lunes, 5 de marzo de 2012

La más bella

El buen Héctor Escamilla, diseñador gráfico de profesión, recién casado y arrogante de carácter, estaba perdidamente enamorado de su esposa Elena. Como casi todos los enamorados creía que su amada era literalmente la mujer más bella del mundo y no tenía empacho en comentarlo reiteradamente ante sus amigos, sus compañeros de oficina o incluso ante la gente que apenas conocía. En general, las personas tomaban con ternura y admiración los sinceros comentarios de Héctor sobre Elena, pues las mujeres deseaban encontrar un hombre que las idealizara tanto, y los hombres esperaban hallar una mujer tan bella como la que describía Héctor; pero la verdad es que a mí, y a varios de sus conocidos ya nos tenía hartos con su petulancia y su exagerado embeleso.

Héctor y yo, junto con otro amigo al que apodábamos “el Mustio” Mayagoitia, nos reuníamos casi todos los jueves de quincena en un bar del centro. Llegó la ocasión en que estando ya medio borracho, encaré a Héctor que vomitaba ante nosotros sus alabanzas a la presunta belleza sobrenatural de Elena.

-No mames Héctor. Reconozco que tu mujer sí está bonita, pero no puedes decir que es la más bella del mundo, digo, está bien que lo pienses por que es tu esposa y la quieres, pero no por eso debes andar repitiéndolo por todos lados y a todo el mundo.

-¿Por qué no mi estimado?, si es la verdad. La enviada te carcome.

- Pero ¿quién eres tú para decidir arbitrariamente cual es la mujer más bonita del mundo?, eso no lo sabe nadie, además ofendes a las demás mujeres y ofendes a los que también creemos tener a la mujer más bonita del mundo y no lo andamos pregonando.

-Si piensas lo mismo de Rosa, no es mi culpa que tú no lo pregones, pero haces bien amigo, porque estarías pregonando mentiras.

- Yo no soy tan mamón como tú para decir que mi novia es la mujer más bonita del mundo – respondí con indignación- pero a huevo que está más guapa que Elena.

- ¡Ja! Permite que me ría de tu imaginación.

- Aunque te burles, creo que Rosa es más bonita que tu esposa, o al menos está más buena. ¿A poco no Mayagoitia?

- Yo opino que ambos están muy pinches feos para las mujeres tan guapas que tienen, esa es la única verdad.- intervino el mustio de Mayagoitia con ánimo conciliador, como era soltero y mujeriego le daba hueva hablar de esposas y parejas estables, y además aún no estaba tan pedo para seguirnos la corriente- Yo brindo por las dos, ¡salud!

Ambos tuvimos que reconocer con humildad que el mustio tenía razón y cambiamos de tema, pero tanto Héctor como yo nos quedamos con la espinita clavada.

En el transcurso de la noche, tras varias rondas más de cervezas el asunto volvió a salir a flote, y como era de esperarse de unos borrachos, lo discutimos acaloradamente por largo tiempo. Yo insistí en el cuerpazo de Rosa, su cinturita, sus caderas amplias y su sensualidad desbordada al caminar. Con palabras más elegantes Héctor insinuó que mi novia era muy estrafalaria para vestir y que el hecho de que enseñara más carne, no significaba que tuviera mejor cuerpo que Elena.

-La belleza de Elena es un regalo de Dios reservado sólo para mi, por eso no lo muestra a todos.- insistió una y otra vez entre broma y broma, haciéndome enojar.

No recuerdo bien cual de los dos se puso más necio, ni recuerdo exactamente el momento en que se me ocurrió la estúpida idea de tomarle fotos a nuestras mujeres en lencería o desnudas, para compararlas y desahogar, de una vez por todas, nuestra disputa. A veces el cerebro de los hombres, embriagado más de fanfarronería que de alcohol, llega a extremos sorprendentemente absurdos y ociosos. El punto es que Héctor, envalentonado por el alcohol y herido en su orgullo, aceptó el reto. Acordamos mostrarnos las fotos de nuestras respectivas parejas durante siguiente reunión y que Mayagoitia fungiría como juez decisivo e inapelable sobre la superioridad de una sobre la otra.

Para mí, fue fácil fotografiar a Rosa en ropa interior, pues a ella le encantaban esas cosas. No me causaba ningún conflicto moral el hecho de mostrar a mis amigos las fotos de mi novia en ropa interior o desnuda, al contrario, sentía orgullo. Estoy seguro que a ella tampoco le molestaría enterarse del verdadero motivo de las fotografías, pero de cualquier forma no se lo dije.

Por el contrario Héctor, que era más celoso y sentía un respeto ortodoxo, casi místico por la belleza de mujer, no fue capaz de tomarle las fotos. Pero en vez de expresarnos su más que justificada negativa con dignidad, el muy mamón quiso gastarnos una broma. Experto como era en la edición de imágenes, hizo un fotomontaje impecable. Fotografió, con una buena cámara, su cama revestida con el edredón que le regalé en su boda, y sobrepuso a esta foto, una imagen del la actriz porno Naomi Russell en la que no se le veía la cara. Cerró la toma, ajustó las sombras, rebajó la calidad de la imagen para que pareciera tomada con celular pero que conservara la nitidez.
Cuando vi la foto, me pareció completamente real y acepté mi derrota sin chistar. Durante toda la noche brindamos por la belleza de la supuesta Elena. Ya pasados de copas Héctor no pudo contener su risa y nos reveló el engaño.

-Es el cuerpo de Naomi Russell sobre el edredón que nos regalaste en la boda. Lo hice en el Photoshop.

Los tres reímos y bromeamos como imbéciles.

- Ya decía yo que este puto no se iba a atrever a enseñarnos fotos de Elena en pelotas- dije mientras asestaba un fraternal puñetazo en el hombro de Héctor, quien sonreía aliviadamente.

- Ya decía yo que Elenita no se podía ver más profesional que tu vieja- me dijo Mayogoitia con voz arrastrada de borracho. El mustio comenzaba ya a comportarse impertinente y reía exageradamente.

-Sí, ya decía yo que le faltaban pelos- Mi vulgar comentario, aumentó las risas y redobló la impertinente hilaridad de Mayagoitia.

-Ya decía yo que le faltaba la cicatriz- Tras esta aseveración de Mayagoitia hubo un brevísimo silencio.
No entendí el comentario hasta que vi la sonrisa de Héctor desdibujándose. Comprendí de inmediato que Elena efectivamente tenía una cicatriz en algún lugar “reservado” de su cuerpo y que el mustio la había visto alguna vez.

- Ya decía yo que también faltaba el lunar de la entrepierna- añadí torpemente tratando de que el comentario del mustio pareciera una casualidad, pero las risas que procedieron, fueron completamente forzadas.

La locuacidad de Mayagoitia desapareció y pasamos a otros temas tratando de hacernos pendejos, pero el ambiente se volvió incómodo. El mustio fue el primero en irse del bar. Héctor y yo salimos juntos 15 minutos más tarde.
Semanas después, cuando tuve la oportunidad de hablar a solas con Mayagoitia, me confesó con cierto arrepentimiento, que sí se había cogido a Elena hace tiempo, por eso sabía de la cicatriz. Fue antes de que ella empezara a salir con el buen Héctor y fue sexo ocasional de una sola noche. También me confesó que en su opinión Elena sí estaba más buena que mi novia, y que si bien no podía asegurar que era la mujer más bonita de todo el mundo, sí era la más bella con la que él se había acostado. Inmediatamente aclaró que con Rosa no había tenido nada que ver, eso me tranquilizó.

No sé si a Héctor, Elena le habrá confesado su “affair” con Mayagoitia, pero fue evidente el enfriamiento en la relación entre los dos amigos. Héctor también dejó de ufanarse exageradamente por la belleza de su esposa, por lo menos ante mi. El refrán que versa “lo que no fue en tu año no es en tu daño”, aunque sabio, es difícil de aceptar en la práctica. Yo, hasta la fecha, no puedo evitar sentir remordimiento cuando me reúno con Héctor y lo escucho referirse a Elena sin adjetivos ni superlativos ni metáforas, en un lenguaje seco, austero, simple, como si hablara de una mujer normal.

Romeo Valentín Arellanes, marzo 2011.
Tlalnepantla,Edomex 

2 comentarios: