viernes, 15 de marzo de 2013

Desgraciada ironía

Yo tenía una novia en uno de esos barrios de poco alumbrado público y calles chicas, uno de esos donde la gente camina por el circuito designado para los automóviles, muy pocos en un barrio pobre como aquél.La China era su apodo, y sus rizos perfectos y sus ojos cafés casi negros me volvían loco, lo malo del asunto es que no sólo a mi. Es muy común en un lugar como ese, en donde la gente nunca cambia de casa por cuestiones económicas obvias, los residentes crezcan juntos desde niños.
Pues la china, muy guapa ella, era muy solicitada por más de uno de sus vecinos. “No le hagas caso” me decía cuando iba de mi brazo y más de uno la quería saludar, o cuando a mi regreso, me gritaban cosas como “socio” o “ya déjala, que hay fila”. Al principio le hice caso, pero la pandilla que ya estaba mas crecidita, que ya se bebía sus caguamas, aumentaba la temperatura de sus improperios hacia mi persona: “pinche güerito, ¿te crees muy chingón no?” o “han de ser amigas”.
Una noche, sin más empecé a tener la sensación de que me estaban siguiendo, y por más que volteaba a mi espalda o aceleraba el paso, simplemente no pude evitar tan horrible sensación paranoide.
Así transcurrieron semanas, y los insultos se volvieron más y más insoportables. Con todo y mi sentimiento de persecución me acerqué al cabecilla y le pinté heroicamente cremas en su cara, le dije “huevos puto, ¿qué te traes con mi novia y conmigo?, ¿te avientas tú sólo?” Nadie de la bolita reaccionó, todos quedaron boquiabiertos. El Conejo, le decían al vocero de los insultos y cabecilla de la banda, y tampoco reaccionó. Me seguí, sólo escuchando tras de mi varios “tss” y muchas risas.
No tardé en recorrer 4 cuadras cuando se me acerca por atrás el Conejo.
-No te quieras pasar de pendejo, pinche güerito, ya valió madres- lo vi muy acelerado y un poco borracho, venía acompañado de tres de sus valedores.
-Cámara güero no le saques- decían casi en coro.
Nos trenzamos inevitablemente. Le di unos rodillazos y me le puse encima rápidamente. El Conejo hediendo a tabaco y cerveza, ya muerto de cansancio y con la boca y nariz ensangrentada fue retirado de mis manos por los otros compinches
–Ya estuvo güero, ya estuvo.
Me fui a mi casa con esa victoria tan contundente que se me quitó la sensación de ser perseguido, le conté a la China y se carcajeó tan fuerte que pensé que se le iban a salir las tripas cuando no las lágrimas.
Pasaron los días y las noches ya estaba más tranquilo por el asunto, pero me topó de nuevo el mentado Conejo
–Cámara pinche güero, ese día andaba pedo pero ya valiste- noté que traía un desarmador plano largo y que venía por la revancha con todo.
-Nel wey no quiero broncas ya estuvo– le dije.
-Pues ya tienes broncas puto.
Y se me abalanza con un cabezazo que me hizo acabar de entender que venía por todas las canicas y por su orgullo de paso, empecé a sangrar a chorros, y le metí un derechazo tal en su boca que se fue de espaldas como árbol que cae, sin darle tiempo a que metiera la mano para sacar su artefacto de victoria, me le subí con las rodillas sobre su pecho y empecé a golpearlo sin parar, el idiota del Conejo se ahogó con su propia sangre, se fue con una costilla y la mandíbula rota.
Me llevaron a la delegación y me culparon por la muerte del chamaco pues el padrastro del Conejo era un licenciadillo del MP con varios contactos que me inventaron cargos por robo y violencia.
Desgracia es pues que por defenderse seas culpado y encerrado.

Inocente Buendía
México, Ciudad Universitaria, marzo del 2013

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