jueves, 29 de mayo de 2014

Cuatro agujeros


Lo vio todo.


Será una leyenda, cruzará los planos de la realidad y la fantasía, serán levantados los coliseos llenos de paroxismo y mentadas de madre.

Emergerán miles de gladiadores,  un demonio, un príncipe, una sombra 
oscura  y muchos más.

Librará la interminable batalla entre el bien y el mal, con sus espectros, adefesios y engendros de las tinieblas.

Su nombre causará terror en el corazón de sus adversarios, confianza en sus aliados  y alegrías en sus seguidores.

Ganará el amor de las mujeres, la idolatría de los niños y la admiración de los hombres, será  famoso en inmortal.

Vio su propio esfuerzo, lleno de sudor, lesiones, rostros de dolor en sus adversarios, sangre, flashes de cámara, monedas y vasos de cerveza.

Pudo ver, cual rey, el manto de su imponencia, su propia capa.
Sólo hacía falta un detalle, pues todo esto no lo puede lograr un simple Rodolfo, pues Rodolfo, “Ruddy” es un nadie, uno más en la fila. Se necesita algo más, un algo que haga que Rodolfo pierda su identidad, ganando otra, sólo que nueva y fantástica.

La historia debía ser respetada y reclamó un objeto ancestral de ceremonia, peculiar y propia de un país como este, con cuatro agujeros, dos para ver, uno para respirar y uno más para poder gritar: una máscara.


Se hizo llamar: El Murciélago II




Don Leopardo A.
Naucálpan, Estado de México

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