Desgracia
Típico, vas por la vida satisfecho, tan campante y feliz, sintiéndote invulnerable, y de pronto ¡reata!, recibes un golpe “tan duro como el odio de Dios” –como dice César Vallejo- que si no te mata, por lo menos trastoca tu vida irreversiblemente o te saca de tu zona de confort recordándote lo vulnerable que eres. La desgracia ronda nuestras vidas como zopilote, en cada esquina, disfrazada de malandro, de borracho al volante, de sismo, de charco que se atraviesa, de caca de paloma que te cae en la cabeza, puede ser producto del karma o de aquello que los pesimistas llaman Ley de Murphy. La desgracia no respeta precauciones ni momentos ni planes ni lapsos de tiempo; puede llegar de improviso, anunciar su llegada o incluso ser un estado permanente de las cosas (pensemos en las zonas de guerra) toda precaución es poca, será que el destino (o aquello que usted guste y mande) se encarga de guardar el equilibrio de la suerte, o que todos pasamos por la prueba final de la fe como Job (el de la Biblia). Cierto, hay niveles, no es lo mismo romperse el pantalón al agacharse que romperse la madre en un choque, aunque pareciera que lo mismo la primera que la segunda nos hacen voltear al cielo y preguntarnos, ¿por qué yo?, ¿por qué a mí? Hay que saber diferenciar. Este mes en Desencuentros preferimos escribir (como todos los meses) a inmiscuirnos en semejantes cavilaciones filosóficas (aunque escribir ya es buscar respuestas), pase y deje su relato o anécdota de aquello que usted considere lo hizo más desgraciado, de aquel suceso que le enseñó que es usted humano y nada más, si la desgracia lo hizo reflexionar deje aquí testimonio, en Desencuentros no le vamos a ayudar, sólo lo vamos a publicar.
Como posdata y breviario cultural: la fotografía que ilustra el presente editorial, fue tomada por el sueco Paul Hansen en la ciudad de Gaza y ganó el premio Worl Press Photo 2013. Ya saben que en Desencuentros nos gustan las buenas fotos.
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