miércoles, 20 de marzo de 2013

La tragedia y la comprensión.


Vienen entonces los sentimientos claustrofóbicos, las pesadillas que surgen a pasos lentos y gotas de una lluvia intermitente, Alicia, Silvestre, Romero, todos ellos buscan algo en la noche, sin saber que la noche ha salido de mí, y que ahora danzan frente al espejo, porque son sus rostros puntos determinados de mi cerebro, y sus palabras los hilos tejidos por mis pensamientos. La noche sale de mí, pero no lo comprenderán, no se debe a su limitada capacidad de comprensión, si no, al acto mismo de querer comprender. Así como escapa la larva con esas alas coloridas, escapa la noche de mí.
Pero tampoco entenderán al de enfrente, pues su presencia se tambalea entre la idea subjetiva del pensar y el existir, y un color que no es más que mi visión, la figura que le doy, la forma que adopta por debajo de las charlas, escondida entre los pasamanos de un castillo visitado en la infancia. 
Y la larga charla, ese inalcanzable objeto que me arrolla de forma abismal, los complejos, la rabia, el encarcelamiento, todo ello forma un estado de mi mente, algún sueño atávico que dista de las posibilidades del lenguaje. 
Sí, Alicia me quiere, Silvestre la ama, Romero no cuadra en la escena; y yo quiero escapar de la red, me vuelco en bebidas, en el disfrute de drogas llamadas de otro modo, pero es mi imaginación, al final resulta en una presencia misteriosa dentro de mi consiente, y aun así me quiere. 
Pero esto no es un cuento, la tragedia resulta cuando pienso de nuevo, y en ese pensamiento la gente reaparece a mi alrededor, los cuerpos físicos de una realidad que ya no sé reconocer y reciproca no me reconoce dentro de ella, viajo callado, me preguntan por qué, no respondo, sigo con el rostro desfigurado en expresiones de otra dimensión, sigo y pienso que tampoco comprenderás a que me refiero, pues esa es la tragedia verdadera: la discapacidad de auto comprensión.

Vh Switch. 
Estado de México, marzo 2013

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