miércoles, 13 de febrero de 2013

Come y Quema

Primero, remojan el cotonete con una sustancia azul llamada benzocaína, que luego colocan en la mucosa, o sea; en la parte interior de tu mejilla y encía. Pasan unos minutos y después te inyectan. Anestesia para la anestesia.  
Cuando ríes con la cara anestesiada, la mitad de tu boca (la mitad anestesiada, claro) no se mueve. Sonríes a la mitad.  

Así que empecé a comer de todo, todo lo potencialmente dañino. Carne tártara, chorizo freído en aceite usado. Hice pruebas, hice cuentas y pregunté a doctores.  
Lo que obtuve es esto: No sólo la carne empeora el olor de las heces.

La endodoncia es una rama de la odontología que sirve para remover la pulpa de un diente, esto se hace cuando la pulpa ha sido alcanzada por una caries, o se necrosó por alguna especie de trauma. La pulpa es lo que mantiene viva a la muela, lo que hace que sienta y que esté conectada a todo lo demás de un ser vivo. En otras palabras, la endodoncia consiste en matar una muela.  
El doctor me pone boca arriba en su silla especial de dentista, me deslumbra con su lámpara de dentista y me pide que abra la boca para meterme sus manazas de dentista.   

Lo único que se le ocurrió decir a Sofía antes de largarse fue que mi vida era una mierda.  
Tu vida es una mierda y va a seguir así hasta que te des cuenta que las cosas no se resuelven solas. -decía Sofía.- Si todo lo que pasa alrededor de ti es mierda, obviamente vas a estar hundido en mierda. Y yo ya me cansé de limpiarnos el culo a los dos.  
Yo le dije que ojala nunca me hubiera enterado que ese era su concepto acerca de mí.

La luz de halógeno del dentista a ratos ciega y a ratos no. Cuando no, el reflejo me permite ver lo que pasa dentro de mi boca. Procuro no voltear a ver, pero los ruidos que de ahí provienen, y que parecen entrar del cerebro y salir a los oídos, obligan a voltear mis globos oculares hacia el interior de mi boca. Taladros milimétricos sacan una sustancia amarillenta de la muela.  
-¿Eh ah burba?-Pregunto.  
-Sí, es la pulpa, todo esto tiene que salir de ahí para que ya no duela.- dice el dentista. No tiene ningún problema para descifrar lo que la gente con metales en la boca tenga que decir.

A los tres días de que Sofía se fuera la ví en nuestro café. No en cualquier café, sino en el nuestro, sentada con un tipo de esos que traen cuatro celulares y la camisa abierta hasta las tetillas y un collar enorme con motivos religiosos y anillos grandísimos de esos que sólo los campeones del Super Bowl deberían tener y que tienen apellidos como Arriaga o Dupont o Rivadeneira. Esperé a que acabaran su latte o lo que fuera. Y los seguí.  
Llegaron a tremendo caserón, entraron y al cabo de un rato una habitación de la planta alta se iluminó y las puertas del balcón se abrieron. Cortinas de seda flotaron hacia fuera de la habitación como llamadas por la noche.  
Supongo que no jugaban Turista Mundial.

El guamuchil (o cuamuchil, o huamuchil) es un fruto rojizo, cuya vaina trae dentro numerosas semillas que se comen. Yo no conocía nada acerca de este alimento hasta que le pregunté a un doctor. Aunque no dejó de mirarme como si estuviera yo demente.  
-Si quieres que tu excremento realmente apeste, come guamuchiles. dijo el doctor, en su cara se veía que nunca creyó decir una cosa así- tiene cualidades digestivas, entonces ayuda a sacar lo que más tiempo lleve allá abajo.

Parecía que al tipo de apellido noble le había gustado el capuccino de la casa. El día que los vi en el café era martes. Al martes siguiente regresé y ahí estaban. Se acabaron los lattes, y de nuevo al mismo caserón, el mismo cuarto y el mismo balcón abierto. Otros tres martes y cada martes lo mismo. Siempre los seguí, se iban a pie, y más de una vez creí que me habían descubierto, volteaban hacia atrás, se hablaban al oído, y caminaban más aprisa. Pero fui cuidadoso.

Otra opción que tienes -decía el doctor, ya con cigarro prendido- aunque no muy recomendable, es comer sangre. La digestión es difícil, pero sirve.

La muela en cuestión se aísla de todas las demás, se coloca un arco de plástico de látex alrededor de ella, para que las bacterias que habitan en el resto de la cavidad oral (o sea, boca) no infecten a la muela en cuestión. A este arco de látex se le llama dique. En otras palabras, la muela muere sola.

Calculé que desde la reja de entrada al caserón debía haber unos diez metros de distancia, sería un tiro fácil. Una sola oportunidad, pero un tiro fácil al final.  
Sofía al principio apreciaba que yo fuera un tipo realista, que sabía cuáles eran mis alcances y que siempre trataba de mantener los pies en la tierra. Lo que empezó siendo realismo para ella acabó siendo conformismo y mediocridad. Se cansó de vivir en el planeta tierra y buscó el mundo de los sueños en brazos de un tipo con pantalones que traen el nombre del diseñador estampados encima y a mí todas esas idioteces de anillos y pulseras y caserones me revientan el estómago.

Empecé el sábado en la noche, lo primero que comí fue una vaina de guamuchiles, de ahí pasé a un poco de ubre de vaca y paté de hígado de bacalao, algunos mejillones con sal de ajo. Caramelo macizo con polvo piquín. Todo iba bien, de hecho no me molesta comer tanto, pero el caramelo lo jodió todo. Al masticarlo sentí como tronaba algo, y percibí un sabor que no era el de los caramelos. Era sabor a metal, sabor a amalgama de muelas.

El molar superior derecho empezó a punzarme en la boca.  
Te voy a decir algo que sólo los dentistas deberíamos de saber.- Me dice, con su mirada fija en mi boca.- a los pacientes no les importa si les haces un buen trabajo o no.  
Y dice:  
Todo lo que al paciente le importa es que el dolor desaparezca, puedes estar haciendo que la muela se pudra en unos 3 años, pero si no duele, el cliente queda contento.  
Se detiene por un momento, ve hacia el agujero profundo de mi boca y luego hacia el agujero profundo de mis ojos y dice:  Menos mal que estás en buenas manos.

Moronga, hortalizas, espárragos, alubias, habas.  
Y luego, la sangre. Me la tomé de un sorbo, era un vaso completo extraído de toda esa carne que venden en los supermercados en platos de unicel. Era espesa y difícil de tragar, el sabor me recordaba al de las pilas. Estuve cerca de vomitar, pero conté desde ochenta hacia atrás, y el mareo se fue. Para el martes había comido cuánta comida se me cruzó en el camino. Y los lattes se acabaron, y las luces se encendieron, y las cortinas flotaron.  
Normalmente me toma mucho esfuerzo hacer cuando siento que alguien me ve. Después de dos días, no te importa si el Papa te está viendo. Haces y ya.  
Nunca había defecado al aire libre. No está tan mal.  
Metí unas cuantas piedras a la bolsa marrón para que hicieran peso, aunque después de depositar lo mío me di cuenta que no eran necesarias, una vez la bolsa estuvo debidamente sellada, le prendí fuego con un encendedor que Sofía me regaló. Esperé a ver que el fuego consumiera una parte de la bolsa, e hice el tiro. Un solo tiro, bien hecho.

El dique, lo que aísla a la muela, roza constantemente con la encía que está entre dicho diente y el siguiente, la frota y sientes como si la punta de un nacho se te enterrara ahí. Cuando la anestesia no trabaja bien, y sientes los pequeños taladros surcando para que salga la pulpa, es como si te enterraran alfileres en el cerebro. Nunca me lo han hecho, lo de los alfileres, pero supongo que no debe ser agradable.

Para cuando aventé el proyectil el olor ya era insoportable, y todavía no prendía ni la mitad de la bolsa. No esperé a ver cuál era su reacción. Sólo corrí lo más rápido que pude. Cuando estaba lo suficientemente lejos volteé hacia atrás. Las cortinas estaban en fuego.  

El doctor acabó de rellenar el hueco que la pulpa dejó con un plástico llamado gutapercha, éste se calienta hasta derretirse, y antes de que vuelva a solidificarse se mete en los tubos de la muela. El humo que se libera te entra directo a la nariz. Dan ganas de estornudar, pero nadie tiene realmente ganas de estornudar cuando hay alfileres colgando de tu muela esperando a enterrarse en tu suave y tierna encía.  Dice:  
Listo para irte, verás que en un rato el dolor se va.  
Salgo del consultorio con la cabeza ardiendo, me paso la lengua por la encía y percibo sabor a sangre, sigo con la mitad de mi boca entumecida por la anestesia. Siento a alguien detrás de mi.  
No volteo.  
Continúo mi marcha, camino un poco más rápido pero el dolor no me deja correr, hace que la cabeza me duela. El olor a loción cara llega a mí desde la espalda.  
Eso es lo que me hace voltear. El maldito olor.  
Lo último que veo es un anillo enorme estrellándose en mi cara. En mi mejilla derecha.  
No duele. Estoy anestesiado. Sin embargo hace que mi cuerpo gire ciento ochenta grados y caiga boca abajo.  
-Eso es por quemar mis cortinas.-dice la voz desde arriba. Cuando giro mi cuerpo para ver quién es recibo otro puñetazo, mismo lugar.  -Eso es por obligarme a cambiarme de casa. Nadie puede soportar ese olor tan asqueroso.  
Esta vez la anestesia no ayuda, el puñetazo me hace cerrar los ojos y contener las lágrimas.  
Eres una mierda.- Dice el de apellido raro.  
Me quedo tumbado un rato, sin abrir los ojos, esperando a que el dolor ceda. Cuando por fin me siento capaz me levanto, sacudo la cabeza, y veo hacia el lugar donde estaba tirado.  
Una muela flota en un charquito de sangre.

Abraham Trujillo
México, D.F. febrero de 2013

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