Desde que tengo memoria, un chingo de gente se ha querido
pasar de verga conmigo. Cuando estaba morrito, en segundo de primaria, en mi salón
iba uno de esos gordos ojetes de alma culera, Martín Torres se llamaba ese
cabrón, y era el clásico pendejo que como está cerdo se siente más fuerte y
mancha a la banda. También en ese salón estaba la chavita más hermosa que había
visto en mi vida, se llamaba Judith Rodríguez -a estas fechas ya ha de estar
bien cerda y con dos tres chavos, como la mayoría de mis compañeras de
generación que le tupían recio a la reata desde antes de acabar la secu- ella sabía
que me gustaba, y el día en que le mandé un papelito preguntándole “¿quieres
ser mi novia?” me regresó el chingado papel con un "sí", pero eso fue
hasta que entramos a cuarto, cuando íbamos en segundo nomás se las olía de que
me gustaba. La maestra era Martha “algo”, se parecía un chingo a la Beba Galván
y su perfume apestaba bien recio, yo creo que por eso los que se sentaban hasta
enfrente estaban bien apendejados siempre de tanto hornazo.
Un día la Beba nos estaba dando clase de Geografía, que han
de saber, es la única materia en la que yo
fallaba un chingo, nomás no se me pegaba ese desmadre que es la ubicación de
los demás países. Pero ese día me había puesto vergas, le chingué, había leído
todo el pinche libro que dejaron de tarea para no seguir quedando como pendejo
enfrente de Judith. Estábamos haciendo una mecánica de preguntas y respuestas y
cada que alguien no sabía la respuesta yo levantaba la mano y respondía
correctamente, me la sacaba de a Don Chingón, iba arrasando, me estaba yendo pa’
arriba como la espuma, me sentía abierto como pinche pavo real con el plumaje
al cien, me sentía invencible, todos me la pelaban. Hasta que el pinche cerdo de Martín, sin
darme cuenta, empezó a calentar mi silla con un puto encendedor.
Al principio yo ni por enterado de qué pasaba, simplemente
sentía medio raro el culo, pero es que después de dar tanta respuesta chingona no
estaba yo para prestar atención a lo que mis nalgas sentían. Fue hasta que me
levanté para escribir una respuesta en el pizarrón que se me destempló el rabo,
y cuando regresé a mi pupitre para sentarme ¡chico gritote que solté!, pasado
de verga, hasta manotee y sin querer le di un pinche cachetadón a Judith y la
hice llorar. Todos se reían de mi
reacción y aplaudieron sus mamadas a Martín. Judith me dejó de hablar como dos semanas
que en tiempo-niño es un putero. Con la espina no me iba a quedar, entonces
maquilé la broma perfecta para ir por el cambio. Ya veía a todos riendo y
aplaudiendo mi venganza, en mi mente todo iba a salir excelente, en mi ilusión hasta
la maestra en vez de castigarme me exentaba de clases y de levantar papeles en
el recreo.
Pasaron 8 días desde que me quemó el culo el marrano, y el miércoles
fue el día del revire. Llegamos al salón después del recreo, ya comidos y
correteados, agitados y sudados con la vibra del que la gozó chingón un ratón. Todo
estaba listo para mí venganza, pero cuando vi por las ventanas que el puerco se
acercaba a la puerta, la mente se me puso en blanco, “chingue su madre”, pensé,
el plan perfecto había valido verga. Sólo recordé que mi plan empezaba
parándome frente a él y nada más. Pero yo ya me la quería sacar de todas formas,
así que me arriesgué a improvisar.
Recuerdo que me paré frente al puerco y me quiso empujar,
pero de la nada, cerré la puerta en su
cara. Del vergazo se fue de nalgas y así como iba me le trepé, putazo tras
putazo sobre su pinche madre hasta verlo sangrar. En realidad fueron como tres
madrazos nomás pero a esa edad yo sentía que le estaba metiendo una re madriza.
Me levanté y lo vi ahí en el suelo, todo apendejado y mis compañeros con cara
de pendejos porque no sabían cómo entender lo que pasaba, fue como en cámara
lenta. Total que al pararme y verlo ahí ya desmadrado, le puse un pinche patadón
en su jeta justo cuando se iba a levantar, sin decir agua va. Sus lágrimas
salieron, y el puto ya no le quiso atorar.
La Beba mandó a llamar a los papás de los dos y fueron al
día siguiente. Estábamos todos en la dirección, mi mamá se disculpaba por mi
actitud y me daba unos chingaqueditos a discreción; mi papá serio y callado; la
maestra disculpándose con el papa de Martín, que dejó a todos como pendejos
cuando dijo: "ya sé que mi hijo se
siente muy chingón porque está gordo, ya le había advertido que algún día le
iban a dar en su madre, lo que obtuvo fue su lección, y a eso se viene a la
escuela, a aprender, aunque sea a madrazos, él debe entender que siempre hay
uno más cabrón y que para verga, verga y media".
Años después (dos) Judith me dijo que la putiza que le di al
gordo había hecho que yo le gustara y que por eso escribió el "sí" en
el papelito. Y en la escuela todo fue tranquilidad, ya nadie se pasó de pendejo
conmigo, incluso el Martín fue mi compa después; creo que ya grande estuvo en
el tanque por lacra y drogo, un rato, pero luego le bajó de huevos y seguro le
ha de ir de maravilla.
El Pinche Austin
Azcapotzalco, México DF , febrero del 2013
Que me ha gustado mucho!
ResponderEliminarJajaja muy chingona tu historia carnal
ResponderEliminarYo creo que ya se lo cargo la verga. Arbol que nace torcido jamas el palo endereza!
ResponderEliminarYo creo que ya se lo cargo la verga. Arbol que nace torcido jamas el palo endereza!
ResponderEliminarJajaj
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