miércoles, 13 de marzo de 2013

Confesión


Nunca he sufrido una desgracia que pueda considerarse suficientemente fuerte para modificar mi vida de tajo, pero eso no me preocupa. Lo que me preocupa es mi creciente deshumanización y un poco la vejez.
Guerras, genocidios, desastres naturales, hambrunas, accidentes aparatosos y sobretodo sangrientas ejecuciones del crimen organizado, son la materia prima de mi trabajo, y al cabo de los años he adquirido una capacidad enorme para ser indiferente ante el sufrimiento de los desgraciados. Los muertos que aparecen en las noticias que corrijo se han vuelto simples letras, incluso a veces, cuando me abruma la cantidad de información tiendo a perder la perspectiva de lo noticioso, es decir que pierdo el sentido común para jerarquizar qué información es más valiosa.
Me di cuenta de ello una vez que mi jefe me llamó la atención por poner en un bloque de noticias irrelevantes el asesinato del hijo de un exgobernador. Mi jefe tenía razón, porque la nota que yo había considerado una noticia policíaca cualquiera ocupó las primeras planas de todos los periódicos al día siguiente. A mi favor puedo decir que en términos morales la vida del hijo del ex gobernador Moreira no vale más que la de cualquier decapitado, desmembrado o balaceado común y corriente, o incluso que cualquier comandante de alguna policía municipal -de esos que matan a cada rato- pero comprendo que en el mundo de la noticia los capitales sociales y culturales de los que habla Pierre Bourdieu sí tienen peso. Desde entonces me mentalicé: los funcionarios y sus familiares muertos valen más, noticiosamente hablando, claro, porque en realidad su vida es igual de efímera que la de todos y yo no siento nada por ellos por más que pueda asegurar fría y racionalmente que sus muertes son más importantes. Que pueda a llegar a lamentar una muerte es otra cosa, no sentí nada al ver las fotos del ex gobernador Moreira llorar la muerte de su hijo, no es que deteste o tenga rencor contra ese político tan polémico y repudiado por muchos, no es eso, no es antipatía por posturas políticas, simplemente no me importa lo que le pase a él y a su familia. De igual manera, cuando leo noticias de muertos comunes y corrientes, no siento nada, ni pienso en sus familias ni en el sufrimiento. Pero aceptémoslo, no soy el único, la insensibilidad es un mal de nuestros tiempos, yo al menos soy congruente, me parece mucho peor la gente que se conmovió por los perros encarcelados injustamente en Iztapalapa, y exigieron su liberación en vez de exigir a las autoridades justicia para las personas que supuestamente murieron entre los dientes de una jauría hambrienta de perros callejeros. ¿Por qué les conmueve más el rostro de un perro que la muerte de un congénere? Puedo decir a mi favor que si bien no me preocupé por los humanos muertos tampoco me importaron los perros, y antes de conmoverme, la noticia y la situación me parecieron tan absurdas que me reí.
Sin embargo, no todo está perdido, he empezado a ubicar algunos temas que hacen que mi compasión y humanidad vuelvan. Hace poco hubo una noticia que me conmovió: Un anciano de 84 años mató a su esposa de 76 y posteriormente se suicidó. La desgracia ocurrió en la delegación Tlalpan, los ancianos dejaron una nota firmada por ambos dirigida a sus hijos donde explicaban el motivo de su muerte: no querían seguir siendo una carga.
Inmediatamente pensé en mis propios padres y en su vejez. Luego pensé en mi propia vejez, y en que sólo la podré evitar si muero joven. No quiero morir ni ser viejo pero inevitablemente sucederá alguna de las dos. ¡Qué desgracia es la vejez y sus achaques! Pero me pregunto si los familiares de aquellos dos viejitos de Tlalpan consideraron su muerte como una desgracia o una liberación.
Por mi parte sé que es imposible compadecerme de todos. Ni modo. Únicamente espero que en el transcurso de los años siga encontrando notas que me conmuevan, ¿ven la contradicción? deseo que ocurra un desgracia ajena capaz de conmoverme para demostrarme frívolamente a mi mismo que sigo siendo humano.


Romeo Valentín Arellanes 
México DF. Marzo de 2013

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