lunes, 11 de febrero de 2013

Una noche de mitote


La noche es muy oscura, trrr trrr trrr hacen los grillos afuera. Tengo los ojos a medio cerrar y la respiración muy lenta. De pronto escucho unos toc toc toc toc toc toc toc toc en la puerta, con una desesperación casi demencial; uno, dos, tres segundos y de nuevo: toc toc toc toc toc toc toc toc ocho golpes en la puerta,
agresivos, urgentes. Me visto con el tiento que mis ojos me permiten ante tal oscuridad, mientras escucho por tercera vez los toc toc toc toc toc toc toc toc apresurados.
-¿Quién es?
-Yo cabrón tu padrino el negro.
-¿Qué onda güey?, ¡son las dos de la mañana!-lo veo apurado con respiración agitada, creo que se metió algún chocho- ¿qué traes?
-Vente ca’, necesito que me hagas esquina.
-¿Con quién o en qué? 
No me di cuenta, solo de pronto ¡track!, la puerta de la camioneta y trrrruumm el motor ya viejo intentando llevarnos en tercera. Noto un brillo en sus ojos que me dice que vamos por algo serio, algo malicioso y que es muy tarde para rajarse.
-Ahí está el “bat”, estate atento.
Se baja y ¡track! otro portazo.
Nos metemos  a un edificio viejo y en la entrada está el Paco, ni siquiera lo acabo de tener a un metro de distancia cuando ¡sok!, un cabezazo en la nariz y el inevitable chorro de sangre.
-¡Ya valiste madres pinche negro!- dice el Paco en tono histérico, un poco ahogándose con su propia sangre y sacando de su chamarra el alargado cuchillo.
De pronto ¡fuuuu!, el aire cortándose por la trayectoria del bat y un ¡trrrooock!, directo a las costillas.
El Paco solo alcanza a mascullar un grito de ahogo inentendible tras el batazo que le acomodé. ¡Cof, cof, cof!, tirado en el suelo y escupiendo sangre a borbotones.
-Vámonos cabrón- me dice el negro.
No me doy cuenta en qué momento, pero de nuevo estamos en la camioneta en una especie de piloto automático, aunque  puedo ver los labios del negro, solo escucho bla bla bla bla. A mi derecha escucho un ¡zuuum!, y medio segundo después el ¡bang! del balazo, otro balazo y atrás de mí: ¡crrrassshh! el medallón. El negro con los ojos cerrados, iiiiiiiiiiiiiiiiggg , el freno a tope pero ¡prrraaam! contra el árbol de frente. 
Todo está nublado. Iiiiiiuuu iiiiuuu  iiiiuuuu, la ambulancia y las luces rojas, veo al camillero que mueve la boca, “¿cómo te llamas?, ¿dónde vives?, ¿puedes oírme?".
Giro un poco a la izquierda ¡beep! ,¡beep!, ¡beep! suena constante el medidor de pulso. Vienen los médicos y tzzzzuuumm, el desfibrilador cargando, uno… dos… tres… ¡despejen!.. y de pronto ¡riiing riiing riiing!, el despertador.
¡Ufff! menos mal que fue sólo un sueño y muchas onomatopeyas.

Inocente Buendía
Ciudad Universitaria México D.F.

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