojos, sus malditos ojos, sus fauces abiertas, malditas. Parece una aparición infernal, recuerda al mítico Sabueso de los Baskerville. Y está hambrienta.
Y Sáenz está hambriento.
El frenesí de la cacería los invade a ambos. Los pasos son ya cada vez más cercanos. Princesa está inquieta. Gruñe, se estremece. Sáenz tiembla, sonríe. Se estremece. Escucha la voz, esa voz, esas voces
-Mata
-Destaza.
-Devora.
Y también las otras voces:
-¿Por qué matas? ¿Por qué destazas? ¿Por qué devoras?
-¿Recuerdas acaso quién eres, quién soy yo?
-¿Nos has ya olvidado?
Las voces callan. Sáenz observa ahora a su presa. Su presa no lo ha visto a él. Princesa ha visto también a la presa. La presa ha visto ya a Princesa. La presa intenta huir. Princesa se abalanza sobre la presa. Princesa cierra sus fauces alrededor del cuello de la presa. La presa ruega. La presa llora. Sáenz emerge de su oscuro escondite. Sáenz blande un martillo…
Sáenz deja caer el martillo sobre la cabeza de la presa, como si le dejara caer su propio destino, el sello de la muerte. El sonido, aquella hermosa armonía, la deliciosa música que produce un cráneo al romperse… Ya está, la presa ha muerto.
La víctima, un hombre de unos cuarenta años. Ha sido una buena noche, una buena caza. Sáenz sonríe. Princesa mueve la cola. Es hora de comer.
Daniel Votán Gómez Navarro
México DF
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