domingo, 31 de julio de 2011

Daño cerebral (parte I)


Faltaban unos meses para su cumpleaños 27, edad mítica promedio  en la que mueren los roqueros que se convierten en leyenda, pero él aún gozaba de salud suficiente para vivir otros 27 años y no tenía vistas de cumplir las promesas de vida que se hizo a sí mismo en la adolescencia, época en que descubrió su devoción por el Rock. Ahora que su juventud se extinguía, por primera vez pensó en el suicido de una manera auténtica, seria, sin la exageración melodramática que acostumbra montar ante los demás cuando tocaba el tema; pero desistió de la idea, concluyó que su sangre mediocre no era una digna ofrenda para el espíritu del Rock. ¿Quién era él para morir envuelto en esa bandera? ¿Quién era él para emular a Cobain, Vicious, Hendrix, Janis, Bonham, Moon y todos sus ídolos? Todos ellos habían logrado algo grande antes de morir, habían sacudido a las buenas conciencias, habían roto con lo establecido, escrito himnos generacionales, conseguido fama y fortuna, brindado conciertos memorables y consolidado una base de fieles fanáticos antes de romperse la cara en el fondo del abismo. A todos ellos el Rock les había dado a elegir entre una muerte congruente o seguir en la frívola y conformista fama traicionándose a sí mismos. Ellos escogieron la muerte y el Rock los recompensó con la vida y la juventud eternas. Pero él quién era: un don nadie simplemente, un don nadie que no podía morir antes de llegar a viejo; un don nadie a pesar de su buen oído, su feeling y su pulida técnica para tocar. Seguramente el Rock rechazaría y escupiría su vida ofrendada; la gente achacaría su muerte a las causas más comunes entre los suicidas y a los hechos concretos de su vida: una depresión crónica que nadie había notado antes, la frustración, la inmadurez, la cobardía o la incapacidad para dar la cara por su hembra y enfrentar la paternidad como un verdadero hombre. Sin fama que intercambiar por la muerte nadie valoraría la pureza de sus acciones ni el compromiso auténtico de su alma con el espíritu del Rock; ante la gente, los hechos concretos terminarían por imponerse empañando la belleza de los ideales, como casi siempre sucede. ¿Pero entonces qué rumbo debía de tomar en su vida? Su realidad era obvia y evidente aunque él no quisiera verla. Le dolía reconocer que no tenía el talento nato y excepcional que se necesita para el Rock de grandes ligas, lo sabía desde hace mucho pero creía que su pasión auténtica y su técnica compensarían de alguna forma esta carencia. Era buen ejecutante, sí, pero siempre le había faltado el carisma y arrojo de las estrellas de Rock. Era antipático y sin chispa. ¿Y cambiar de género musical?... ¡nunca! prefería volverse burócrata antes que cambiar de estilo, mucho menos volverse huesero, músico de fiestas o músico de cámara, porque pese a todo la única música que le satisfacía interpretar era el Rock, su Rock. Pero ahora no le quedaba más que aceptar el fracaso. Lo más sensato era asumir la inexorable paternidad y abandonar el Rock tal como lo habían hecho uno a uno sus viejos compañeros de batalla, casados ya, con hijos, sin pelo, con barriga desde hace varios años. La solución era aceptar su contradictoria desgracia: Ya que no era digno de morir por el Rock, entonces el Rock dentro de él tampoco estaba en un lugar digno, por eso debía ser exorcizado, arrancado de su alma de forma violenta por su propio bien, igual que se amputa un órgano para eliminar el cáncer que amenaza la vida. Tenía que amputar el Rock dentro de él, matarlo y enterrarlo aunque perdiera una parte de sí mismo, aunque quedara incompleto y parapléjico, matarlo aunque el proceso fuera doloroso.

Con inusual decisión empeñó sus instrumentos, sus amplificadores, sus discos incluyendo las ediciones especiales, esperaba comprarse unos trajes, pagar el peluquero y dirigirse directo a buscar trabajo con el dinero que le dieran, pero la cantidad entregada fue tan inferior a sus expectativas que su ímpetu de cambio trastabilló, se arrepintió. Le dieron ganas de beber para ver si así le volvían a dar ganas de cambiar su vida, o por lo menos para pensar la forma de recuperar sus cosas empeñadas. Se perdió en la primera cantina que vio abierta. Algo bebió que no era bueno porque su mente, hasta la fecha, no recuerda casi nada de lo que pasó esa noche, sólo los enigmáticos ojos miel de aquel viejo con el qué brindó antes de perder el sentido…


Romeo Valentín A. agosto de 2011
Tenayuca, Estado de México

2 comentarios:

  1. Faltó la mención a Amy Winehouse, muy recomendada para el club.

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  2. Lo escribí antes de que muriera, pero más bien ella pertenece al club de las Divas Malditas del Soul como Billie Holliday. Las muertes prematuras no son patente de los roqueros.

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