jueves, 15 de mayo de 2014

Pies azules



He buscado tanto
que ni los tesoros llevaban oro
 “Hoy me dejare”, Carlos Ann



Hoy es uno de esos días en los que el frío de la nuca no desaparece, el hormigueo en los pies y el sudor en las manos sólo seden ante unas zapatillas nuevas. No hay nada más satisfactorio que la sensación de “nuevo” en los pies, es mejor que un orgasmo, no, el orgasmo es mejor cuando mis pies lucen plateados, con un tacón de quince centímetros y con una delgada correa aferrándose al esmalte de mis uñas. Pero estos lilas, que combinan con los puntos de mi coordinado interior azul, están hechos específicamente para buscar el amor. 

Me veo en el espejo, pero la habitación se impone a mí, la pared está aferrada al blanco, lo bueno es que las cajas de zapatos la tapizan y entonces ese bienestar vuelve a mi nuca, a mis manos y a mis pies. Termino de abrochar el vestido, pero los botones se ven muy justos, casi obligados a permanecer. Por muy negro que sea el atuendo, la carne no reduce bajo un color opaco, pero no importa mis pies lilas se ven sexis. Me cambio inmediatamente el vestido, por otro, por uno más corto, por uno azul marino. Me impongo en el reflejo, todo está de maravilla, me veo azul con lila y aun parece que rondo en los veintes. Cierro la puerta. La casa queda sucia, no me interesa, mañana regaré las plantas, sacudiré el polvo de los muebles y aspiraré los pelos del gato de los sillones. Es que hoy tengo una cita y llevo mis zapatillas lilas, las más nuevas, no me queda tiempo para otra cosa.

Me gusta escuchar la fuerza del eco de mis pisadas por la calle y ver en mi sombra el movimiento, al ritmo de mi andar, el cabello sujetado con una coleta y tres pasadores negros. A veces recuerdo a Fernando, en los días como hoy que estoy segura en encontrar el amor. Es que Fernando por más amoroso, delicado, con esos ojos de niño y sonrisa seductora, jamás aprendió a quitarme los zapatos, él no es el indicado. Mi madre puede recitar misa, una y otra vez, de lo estúpida que soy, de lo mucho que Fernando me ama, de la soledad que me acompaña a los treinta, de que los zapatos nunca llenaran mi cama y que el gato, mi pequeño Mimin, tarde que temprano morirá. Ella qué sabe, nunca fue sexi, siempre ha usado zapatos de viejita. Mi abuela sí conocía el placer de las buenas zapatillas, ahora entiendo todos sus intentos por utilizarlas hasta el final: metía sus lindas zapatillas al congelador, con bolsas de agua en el interior. Así cualquier estilo, casi cualquier número, lo tenía a sus pies. Al grado que en los últimos años, a pesar del dolor de sus rodillas y la andadera, se reusó a usar zapatos de tela y nunca dejó de pintarse las uñas y calzar seximente con sandalias juveniles. 

Lo único que tiene un final súbito son las calles como ésta, que precisamente topa con la cafeterita de los buenos encuentros. Donde las pláticas comienzan hablando de los días bonitos como este, continúan con el viento de otoño y en la siguiente conversación hablamos de lo linda que soy, que mi sonrisa es la más bella, que mi cabello es hermoso y que no hay otra mujer como yo. Esas mentiras necesarias, las encuentro aquí, en la boca de compañeros de cama, que sustituyen perfectamente al amor de Fernando. Entro, saludo a la cajera, me siento al fondo, a un lado de la cocina, un poco oculta, sin ventana y con un sillón para mi solita. El mesero me trae lo de siempre, té de yerba buena y un par de galletas con mermelada. Me gusta llegar dos horas antes de una cita previa, no sé, es que me encanta verme los pies por debajo de la mesa cada vez que cambio la página de un libro cualquiera y mirar hacia adelante, desde el fondo, a todos los que llegan y a veces intercambiar ideas, teléfonos y risitas, o rehusar compañía de hombres en búsqueda.

Ya casi es la hora. Pido otro té, más galletas y fresas bañadas en chocolate, pues son mis instrumentos de coqueto antes de ponerle un pie en cima a quien espero. Sacudo un poco el vestido, que por más que intento, los pelos del gato no se esfuman. Ese Mimin deja claro que soy suya. Llega Carlos, puntual como siempre. Esta es la cuarta cita, entonces ya superamos el clima y continuamos, eso sí, en que soy muy bella, en que este libro bueno, en que sólo pensamos el uno en el otro y que después de darnos de comer, fresas y galletas en la boca caminaremos brazados por toda esa larga calle, hasta mi casa. Instintivamente, subo mi pie en la rodilla de Carlos. Con la punta de sus dedos lo acaricia y va subiendo por mi pantorrilla, así delicado, ahora con toda su mano y con toda su mirada en mis ojos, sonríe devorándome en un sola galleta. Estoy lista para ir a casa. 

Caminamos. Yo bajo su brazo y él contándome una y mil historias. Su cabello me encanta: despeinado, corto y en continuación con su estilizada barba. Carlos es especial. Me gusta su piel blanca, sus dedos finos y el olor del viento por su cuerpo. El tacón de pies lilas suena por toda la tarde, así como debe de ser una cita perfecta. Sonrío recordando a Fernando, para él este sonido no valía nada, ni siquiera valoraba que mi sostén y mis zapatillas coordinaran, él no entendía nada. Es que el hombre perfecto es aquel que me lleve a un orgasmo sin zapatillas y Fernando no es ese hombre. Él jamás pudo sacarme un milímetro los colores de mis pies, tan simple que es, pero él no tuvo la capacidad de lograrlo, así de poco sensible es al “maravilloso” de Fernando. 

Llegamos a mi casa. Mimin está en la puerta esperando entrar. Carlos y el gato se ven fijamente. Subo los tres escalones de la entrada, Carlos me espera abajo. Saco las llaves de mi bolso, Mimin se acaricia en mis pies lilas, ronronea, él puede ver que mi ropa interior combina sutilmente con mis sexis zapatillas lilas. Antes de girar las llaves y entrar en mi vida, espero, espero las palabras que abran la puerta. Volteo, sonrío y los ojos iluminados de Carlos me alumbran la tarde casi noche.

Me encanta tu vestido, te ves hermosa en él, combina exquisitamente con tus ojos. ¿Cómo puede decirme semejante cosa? ¿Qué está ciego? ¿Cómo es que no vio los detalles: la pulsera lila, el labial lila, el bolso lila, mis pies lilas con tacón de quince centímetros? Es un insensible cómo todos los demás, casi un idiota. ¿Por qué un simple vestido, por qué no unos sexy pies, por qué no me puede ver? Cierro la puerta con Carlos del otro lado. Las escusas sobran, con un eterno dolor de cabeza, basta para dejar de ver al bellísimo de Carlos, qué desperdicio, parecía perfecto.

Tiro el coordinado por debajo del lavabo del baño. Las zapatillas ya están en una caja tapizando la pared. Después de una ducha fría y de cenar en compañía del Mimin, pinto mis uñas de rojo, mañana es día de sandalias cómodas, con tiras abrazando mis piernas, así como el gato se me abraza en las noches. Por hoy no necesito más que eso para dormir.

Despierto, sin Mimin, sin Carlos, sin cita. Tendré que ser suficiente para mí. Hoy me dedicare a mentirme un rato, me contaré que el día es bonito, que el aire no es para tanto, que me veo más delgada, que mi pelo se ve igual de lindo que siempre, que las sandalias lucen espectacularmente sexis en mis pies. Quizá continúe con una mala película en el cine, después coma algo en medio del centro comercial, donde no van hombres solos y no tendré que reusar ni compartir ideas con nadie. Después, voy a deleitarme en los aparadores de zapatos y compré un par de zapatillas, porque me faltan unas azules, que terminen con el frio de mi nuca, el hormigueo en mis pies y la sudoración de mis manos…


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