domingo, 17 de febrero de 2013

Pa’ verga, verga y media.


Desde que tengo memoria, un chingo de gente se ha querido pasar de verga conmigo. Cuando estaba morrito, en segundo de primaria, en mi salón iba uno de esos gordos ojetes de alma culera, Martín Torres se llamaba ese cabrón, y era el clásico pendejo que como está cerdo se siente más fuerte y mancha a la banda. También en ese salón estaba la chavita más hermosa que había visto en mi vida, se llamaba Judith Rodríguez -a estas fechas ya ha de estar bien cerda y con dos tres chavos, como la mayoría de mis compañeras de generación que le tupían recio a la reata desde antes de acabar la secu- ella sabía que me gustaba, y el día en que le mandé un papelito preguntándole “¿quieres ser mi novia?” me regresó el chingado papel con un "sí", pero eso fue hasta que entramos a cuarto, cuando íbamos en segundo nomás se las olía de que me gustaba. La maestra era Martha “algo”, se parecía un chingo a la Beba Galván y su perfume apestaba bien recio, yo creo que por eso los que se sentaban hasta enfrente estaban bien apendejados siempre de tanto hornazo.

Un día la Beba nos estaba dando clase de Geografía, que han de saber, es la única materia  en la que yo fallaba un chingo, nomás no se me pegaba ese desmadre que es la ubicación de los demás países. Pero ese día me había puesto vergas, le chingué, había leído todo el pinche libro que dejaron de tarea para no seguir quedando como pendejo enfrente de Judith. Estábamos haciendo una mecánica de preguntas y respuestas y cada que alguien no sabía la respuesta yo levantaba la mano y respondía correctamente, me la sacaba de a Don Chingón, iba arrasando, me estaba yendo pa’ arriba como la espuma, me sentía abierto como pinche pavo real con el plumaje al cien, me sentía invencible, todos me la pelaban.  Hasta que el pinche cerdo de Martín, sin darme cuenta, empezó a calentar mi silla con un puto encendedor.
Al principio yo ni por enterado de qué pasaba, simplemente sentía medio raro el culo, pero es que después de dar tanta respuesta chingona no estaba yo para prestar atención a lo que mis nalgas sentían. Fue hasta que me levanté para escribir una respuesta en el pizarrón que se me destempló el rabo, y cuando regresé a mi pupitre para sentarme ¡chico gritote que solté!, pasado de verga, hasta manotee y sin querer le di un pinche cachetadón a Judith y la hice llorar.  Todos se reían de mi reacción y aplaudieron sus mamadas a Martín. Judith me dejó de hablar como dos semanas que en tiempo-niño es un putero. Con la espina no me iba a quedar, entonces maquilé la broma perfecta para ir por el cambio. Ya veía a todos riendo y aplaudiendo mi venganza, en mi mente todo iba a salir excelente, en mi ilusión hasta la maestra en vez de castigarme me exentaba de clases y de levantar papeles en el recreo.
Pasaron 8 días desde que me quemó el culo el marrano, y el miércoles fue el día del revire. Llegamos al salón después del recreo, ya comidos y correteados, agitados y sudados con la vibra del que la gozó chingón un ratón. Todo estaba listo para mí venganza, pero cuando vi por las ventanas que el puerco se acercaba a la puerta, la mente se me puso en blanco, “chingue su madre”, pensé, el plan perfecto había valido verga. Sólo recordé que mi plan empezaba parándome frente a él y nada más. Pero yo ya me la quería sacar de todas formas, así que me arriesgué a improvisar.
Recuerdo que me paré frente al puerco y me quiso empujar, pero  de la nada, cerré la puerta en su cara. Del vergazo se fue de nalgas y así como iba me le trepé, putazo tras putazo sobre su pinche madre hasta verlo sangrar. En realidad fueron como tres madrazos nomás pero a esa edad yo sentía que le estaba metiendo una re madriza. Me levanté y lo vi ahí en el suelo, todo apendejado y mis compañeros con cara de pendejos porque no sabían cómo entender lo que pasaba, fue como en cámara lenta. Total que al pararme y verlo ahí ya desmadrado, le puse un pinche patadón en su jeta justo cuando se iba a levantar, sin decir agua va. Sus lágrimas salieron, y el puto ya no le quiso atorar.

La Beba mandó a llamar a los papás de los dos y fueron al día siguiente. Estábamos todos en la dirección, mi mamá se disculpaba por mi actitud y me daba unos chingaqueditos a discreción; mi papá serio y callado; la maestra disculpándose con el papa de Martín, que dejó a todos como pendejos cuando dijo: "ya sé que mi hijo se siente muy chingón porque está gordo, ya le había advertido que algún día le iban a dar en su madre, lo que obtuvo fue su lección, y a eso se viene a la escuela, a aprender, aunque sea a madrazos, él debe entender que siempre hay uno más cabrón y que para verga, verga y media".

Años después (dos) Judith me dijo que la putiza que le di al gordo había hecho que yo le gustara y que por eso escribió el "sí" en el papelito. Y en la escuela todo fue tranquilidad, ya nadie se pasó de pendejo conmigo, incluso el Martín fue mi compa después; creo que ya grande estuvo en el tanque por lacra y drogo, un rato, pero luego le bajó de huevos y seguro le ha de ir de maravilla.


El Pinche Austin
Azcapotzalco, México DF ,  febrero del 2013


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