Me acomodaron en el último rincón del sexto piso, en un cubículo de la esquina para ser exactos, lejos de todos y cerca del archivo, que dicho sea de paso apestaba a humedad, mi escritorio era viejo y la silla bastante incómoda, ese era el cuchitril que me asignaron como espacio para trabajar en mi primer empleo, parecía deprimente, pero no tardé en descubrir el encanto de ese lugar: tenía una ventana que daba exactamente a una oficina del edificio de enfrente. Podía ver con claridad todo lo que hacía la persona que trabajaba del otro lado y lo más agradable era que se trataba de una hermosa mujer que desde ese día se convirtió en mi hobbie y mi única compañía en las horas laborales. Todos los días llegaba temprano para verla desayunar en su oficina y me iba a las 6 en punto, hora en la que ella se iba. No podría saber que la observaba desde mi ventana, ya que el edificio donde yo trabajaba tenía los vidrios polarizados, por eso se sentía con toda la confianza de hacer lo que le apeteciera, como tomar una engrapadora de micrófono y ponerse a cantar, incluso bailar si su ánimo se lo pedía, pues ella se creía completamente sola. Jamás sentí que estuviera invadiendo su privacidad, ni siquiera el día que por alguna razón se desabrochó los dos primeros botones del escote de su blusa, se quitó los tacones, subió las piernas a su escritorio y dejó ver algo que me inquietó mucho. En su muslo izquierdo (tenia hermosas piernas por cierto) traía un liguero con una pistola. Me acerqué como mosca en la ventana para poder verla mejor pero ella se levantó poniéndose sus tacones y un saco y salió de la oficina, dejándome totalmente intrigado y ¿por qué no decirlo?, enamorado también.
Desde ese día se convirtió en una obsesión para mí. A pesar de que no sabía ni su nombre tenía la sensación de conocerla y conocerla muy bien, sabía que le gustaba cantar y bailar, que tomaba mucha agua, que jamás tomaba café y que usualmente le gusta jugar con el chicle estirándolo con la mano desde su boca. Cosas que creo yo, poca gente sabría de ella. Todo eso me empezaba a desconcertar, quería verla, tocarla, hablar con ella, saber que era real, así que empecé a buscarla en las horas de salida y entrada. Fue inútil, nunca coincidimos.
Un día que llegué tarde a la oficina, vi de espaldas a una mujer en la entrada del edificio buscando algo en el suelo, pasé sin prestarle atención, hasta que me gritó “disculpa”, gire y la vi, era ella frente a mí, a menos de un metro de distancia y sin un vidrio de por medio.
-Se me cayó mi celular y no lo encuentro, ¿podrías marcarme para ver si esta por aquí?- era raro oír su voz.
-Claro, dime el número.
-5515925264- dijo ella.
Marqué y el tono de “Bajo del mar” de La Sirenita comenzó a sonar abajo de un árbol junto al edificio, ella se sonrojó y corrió a recoger su celular, acto seguido entró a su edificio dándome las gracias desde lejos. Yo me quedé ahí, parado con mi celular en la mano y su número en él. Subí corriendo a mi cubículo, estaba emocionado, planeaba el momento adecuado de llamarle e invitarla a salir. Voltee a la ventana y vi que estaba guardando sus pertenencias en una caja, se mudaba. Estaba muy acostumbrado a su presencia (por así decirle a verla por la ventana) no quería quedarme solo y peor aún, no quería quedarme sin conocerla, así que le marqué.
-Hola que tal, soy el que te ayudó a encontrar tu celular.
-Hola- me contestó y vi por la ventana como reía.
-Espero no te moleste mi atrevimiento pero quisiera invitarte a cenar ¿puedes hoy?
-Hoy saldré tarde pero si me esperas, te veo a las 9 donde nos vimos hoy ¿ok?
-ok, perfecto ahí te veo
-Bye
-Disculpa, ¿cómo te lla…?
Colgó sin decir su nombre. Las horas se me hicieron eternas pero por fin llegó el momento, bajé y ya estaba ella en el lugar acordado
- No podré cenar pero ven- dijo tomándome de la mano, y sin poderle decir nada me metió a su edificio ante la mirada extraña del vigilante. Nos subimos al elevador y apretó el botón número seis. Sin darme tiempo a nada me besó en la boca.
-¿Cómo te llamas?-el elevador se abrió y me condujo hacia su oficina.
-No te lo diré- me contestó,
-¿Por qué no?- repliqué un tanto molesto.
Ella cerró la oficina con seguro, me aventó a su silla ejecutiva y se sentó en el escritorio justo en frente de mí.
-Porque no me conviene, hoy dejó de trabajar aquí, me caso el próximo viernes y me gustas mucho desde que te vi, razones suficientes para no decir mi nombre.
-¡Desde que me vio! ¿Cuándo me vio? No creo que le haya gustado por haber encontrado su celular- pensé.
-Todo los días, la misma ruta y el mismo lugar, de ida y de regreso, te sientas en el cuarto asiento del lado de la ventana, siempre vamos en el mismo autobús y tu siempre llevas puestos tus audífonos, miras a la ventana e ignoras a todos
- ¡Soy un cuadrado!, efectivamente, siempre me siento en el mismo lugar y trato de ignorar a toda la gente del autobús, odiaba tener contacto con extraños en mi trayecto, ¿pero cómo pude ignorar a esa belleza todos los días?, la tenía tan cerca y yo conformándome con verla por la ventana, pero la pregunta del millón es cómo esa belleza se fijó en alguien tan común y corriente como yo.
-Me encanta tu pose de importante y tu carita de niño bueno- dijo ella contestando las preguntas que cruzaban por mi cabeza- mis amigas decían que tenías cara de sangrón, de esos que sienten que nadie los merece, y para serte sincera es verdad, por eso me gustaste más
Mis años de intelectual, antisocial y mamón por fin daban frutos, la tomé por la cintura y comencé a besarla.
-No te cases- le decía, mientras desabotonaba su blusa.
-Llevo años planeando esta boda, eso es lo que quiero, casarme, solo puedo regalarte y regalarme este momento, disfrútalo- diciendo esto se quitó la falda resolviendo uno de los misterios más inquietantes de mi vida, su liguero con una pistola. Era un tatuaje, el más hermoso que he visto en la vida.
Hice lo que ella me dijo, disfrutar, y la disfruté varias veces; en el suelo, en el escritorio y en el sillón ejecutivo, y mientras lo hacía no podía evitar pensar morbosamente, como se vería desde mi edificio y si a caso alguna persona estaría mirando la función.
Terminamos y ella solo me pidió que la ayudara a bajar las cajas con sus cosas, insistí nuevamente en su nombre pero no quiso dármelo. Paró un taxi y antes de subirse solo me dijo: “fue un placer coincidir en esta vida”, y así como así se fue, dejándome con el recuerdo más erótico de mi vida. Ella nunca supo que cuando la ayudé a bajar sus cosas pude ver con claridad entre adornitos de oficina y papeles, una copia de su credencial con su nombre bien clarito.
Mis días en la oficina después de eso ya no tuvieron sentido, así que busqué otro empleo y me fui. Admito que después de mi encuentro con ella me volví más sociable, aunque eso signifique acabar con mi encanto de mamón, pero nunca sabes a quién te puedas encontrar en el transporte.Sin embargo, algo me faltaba, y fue hasta que, como dice la canción, en una noche de alcohol, me hice un tatuaje que dice Soledad Carvajal.
Lic. Sandoval.
Julio de 2013 Edo. Mex.
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