Lo vio todo.
Será una leyenda, cruzará los
planos de la realidad y la fantasía, serán levantados los coliseos llenos de
paroxismo y mentadas de madre.
Emergerán miles de gladiadores, un demonio, un príncipe, una sombra
oscura y muchos más.
Librará la interminable
batalla entre el bien y el mal, con sus espectros, adefesios y engendros de las
tinieblas.
Su nombre causará terror en el
corazón de sus adversarios, confianza en sus aliados y alegrías en sus seguidores.
Ganará el amor de las mujeres, la
idolatría de los niños y la admiración de los hombres, será famoso en inmortal.
Vio su propio esfuerzo, lleno de
sudor, lesiones, rostros de dolor en sus adversarios, sangre, flashes de
cámara, monedas y vasos de cerveza.
Pudo ver, cual rey, el manto de
su imponencia, su propia capa.
Sólo hacía falta un detalle, pues
todo esto no lo puede lograr un simple Rodolfo, pues Rodolfo, “Ruddy” es un
nadie, uno más en la fila. Se necesita algo más, un algo que haga que Rodolfo pierda
su identidad, ganando otra, sólo que nueva y fantástica.
La historia debía ser respetada y
reclamó un objeto ancestral de ceremonia, peculiar y propia de un país como
este, con cuatro agujeros, dos para ver, uno para respirar y uno más para poder
gritar: una máscara.
Se hizo llamar: El Murciélago II
Don Leopardo A.
Naucálpan, Estado de México
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