Nunca me encuentro sola, Dios
está siempre conmigo, se
decía la Madre Matilde, ése era su consuelo cuando sentía que el mundo se venía
abajo, cuando los ingresos por la venta de galletas y pasteles no eran
suficientes para alimentar a los niños que cuidaban, cuando las instituciones
del gobierno amenazaban con cortar la luz, el agua o cualquier otro servicio
necesario. La verdad era que también las donaciones habían bajado mucho y cada
vez era más difícil mantener a la orden. Entre los niños, las hermanas y los
pagos; el cierre del convento se veía inminente.
No tenía recursos y había agotado todas las opciones, había ido a varias
fundaciones, programas de radio y cuanta cosa estaba a su alcance; lo peor
había sido cuando acudió a la diócesis en busca de apoyo para mantener el
convento abierto pero, ésta se habían negado porque tenían todos los fondos
comprometidos en varios misioneros que habían enviado a Japón y Senegal. Ese
día la Madre Matilde regresó muy contrariada, su carácter jovial y fuerte se
había desvanecido y empezaba a permear entre el resto de la orden la
preocupación y el desconsuelo, nunca antes se habían sentido así, tan solas y
desprotegidas pero la Madre Matilde como buena cabeza las ánimo diciendo que
todo estaría bien, que ya encontraría el modo de salir adelante pues “nunca
estamos solos Dios siempre está con nosotros”.
Los días que siguieron a la reunión que tuvo con la diócesis, la Madre
Matilde actuó de lo más extraño, ordenó a todas las hermanas que prepararan
galletas y pasteles como era habitual e indicó sobretodo que se enfocaran en
sus actividades pues todo iba a resultar de lo mejor.
Salió varias ocasiones, yendo y viniendo con papeles y apuraciones, un
par de veces se encerró en su claustro y no quiso probar nada de lo que le
llevaban las hermanas, “tal vez estuviera haciendo ayuno como ofrenda o
penitencia”, se decían entre el grupo. Unos días después les comunicó que iría
personalmente a ofrecer los postres y galletas que hacían; esto con el fin de
probarles que Dios las socorrería pues Él nunca abandona además las cosas siempre
mejoran. Ese día temprano salió muy entusiasmada con el resto de las hermanas,
decidieron ir en parejas salvo la Madre Matilde
quien partió sin acompañante. Al
cabo de unas horas, las hermanas ya se encontraban en el punto de reunión,
esperando sólo el regreso de la Madre Matilde; pasaron varias horas más y el
grupo se preocupaba porque la Madre no volvía. Un par de ellas se apresuraron a
apuntar que tal vez las había abandonado pues en los últimos días la Madre
Matilde ya no era más ella.
El anochecer se aproximaba; discutían entre ir a buscarla o dar aviso a
las autoridades. La hermana Juana y la hermana Lucia decidieron investigar por
los alrededores, en estos casos lamentaban que la Madre se negara a tener un
celular, recorrieron algunas calles que se convirtieron en cuadras preguntando
a los transeúntes y locatarios sí habían visto pasar por ahí a una Religiosa
con hábito negro de tez blanca y ojos cafés, muchos rieron denotando que la
estaban viendo en ese momento; algunos negaron haberla visto, los menos;
dijeron verla pasar por la mañana pero, no podían recordar que dirección había
tomado. Cómo la búsqueda no daba resultado, decidieron regresar al convento quizá,
ya habría regresado.
Esa noche, todas se encontraban sumamente consternadas la Madre Matilde
no regresaba, dieron aviso a las autoridades pero no podían iniciar una
búsqueda formal sino hasta que pasaran 24 horas de la desaparición. Así lo
hicieron, la búsqueda inició sin arrojar indicios, no fue sino hasta la mañana
del 4to día que el teléfono sonó en el convento diciendo que la habían
encontrado, que necesitaban que se presentaran en las oficinas de la
delegación. Rápidamente la hermana Juana y la hermana Gabriela acudieron al
lugar indicado; sentían ansiedad al preguntarse cómo se encontraría la Madre,
qué le habría pasado en estos días pero, la ansiedad comenzó a tornarse en
miedo cuando los agentes las conducían rumbo al sótano.
Frente al vidrio templado se encontraba un perito, les dio algunas
indicaciones e hizo pasar a la hermana Juana al cuarto refrigerado, no podía
dar crédito de lo veía, era irreal no podía creer que la Madre Matilde
estuviera… que estuviera muerta; un dolor desquiciante se apoderó de ella.
Abrieron la gaveta B2 y efectivamente reposando como en un tranquilo sueño se
encontraba quien alguna vez fue la Madre Matilde.
Qué había pasado; por qué estaba muerta, quién le había hecho eso. Los
agentes del ministerio público les indicaron que la averiguación se encontraba
en proceso pero, que de forma inicial la línea de investigación arrojaba que
había perdido la vida en un intento de asalto pues, encontraron en su mano
parte del asa de la bolsa que llevaba.
Las hermanas iniciaron los trámites de liberación del cuerpo para poder
darle santa sepultura, pidieron al convento que trajeran otro hábito para poder
vestirla apropiadamente y ocultar las costuras de la necropsia.
Más tarde llegó la otra comitiva, se veían extrañas; sus rostros más que
tristeza mostraban consternación. Le mostraron a la hermana Juana algunas cosas
que habían encontrado en un cajón del Ropero de la Madre Matilde mientras
buscaban lo que les habían pedido; hallaron un papel arrugado en el que se leía
nunca me encuentro sola, Dios está
conmigo escrito probablemente por la Madre Matilde, el crucifijo de cuando
se volvió profesa y tal vez lo más interesante; el contrato de un seguro de
vida a nombre de Matilde Hernández Baltazar.
Hubo muchos murmullos cargados de ansiedad y nerviosismo. Las hermanas
asentían o negaban con la cabeza; qué hacer sé preguntaban; qué significaba
esto, y sí la hermana Matilde se hubiera... No; eso jamás; ella sabía
perfectamente qué pasaría de cometer un acto tal vil, la hermana Juana se
impuso y las reprimió. Cómo se atrevían a pensar en algo así y aún más, como se
atrevían a decirlo como una posibilidad.
El día que siguió a la entrega del cuerpo; fue enterrada la hermana Matilde.
Continuaron los rosarios, las misas y todos los ritos fúnebres acostumbrados,
así pues; siguió la vida inmutable; los
días pasaron convirtiéndose en semanas no fue sino hasta casi pasado un mes, cuando
fueron llamadas para la entrega oficial del reporte en el Ministerio Público.
El informe decía que, Matilde Hernández Baltazar había fallecido a
consecuencia de pérdida de sangre por una herida punzocortante penetrando en la
cavidad abdominal izquierda rasgado la aorta, se encontraron indicios de lucha,
esto aunado al resto de las evidencias y pocos testigo, había llevado a los
investigadores a concluir que, Matilde había sido asesinada como consecuencia de
un asalto. La investigación continuaría abierta hasta encontrar al o los
responsables del crimen. El informe había arrojado algo de luz en el convento, ahora que se
descartaba la posibilidad de suicidio, podrían hacer valido el seguro que
habían encontrado a favor del Convento
Santo Domingo de la Orden Dominica de Nuestra Señora de la Purificación;
tendrían suficiente para mantener el convento funcionando y aun cuando la Madre
Matilde se había ido ya no se sentía ese vacío e incertidumbre, Dios las
acompañaba.
Ahora, la hermana Juana tomaría a su cargo el convento, podrían seguir
ayudando a la comunidad y continuaría con las obras iniciadas por su predecesora
sin embargo; en la mente de la Madre Juana se extendían sombríos
pensamientos que, definitivamente, tendría que mencionar en su próxima
confesión; la imagen de la Madre Matilde diciendo que “todo saldría de lo mejor”,
el seguro de vida que hallado en el cajón y el peligrosísimo lugar donde el
cuerpo había sido encontrado… no, no, no, tenía que desechar esas idea todo tenía
que ser coincidencia.
Guadalupe Margarita Pérez Vélez
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