«¡Mañana es el día!», pensó Alberto. Y
es que desde que supo hace un mes que en el intercambio de navidad le había
tocado Claudia, estuvo ahorrando cada moneda que le caía en manos. A Alberto le
gustaba Claudia desde la primera vez que la vio, es decir, el primer día de
clases del cuarto año de primaria. Claudia se cambió
de escuela porque su papá perdió su empleo y ya no pudo pagar la colegiatura de
la escuela en la que estaba. Alberto intentaba hacerse notar pero nada le
funcionaba, el intercambio le pareció una gran oportunidad. Durante ese mes se
paró más temprano que de costumbre para preparar su torta con el guisado del
día anterior porque sabía que si compraba algo a la hora del recreo iba a tener
menos dinero para comprarle su regalo a Claudia. Fue a partir de esos días
cuando empezó a cobrar por dejar que le copiaran la tarea, un gran negocio: los
adultos cobran por sus servicios, por qué él no lo iba a hacer. Y así, después
de todo un mes, se hizo de cuatrocientos treinta y dos pesos, jamás había visto
tanto dinero reunido en sus manos y qué pesado estaba: tantas monedas. Ahora el
problema, pensó, era lo que iba a comprarle. Entonces recordó lo feliz que
estaba su hermana cuando el Juan le compró un perfume que, dicho sea de paso, a
él le producía mareos. Descartó la idea porque, si iba a estar con Claudia, no
quería estar todo el día mareado. Su mamá, cuando suele aburrirlo a la hora de
la comida, le cuenta con mucha frecuencia la historia de cuando su papá le
regaló una gargantilla de plata de Taxco, seguro que es la mejor plata del
mundo. Sería una joya, pensó, pero no una gargantilla, no quería terminar como
sus padres, discutiendo todo el tiempo, serían unos aretes para que adornen las
palabras que acariciarán los oídos de Claudia cuando Alberto le hable.
Esa misma tarde fue con su mamá al
mercado, tomó su bolsa donde tenía guardado su dinero y se separó de ella para
comprar el regalo de Claudia. No quería que nadie supiera, los adultos saben
tan poco del amor, nadie comprendería. Su hermano le preguntaría si está
"buena" y sus papás y su hermana le preguntarían "si le
conviene", no había porqué decirles. Compró un par de aretes en un puesto
que decía "Plata de Taxco 0.25", o sea de la mejor plata, le sobraron ochenta y dos pesos mismos
que utilizó para comprar una bolsa de regalo y una tarjeta de navidad en la
papelería. Guardó celosamente los cuarenta y dos pesos que le quedaban a pesar
de que se le antojaron unas papas porque prefería gastarlos el día siguiente en
dos congeladas y una bolsa de chicharrones que compartiría con Claudia. Lustró
sus zapatos con cuidado, tomó la camisa más pequeña que encontró de su papá (no
podía permitirse ir con la playera tipo polo que usaba diario), escribió unas
líneas en la tarjeta que compró y la puso cuidadosamente dentro de la bolsa. Se
acostó temprano aunque aquella noche no pudo dormir pensando en el día en que
Claudia lo iba a querer.
Se paró temprano, prendió el calentador
para bañarse. Fue al cuarto de sus papás para ponerse el perfume de su papá,
una botella cuadrada de English Leather,
el olor a viejo le desagradó tanto que mejor se roció el primer desodorante en
aerosol que encontró. Se puso gel y con los dedos se peinó para que pareciera
que estaba un poco desarreglado (hoy en día así se usa), tomó su regalo y se
fue para la escuela. «¿Y ahora por qué vas tan fufurufo?», le dijo su hermano
entre risas, pero a Alberto no le importó y fingió no escucharlo. Se sentó en
la banca de siempre al lado del Chucho, apenas acomodaba sus cosas cuando entró
Claudia con su faldita entablillada, su suéter con su nombre bordado a la
altura del pecho, el pelo suelto que descansaba en su delicados hombros,
Alberto pensó en que jamás encontraría una niña a la que se vería más bonito el
uniforme. La maestra dijo que el intercambio iba a ser después del recreo.
Alberto fue el último en salir al recreo y estuvo buscando a Claudia para
contemplarla de lejos, no vaya a ser que se apresure a hablar y se ahorque con
su propia lengua. Fue cuando vio al Toño, un cabroncito de su grupo que le
pegaba a los niños más bajitos como lo era Alberto, llevándole un regalo a Claudia.
Ella lo abrió emocionada, sacó una botellita de perfume rosa con una figurita
en la tapa, la destapó, se roció un poco en la muñeca, se pasó su nariz para
olerlo y le devolvió un beso al Toño con un abrazo. Alberto sintió en vacío en
el estómago como si estuviera enfermo. Deseó que el perfume enfermara al Toño
de nauseas y vomitara ahí mismo pero eso nunca pasó. Ya no regresó al salón,
fue la enfermera por su mochila, le dijeron a la maestra que se había enfermado
de la panza y que su mamá iba a pasar por él.
Lusnav
México,
Distrito Federal
12
de noviembre de 2012
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