sábado, 9 de febrero de 2013

Clóset


“No te echarás con varón como con mujer, porque es abominación.”
-Levítico 18:22
Creí que era una mujer.
-¿Por qué tan serio corazón?- dijo y me miró. Su mirada era lasciva.
No respondí, el auto seguía en movimiento, lleno de olor a perfume de cerezas.
- Tranquilo corazón verás que nos vamos a divertir. 
Acomodó,con su uña larga y fluorescente, el cabello que cubría mi frente. Recordé el escapulario que colgaba de mi pecho. Lo sentí debajo de la ropa.
-Cuéntame cariño, ¿estás enojado?, ¿estás triste?, vas a ver como ahorita se te olvida.
El conductor me miraba por el retrovisor. El escapulario comenzó a darme comezón.
-Pensé que eras una mujer- dije. Ello se rió. Su risa era la de un loro. Su voz y su nariz también eran las de un de un loro. Un loro hembra de risa perversa y estridente. Un loro del infierno que olía a perfume barato.
El taxi se detenía en cada semáforo, el conductor me observaba de reojo por el retrovisor cada vez que se detenía. Su mirada era maligna. Su boca era una mueca retorcida y burlona.
-Creí que eras una mujer- acaricié mi escapulario.
-¿Si? Eso todavía no lo sabes corazón.
Acarició mi pierna con sus uñas largas. Cerré los ojos, olí su perfume de mujer. Me faltó el aire y mi corazón rugió.
Subió sus dedos por mi pierna.
-La vamos a pasar bien corazón- dijo en mi oído y sentí su aliento y sentí con mayor fuerza la andanada de perfume de cerezas. Recordé al padre Gilberto.
Mi corazón golpeaba el escapulario de mi pecho a cada latido. Sentí el olor del padre.
-No eres una mujer- dije, el escapulario irritaba mi pecho- me engañaste.
Ello se apartó.
-No te creo que no sabías.
-Me engañaste- repetí y repetí.
El conductor se quedó serio, sus ojos se pusieron alerta, pero seguía firme avanzando.
-Ya me estás cayendo gordo papacito- dijo ello y cogió su teléfono celular. Mandó un mensaje.
-Me quiero bajar, detén el taxi-dije.
-No me toques, amigo- dijo el chofer, firme en el camino.
-Me quiero bajar, me engañaste –el escapulario me daba urticaria- pareces pero no eres una mujer.
Ello tenía cuerpo de mujer y manos y uñas de mujer. Pero la voz no.
-Por mi vete a la chingada pinche loco pero antes nos pagas, nos pagas la vuelta que nos hiciste dar-respondió ello.
El auto se detuvo porque un semáforo se puso en rojo.
-Son 150 míos de compensación, es lo que cobro por el oral.
-Y son 60 míos – dijo el conductor- te voy a cobrar lo que es de la llevada al hotel.
Una hilera de autos cruzó delante de nosotros. Traté de abrir la puerta.
- Sólo se abre por fuera amigo, ya sabes, por seguridad- dijo el conductor.
-Páganos y ya papacito, no me interesa estar con un loco medio psicópata.
El semáforo se puso en verde y el auto avanzó.
-Me engañaste, no eres una mujer de verdad.
-Mira, no te hagas el pendejo, que yo también quiero que te bajes y te largues, pero te estoy reclamando algo justo. Estoy trabajando. Si primero me buscas y luego te arrepientes no es mi problema. Yo no tengo la culpa de tus traumas.
Mi escapulario se hizo de fuego, me quemaba. Escuché la voz del padre Gilberto: “Te vas a quemar en el infierno”.
-¿En serio?- dijo ello con voz burlona.
-Deuteronomio veintidós punto cinco: No vestirá la mujer traje de hombre, ni el hombre vestirá ropa de mujer; porque abominación es para Jehová…

-¿Qué?.. pinche loco. Ahora resulta que eres padrecito.
Ello rió impunemente, su lápiz labial manchaba sus dientes, su risa de loro retumbaba en los cristales del auto, el chofer sonreía, se burlaba de mí y del padre Gilberto.
El perfume de cerezas me sofocaba, y el escapulario se incendió entre mi pecho. Lo arranqué de mi pecho.
-Levítico 20:13, 
si alguno se ayuntare con varón como con mujer, abominación hicieron...
Colgué el escapulario en su cuello.
-“Ambos han de ser muertos”- ello dejó de reír. La fuerza de Dios vino a mis brazos, regresó el alma divina del padre y me penetró.
El auto se detuvo. Ello comenzó a quemarse entre mis manos
-“Sobre ellos será su sangre”- dijimos. Ello comenzó a sangrar.
La puerta del carro se abrió, sentí un golpe en el rostro, dejé de ver, Dios me dio la fuerza para aferrarme a mi escapulario, otro golpe, me desvanecí.
Oigo las sirenas y el motor, veo la luz borrosa que se aleja partiendo en dos la oscuridad.
La voz del padre todavía retumba en mi cabeza.
Su recuerdo me ha salvado una vez más.

Romeo Valentín Arellanes
México, D.F. Febrero de 2013

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