lunes, 15 de julio de 2013

Siempre está conmigo



Nunca me encuentro sola, Dios está siempre conmigo, se decía la Madre Matilde, ése era su consuelo cuando sentía que el mundo se venía abajo, cuando los ingresos por la venta de galletas y pasteles no eran suficientes para alimentar a los niños que cuidaban, cuando las instituciones del gobierno amenazaban con cortar la luz, el agua o cualquier otro servicio necesario. La verdad era que también las donaciones habían bajado mucho y cada vez era más difícil mantener a la orden. Entre los niños, las hermanas y los pagos; el cierre del convento se veía inminente.
No tenía recursos y había agotado todas las opciones, había ido a varias fundaciones, programas de radio y cuanta cosa estaba a su alcance; lo peor había sido cuando acudió a la diócesis en busca de apoyo para mantener el convento abierto pero, ésta se habían negado porque tenían todos los fondos comprometidos en varios misioneros que habían enviado a Japón y Senegal. Ese día la Madre Matilde regresó muy contrariada, su carácter jovial y fuerte se había desvanecido y empezaba a permear entre el resto de la orden la preocupación y el desconsuelo, nunca antes se habían sentido así, tan solas y desprotegidas pero la Madre Matilde como buena cabeza las ánimo diciendo que todo estaría bien, que ya encontraría el modo de salir adelante pues “nunca estamos solos Dios siempre está con nosotros”.

Los días que siguieron a la reunión que tuvo con la diócesis, la Madre Matilde actuó de lo más extraño, ordenó a todas las hermanas que prepararan galletas y pasteles como era habitual e indicó sobretodo que se enfocaran en sus actividades pues todo iba a resultar de lo mejor.
Salió varias ocasiones, yendo y viniendo con papeles y apuraciones, un par de veces se encerró en su claustro y no quiso probar nada de lo que le llevaban las hermanas, “tal vez estuviera haciendo ayuno como ofrenda o penitencia”, se decían entre el grupo. Unos días después les comunicó que iría personalmente a ofrecer los postres y galletas que hacían; esto con el fin de probarles que Dios las socorrería pues Él nunca abandona además las cosas siempre mejoran. Ese día temprano salió muy entusiasmada con el resto de las hermanas, decidieron ir en parejas salvo la Madre Matilde  quien partió sin acompañante.  Al cabo de unas horas, las hermanas ya se encontraban en el punto de reunión, esperando sólo el regreso de la Madre Matilde; pasaron varias horas más y el grupo se preocupaba porque la Madre no volvía. Un par de ellas se apresuraron a apuntar que tal vez las había abandonado pues en los últimos días la Madre Matilde ya no era más ella.
El anochecer se aproximaba; discutían entre ir a buscarla o dar aviso a las autoridades. La hermana Juana y la hermana Lucia decidieron investigar por los alrededores, en estos casos lamentaban que la Madre se negara a tener un celular, recorrieron algunas calles que se convirtieron en cuadras preguntando a los transeúntes y locatarios sí habían visto pasar por ahí a una Religiosa con hábito negro de tez blanca y ojos cafés, muchos rieron denotando que la estaban viendo en ese momento; algunos negaron haberla visto, los menos; dijeron verla pasar por la mañana pero, no podían recordar que dirección había tomado. Cómo la búsqueda no daba resultado, decidieron regresar al convento quizá, ya habría regresado.
Esa noche, todas se encontraban sumamente consternadas la Madre Matilde no regresaba, dieron aviso a las autoridades pero no podían iniciar una búsqueda formal sino hasta que pasaran 24 horas de la desaparición. Así lo hicieron, la búsqueda inició sin arrojar indicios, no fue sino hasta la mañana del 4to día que el teléfono sonó en el convento diciendo que la habían encontrado, que necesitaban que se presentaran en las oficinas de la delegación. Rápidamente la hermana Juana y la hermana Gabriela acudieron al lugar indicado; sentían ansiedad al preguntarse cómo se encontraría la Madre, qué le habría pasado en estos días pero, la ansiedad comenzó a tornarse en miedo cuando los agentes las conducían rumbo al sótano.
Frente al vidrio templado se encontraba un perito, les dio algunas indicaciones e hizo pasar a la hermana Juana al cuarto refrigerado, no podía dar crédito de lo veía, era irreal no podía creer que la Madre Matilde estuviera… que estuviera muerta; un dolor desquiciante se apoderó de ella. Abrieron la gaveta B2 y efectivamente reposando como en un tranquilo sueño se encontraba quien alguna vez fue la Madre Matilde.
Qué había pasado; por qué estaba muerta, quién le había hecho eso. Los agentes del ministerio público les indicaron que la averiguación se encontraba en proceso pero, que de forma inicial la línea de investigación arrojaba que había perdido la vida en un intento de asalto pues, encontraron en su mano parte del asa de la bolsa que llevaba.
Las hermanas iniciaron los trámites de liberación del cuerpo para poder darle santa sepultura, pidieron al convento que trajeran otro hábito para poder vestirla apropiadamente y ocultar las costuras de la necropsia.
Más tarde llegó la otra comitiva, se veían extrañas; sus rostros más que tristeza mostraban consternación. Le mostraron a la hermana Juana algunas cosas que habían encontrado en un cajón del Ropero de la Madre Matilde mientras buscaban lo que les habían pedido; hallaron un papel arrugado en el que se leía nunca me encuentro sola, Dios está conmigo escrito probablemente por la Madre Matilde, el crucifijo de cuando se volvió profesa y tal vez lo más interesante; el contrato de un seguro de vida a nombre de Matilde Hernández Baltazar. 
Hubo muchos murmullos cargados de ansiedad y nerviosismo. Las hermanas asentían o negaban con la cabeza; qué hacer sé preguntaban; qué significaba esto, y sí la hermana Matilde se hubiera... No; eso jamás; ella sabía perfectamente qué pasaría de cometer un acto tal vil, la hermana Juana se impuso y las reprimió. Cómo se atrevían a pensar en algo así y aún más, como se atrevían a decirlo como una posibilidad.

El día que siguió a la entrega del cuerpo; fue enterrada la hermana Matilde. Continuaron los rosarios, las misas y todos los ritos fúnebres acostumbrados, así pues; siguió la vida inmutable;  los días pasaron convirtiéndose en semanas no fue sino hasta casi pasado un mes, cuando fueron llamadas para la entrega oficial del reporte en el Ministerio Público.
El informe decía que, Matilde Hernández Baltazar había fallecido a consecuencia de pérdida de sangre por una herida punzocortante penetrando en la cavidad abdominal izquierda rasgado la aorta, se encontraron indicios de lucha, esto aunado al resto de las evidencias y pocos testigo, había llevado a los investigadores a concluir que, Matilde había sido asesinada como consecuencia de un asalto. La investigación continuaría abierta hasta encontrar al o los responsables del crimen. El informe había arrojado algo de luz en el convento, ahora que se descartaba la posibilidad de suicidio, podrían hacer valido el seguro que habían encontrado a favor del Convento Santo Domingo de la Orden Dominica de Nuestra Señora de la Purificación; tendrían suficiente para mantener el convento funcionando y aun cuando la Madre Matilde se había ido ya no se sentía ese vacío e incertidumbre, Dios las acompañaba.
Ahora, la hermana Juana tomaría a su cargo el convento, podrían seguir ayudando a la comunidad y continuaría con las obras iniciadas por su predecesora sin embargo; en la mente de la Madre Juana se extendían sombríos pensamientos que, definitivamente, tendría que mencionar en su próxima confesión; la imagen de la Madre Matilde diciendo que “todo saldría de lo mejor”, el seguro de vida que hallado en el cajón y el peligrosísimo lugar donde el cuerpo había sido encontrado… no, no, no, tenía que desechar esas idea todo tenía que ser coincidencia.

Guadalupe Margarita Pérez Vélez






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