jueves, 11 de julio de 2013

Apatía


Necesitaba pensar. Pero que flojera. Necesitaba llorar. Pero luego todos se enteran. Necesitaba hablar. Pero se le iban las palabras. En resumen, su vida estaba llena de peros injustificados. Injustificados porque al final del día, todos cambiaban, y él seguía igual. Solo. No románticamente. No amistosamente. No físicamente. Simple y llanamente solo. Apático. Aburrido. Sin interés ni pasiones. ¿Puede haber alguien más solo que aquel que se aburre consigo mismo? ¿Aquel que no entiende de qué va la vida, que todo le es indiferente? Como autónoma, hacía lo que se consideraba correcto en la sociedad: Tenía una esposa, un trabajo, un hobbie incluso. Gustaba de leer pero luego no entendía el meollo de la historia. Tenía sexo pero después de batallar lo indecible para llegar al orgasmo se quedaba más vacío que una cáscara de huevo. Hasta tuvo una amante, que no podía dejar del todo para evitar destrozarle el corazón. Eso sí, era muy compasivo.
Un día su soledad lo llamó. Le dijo ven, siéntate, vamos a platicar. Hemos estado juntos toda una vida, necesitamos conocernos mejor, sé que me odias pero hay una explicación. Me aburres, le contestó. Mi vida es un infierno lleno de tedio porque no me dejas observar la vida. Al contrario, le dijo la soledad. Te permito observarla de frente, sin ningún filtro, sin ninguna intención. Yo logro evitar que vivas, pero te doy la llave de ella. No puedes usarla, pero puedes al menos saber cómo la gente lo hace. Si es que lo hace. Tú sabes cual es la verdad. No puede ser, replicó el. No puede ser que la vida sea solo eso. Interacciones temporales. Casualidades fortuitas. Algo más debe haber. 
Lamento decepcionarte, terminó la soledad. La vida es tan vacía como los existencialistas creían. Y la soledad se fue. Para no volver. Es entonces cuando entendiendo lo vana que era la vida, comenzó a vivir.

 Lorena González
 Julio de 2013




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