miércoles, 14 de mayo de 2014

Historia de un final feliz


Sabía que algo pasaba entre nosotros, llevaba semanas, meses sin tocarme, sin buscarme siquiera, me dormía desnuda a su lado muy a pesar de ser tan friolenta y vivir en una casa helada; desde que se despertaba hasta que dormía, él tenía sus ojos puestos en su celular, había madrugadas que me despertaba y lo veía ahí, haciendo “no sé qué” en su pendeja BlackBerry que ganó en una rifa del trabajo hace 3 meses. 
Desde que lo obtuvo y aprendió a usarlo, el celular se lo tragó, lo absorbió ya no platicábamos, ya no nos veíamos a los ojos, él contestaba con monosílabos “sí, no, no sé, ¿qué? Si quieres, me da igual, tú decide” Me volví loca de escuchar sonar esa madre cada segundo, no sabía si quien le escribía era su jefe, sus amigos o la vieja que se cogía. Pero los días que pasábamos juntos, se escuchaban más teclas y sonidos de notificaciones que respiraciones.
Supuse que después de 5 años de matrimonio y 15 de novios, él comenzaba a tener una relación con alguien más, me parecía ilógico que él no quisiera coger en tanto tiempo, una vez, mientras yo se la chupaba, levanté la mirada hacía él y el muy imbécil tenía el celular en la mano, ilusamente le pregunté que si me estaba tomando una foto, pasaron varios segundos y me preguntó ¿Qué dijiste? Sin siquiera voltear a verme. En ese momento me volví loca, creo incluso, que tuve unos de esos desdoblamientos astrales –diría mi abuelita- del coraje, me vi flotando sobre la cama, viéndome debajo, yo estaba en cuatro chupándosela y él, sin hacerme el mínimo caso, clavado en su puto aparato.  
Sentí caliente la panza de odio, me puse rabiosa, histérica, como una verdadera loca, salvaje, violenta, ofendida como nunca me había sentido -ésta es la última vez que me ignora este pendejo– pensé y apreté mi mandíbula, sentí cómo de las muelas hasta mis dientes frontales le atravesaban el pito al cabrón infeliz de mi marido; un chorro de sangre me llenaba la boca, y desde arriba, desde el techo donde yo flotaba, totalmente fuera de mí, veía crecer a nuestro alrededor, un charco de sangre, mientras él, sin soltar el teléfono gritaba y se retorcía de dolor.
Yo me sentía satisfecha, el sabor de nuestras sangres en mi boca se mezclaba y eso me daba tanta tranquilidad, paz, me hacía feliz saber que aunque él intentara separarse de mi boca, pegándome en la cabeza y cara, sería la última vez que me vería más que a su teléfono. Me golpeó hasta que me aparté de él, sí, con su pito en mi boca; creo que me desmayé, al menos eso sentí en el último golpe que me dio y de inmediato sentí un vacío en la panza, como si de flotar en el techo hubiera hecho caída libre hasta reincorporarme en mi cuerpo. 
Y ahí estaba yo, de nuevo en cuatro, viendo cómo mientras yo le hacía una mamada el no dejaba de ver quién sabe qué madre en su aparato. Me levanté de la cama, entré al baño y de ahí me fui a dormir a la sala, esa noche… además de imaginar castrarlo, pensé en irme al día siguiente. Sólo esperaría a que Andrés se fuera al trabajo.
Esa noche no podía dormir, entre mi coraje y agotamiento mental, logré dormitar unos minutos; me desperté con frío, caminé a la recámara por una cobija, ahí estaba él y su maldito objeto sobre su panza, lo tomé despacito para no despertarlo y corrí de nuevo a encerrarme en el baño. Pensé en destruirlo, aplastarlo, lanzarlo por la ventana, ahogarlo en la tina, tirarlo a la basura pero de pronto… lo confirmé… ¡bip, bip! Un mensaje en la pantalla, de parte de una tal Betsy “ya te dormiste papi, me dejaste toda caliente” … silencio, hubo silencio dentro de mí, finalmente había comprobado lo que ya suponía ¿dolor? No. Sólo recuerdo haber sentido alivio, fue como saber que esta relación ya no sufría más, que nos habíamos desconectado del respirador que nos mantenía vivos, pero en estado vegetativo, ya llevábamos años muertos y más fríos que la taza del baño donde me había sentado a leer y ver sus mensajes.
Esa noche, quizás al notar mi ausencia en la cama, él dejó sin contraseña o se durmió profundamente mientras texteaba con Betsy, quien por cierto, después del mensaje le envió un video, la calidad no era muy buena, pero la que se masturbaba del otro lado sí –debo confesarlo- mientras yo veía el video ya no sentía coraje, ni celos, ni dudas, al contrario sentí una gran excitación, llevaba meses sin tener un orgasmo provocado por mi marido y ahora la tal Betsy, era responsable de la mayor lubricación que había tenido en mucho tiempo.

 -Mándame más- le escribí.
-¡Papi! ¿te desperté?- Contestó
Sin dudarlo le escribí –Mándame otro video, hoy no me dejes dormir-

Casi 5 minutos después llegó otro video, ya se había quitado el bra, tenía unas tetas preciosas, no era tan linda de la cara, me enseño el culo, pensé que no era su mejor parte –sabía que no podía ser perfecta, la muy pendeja- Dije en voz alta -Andrés siempre prefirió escotes que nalgas- le calculé unos 23 años, pelirroja, más gorda que flaca, diría yo.
La tal Betsy, sus videos y mensajes, lo había logrado, de pronto ya no sentía frío, sólo tenía ganas de tocarme y sin pensarlo, me llevé el celular entre mis piernas, tenía tanto tiempo que Andrés no me tocaba, que podía sentir haciéndolo a través del objeto ése, que minutos antes había pensado en destruir.
Mi encuentro con el celular de mi marido y su amante, no fue para nada silencioso y despertamos a Andrés, quien de un golpe abrió la puerta del baño y al descubrirme con su teléfono casi totalmente dentro de mí, escurriendo, no dudó un minuto en saltar sobre mí, besándome como la primera vez, me cargó, me llevó a la cama y sin darnos cuenta, nos redescubrimos, sentí sus manos y su piel distinta, su lengua, se había transformado por una ajena que yo nunca había probado, sentí cómo nos volvimos a enamorar; sin pensarlo, volvimos a la vida, gracias al gran regalo que hace 3 meses se había sacado en la rifa de la oficina. Ahora, ya tenemos otras prácticas y costumbres, con más aparatos, más personas, pero podemos decir que lo que parecía el final de nuestro matrimonio, lo fue, pero feliz.
 
Por rABYa
140514
 
 

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