lunes, 7 de enero de 2013

Vos


“Los muertos pesan más que los vivos, lo aplastan a uno”.
Juan Rulfo

Lo vi venir con ese andar pausado y despreocupado de los que no temen al destino, de su mano derecha colgaba una botella de algún licor barato y de la izquierda chorreaba un delgado hilo de sangre que dejaba la marca de su paso como un hilo de Ariadna siniestro. Salvador me reconoció antes de que yo atinara a descubrir su rostro entre la gorra negra y la barba de días, se cumplían exactamente dos años de no verlo, extraña coincidencia que atiné a interpretar como un presagio de la noche: “algo” iba a suceder; se acercó a mi y me tendió la botella intentando una sonrisa a manera de saludo, acepté el trago que para esas horas, lejos de aletargarme me espabiló y lo saludé como si nuestro último encuentro no hubiera terminado a golpes.
-Te ves de la chingada, ¿De dónde vienes?
-De por ahí, ¿vos has notado que en las noches el mundo se ve más claro?
Así era siempre, un obsesionado de sus pensamientos, con él las cosas dejaban de ser “reales” y adquirían un aire filosófico burdo y peyorativo, a medio camino entre la gran verdad y la estupidez.
-¿Y la sangre?
-¿Se bebe bien en ese bar?
-Igual que en todos.
-Ya, pensé que sería bueno pasar y conocer, beber solo en compañía es un placer que pocos hombres nos podemos dar.
-Pinche Salvador, vienes tomando.
-Ya, pero tomar solo no es de virtuosos.
-¿Y la sangre?
-Una herida de amor. Te ves más gordo.
-Dos años son mucho.
-Ya, no pensé que fueran tan pocos. ¿Me acompañas?
-¿A dónde?
- Por ahí.

Caminamos sin rumbo, me inquietaba el hilo de sangre que no paraba, sin embargo pensé que no sería grave si Salvador a cada tanto se llevaba la mano a la boca para chupar el exceso que manchaba su camisa.

-¿Vos has visto que la noche es para los perdedores?, siempre que salgo a tomar por las calles me encuentro con cada tipo que francamente me asusta.
-Salvador, hasta antes de reconocerte pensé que querías asaltarme.
-Ya, pero yo soy inofensivo, un borracho patibulario más que recorre esta ciudad en busca de encontrar la muerte, un vicioso que no vale la pena ser amado, un bueno para nada que solo existe por inercia.
- ¿Ya nos estamos sincerando?
- Tú eres distinto, te burlas de todo y de todos, pero en el fondo me entiendes, no pertenecemos a este mundo, por eso bebemos, para quitarle esa pátina de realidad a lo que percibimos.
-¿Y la sangre?
-¿Eso importa?, quizás maté a alguien y no salí indemne, quizás me corté con una botella, quizás tuve que cortarme el dedo para escapar de una trampa.
- Salvador, dijiste que era una herida de amor, no hagas pendejadas.
-Lo que haya sucedido, sucedió, irremediablemente, el destino no juega con esas cosas, ni tú ni yo pudimos detenerlo, la sangre es la prueba final de esa verdad, ¿vos no te das cuenta que es hasta poético?
-Un poco sí, pero si es lo que me estoy imaginando, resulta que no quiero pasar por cómplice, ni terminar en el hospital borracho y con un criminal herido.
-Exageras, ya dijimos que la naturaleza de mi herida es incierta, la única constante es su existencia, y su causa, el amor, un borracho que mata por amor, repito es poesía verdadera.

Salvador me miró y levantando la mano izquierda me mostró el corte en el dedo anular, profundo y desigual.

-A veces pienso que los borrachos somos los únicos que nos damos cuenta de que este mundo está mal.
-A veces pienso que cuando tú estas borracho te asomas por poco a la verdad, sube la mano y aprietate para que deje de sangrar, para la próxima cuando te caigas, no caigas encima de la botella, todavía traes vidrios en la herida.

Raziel Jacobo Correa Alvarado
México D.F. 
2013

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