martes, 22 de marzo de 2016

Paz interior


Abrí los ojos, me costó recordar en qué ciudad estaba, había despertado en otro cuarto de hotel desconocido. Fijé la mirada en el techo y tuve el presentimiento de que algo malo pasaría. Me juré a mi mismo que guardaría la calma. Solo falta un día, este día, con esa idea en la cabeza me calmé. De pronto nada me importó. De un tiempo a la fecha puedo ser indiferente a casi cualquier cosa, me gusta pensar que no es egoísmo sino una facultad adquirida con los años y la experiencia. Pienso que la paz interior de la que hablan los monjes budistas debe ser una especie de indiferencia ante absolutamente todo, hasta a uno mismo. Me mantuve tranquilo cuando la recepcionista me cobró indebidamente la habitación. Debe haber un error señorita, la habitación la pagó la empresa con anticipación, según entiendo. Debí hacer un escándalo, llamar a la oficina para aclarar pero ni si quiera lo pensé. Extendí la tarjeta de crédito. No tendré dinero al final de la quincena, pensé, pero qué más da, si mi vida no es muy activa fuera del trabajo últimamente. Señor olvidó su factura, gritó la recepcionista, pero le dije al conductor del taxi que no se detuviera.

Ya en el mostrador, al tratar de documentar mis maletas me dijeron que el vuelo estaba sobrevendido. Pero ya está pagado, les recordé, lo debió pagar la empresa con anticipación. Lo sabemos señor y lo sentimos, por eso en compensación, si aborda el siguiente vuelo en vez de este, le daremos dos boletos gratis para un destino nacional, válido todo el año, ¿no le gustaría tener unos boletos gratis para sus próximas vacaciones en pareja? ¿Para qué me sirven ya dos boletos?, mi destino es abordar este avión, pensé. Un señor detrás mío intuyó mi negativa y se apresuró a pedir la oferta. ¿Puedo tomarlo yo? Solo si el caballero acepta, dijo la del mostrador. Les sonreí y decidí abordar el avión que me correspondía.

Las azafatas estaban nerviosas desde el principio, peleaban entre sí discretamente, a un volumen bajo pero estoy seguro que lo hacían. Se arrebataban las cosas y salían y entraban constantemente de la cabina. Los demás pasajeros tal vez lo notaron o tal vez no, pero yo sí. Todo lo estaban haciendo con demasiada prisa, la azafata ni siquiera dio completas las instrucciones de qué hacer en caso de accidente y tampoco las dio en inglés. Pero a nadie pareció importarle, tal vez todos las sepan de memoria como yo -las salidas de emergencia están a los costados, siga el camino de lucecitas amarillas, debajo de su asiento hay un chaleco salvavidas, colóqueselo primero usted y luego a los niños o adultos mayores; si caen las mascarillas del techo, también, primero usted y ayude a su compañero si es menos hábil- o tal vez todos están seguros que llegarán con bien a su destino.

Esta aerolínea está cada vez peor, dice mi compañera de asiento y pienso que tiene razón. La vez pasada solo me dieron unos cacahuates joven, ahora vea, hasta le tiran a usted el café. Le sonrío. A mi edad ya no quiero seguir viajando así, es muy pesado… ¿usted tiene hijos? Un movimiento brusco y mi compañera de asiento grita “ay Dios mío”. El piloto alerta a la tripulación y pasajeros que pasamos por una zona de turbulencia. Ya ve cómo cada vez es peor joven, se supone que deben avisar de la turbulencia desde antes y no ya que se siente. Vi a las dos azafatas hasta la punta del pasillo estaban una al lado de la otra en sus asientos de seguridad, no peleaban ya, estaban tomadas de las manos. Ay Dios mío, gritaron más pasajeros y mi compañera de asiento se puso a rezar en voz alta. Un nuevo brinco del avión la hizo rezar más rápido hasta ponerse a llorar, otro brinco y mi compañera casi se ahoga con su llanto. Todos gritan, algo truena y las mascarillas caen del techo. Hay lágrimas escurriendo por los cachetes de las azafatas. La gente no sabe qué hacer con las mascarillas, las enredan y desenredan sin poder respirar. Mi compañera solo aguanta la respiración, suda y se aferra a su asiento. Me logro colocar la mascarilla y logro también colocársela a ella. No habla, me aprieta la mano, me clava las uñas. Le digo que se calme, que independientemente de lo que pase, nosotros estaremos mejor.




Romeo Valentín Arellanes
Ciudad de México, marzo 2016.


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